Místico de la caridad apremiante de Cristo

por | Jul 12, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

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Jesús es el Dueño de la mies.  Trabajar con él quiere decir ser místico de la caridad.

Se supone, en primer lugar, que un místico de la caridad es como Abrahán o Marta.  Ambos aprovechan los momentos de gracia.

Abrahán les abre su tienda a caminantes tan desconocidos que no descifra él si son tres hombres, Dios o dos ángeles.  Marta, por su parte, recibe a Jesús.

La Providencia, sin embargo, jamás se deja ganar en liberalidad.

Además de garantizarles un hijo a los cónyuges ancianos, Dios se revela como amigo íntimo.  No le oculta a Abrahán lo que va a hacer con Sodoma y Gomorra.   De ahí que los escogidos de Dios no han de ocultarle nada.  A él no se le puede mentir, como lo ha hecho Sara.

Y en cuanto a Marta, abrumada ahora debido a tareas que, por costumbre, les corresponden a las mujeres, a ella le dice Jesús:

Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas.  Solo una es necesaria.  María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán.

Sí, Dios supera la generosidad de Abrahán.  Lo mismo Jesús, con respecto a Marta.  Ambos creyentes logran saber lo sumamente importante para que su fe sea completa .

Dicha fe exige que los creyentes tengan intimidad con Dios o con Jesús mediante su constancia en la escucha y la guarda de la Palabra.

En segundo lugar, pues, un místico o una mística de la caridad es quien escoge  «la parte mejor», quien tiene a Cristo en el centro (Papa Francisco).  Él o ella se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra.

De verdad, el discipulado es también de las mujeres.  Así lo afirma Jesús, pues, rompiendo esquemas, no permite que María se relegue a tareas supuestamente propias de las mujeres.  Indica además que lo que ella ha escogido, esto no se lo quitarán ni autoridades ni tradiciones humanas.

Así que lo esencial no es ser o varón o hembra, sino acudir al que tiene palabras de vida eterna.  Lo decisivo es la convicción efectiva de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

Lo principal es tenerlo a Jesucristo como nuestra fuerza motriz.  «Él es la Regla de la Misión, él es el que habla y a nosotros nos toca estar atentos a sus palabras» (SV.ES XI:429).  Lo imprescindible, para que lleguemos a la madurez cristiana, es estar siempre en comunión con él, participando de su pan y su copa.

Y la prueba, claro, de la comunión contemplativa es el impulso que hace a uno «dejar a Dios por Dios» (SV.ES IX:297).  Así se convierte uno en místico de la caridad.  La gran mies requiere obreros que trabajen (SV.ES XI:734).  Místico de la caridad no puede ser solo una frase de moda en boca de todos.

Señor Jesús, haz de mí un místico de tu caridad.

17 de julio de 2016
16º Domingo de T.O. (C)
Gen 18, 1-10a; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

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