Resulta increíble que, en pleno siglo XXI, vivamos tan grandes desigualdades e injusticias, como las que podemos ver, todos los días, en los periódicos y noticieros.
Los vicencianos no podemos, no debemos callarnos. Ante la injusticia hemos de alzar la voz y que se sepa, con toda claridad, claramente que nosotros nos ponemos de parte de la persona necesitada, desprotegida, refugiada, explotada, prostituída, de los niños que son captados por las redes de trata. Que estamos al lado de los que son pobres en nuestro barrio o ciudad, pero también de los que, lejos de nosotros, sufren estas o peores injusticias.
Vicente de Paúl sabe que lo específicamente cristiano no es el simple compromiso ético de solidaridad con los marginados, que es irrenunciable para todo hombre, sino hacer en ese compromiso la experiencia de Dios. Y esas líneas fundamentales van a marcar toda su acción: una sensibilidad “diferente” respecto de los pobres, una lectura crítica de los “mecanismos perversos” que producen y perpetúan las situaciones estructurales de injusticia, una visión amplia y comprometida de lo que hoy podemos llamar “caridad política”, un atrevimiento para la “denuncia profética”, una dimensión integral y liberadora de la evangelización, una creatividad constante para buscar nuevos métodos, nuevas formas y nuevas expresiones serviciales…
Celestino Fernández, C.M., en la revista «Vida nueva» de diciembre de 2010.
¿Que podemos hacer más los vicencianos para que nuestro mundo sea más justo? ¿Para que, quienes más tienen, repartan? ¿Para crear un mundo con corazón? ¿Para convertir nuestros corazones —y nuestro bolsillo— al Dios de los pobres?
El mundo fue creado para todos, no sólo para los ricos. Los derechos humanos y la dignidad deben tener prioridad sobre los derechos de propiedad privada. La propiedad privada nunca es inviolable, sino que está sujeta a la ley moral de la dignidad universal y las necesidades humanas. No regalas al pobre lo que es tuyo, sino que le devuelves lo que es suyo. su. Te has estado apropiando de cosas que están destinadas a ser para el uso común de todos. La tierra es de todos. La propiedad privada no constituye para nadie un derecho absoluto e incondicionado. Nadie está justificado de reservar para su uso exclusivo lo que no necesita, cuando otros carecen de lo necesario. El derecho a la propiedad nunca debe ejercerse en detrimento del bien común. Si surgiera un conflicto entre derechos privados adquiridos y exigencias comunitarias primarias, corresponde a las autoridades públicas buscar una solución, con la participación activa de los individuos y grupos sociales.
Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini (Pablo VI)