Jesús es el Mesías de Dios. Su condición de Mesías permanece oculta, sin embargo, a las personas sin compasión.
Da marcha atrás Jesús y oculta de nuevo su identidad mesiánica tan pronto que la descubre mediante la confesión de fe de Pedro. El Maestro prohíbe terminantemente a los discípulos hablarle a nadie de la confesión.
El motivo de la prohibición se revela en lo que de inmediato dice Jesús a sus discípulos:
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
No, no quiere Jesús que los discípulos anuncien su identidad mesiánica sin que ellos mismos la comprendan bien. Mejor que quede oculta que anunciada desacertada.
Para acertar, han de saber los discípulos, en primer lugar, que su Maestro no es el Mesías triunfalista de las expectativas populares. Todo discípulo prospectivo, en segundo lugar, tendrá que tomar en serio lo que en seguida dice Jesús:
El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo.
Para los cristianos de hoy, el mensaje de la cruz ya no es ni escándalo ni locura. A diferencia incluso de los discípulos mismos, nosotros damos por asentado que nuestro Mesías no es otro que el mismo Siervo Sufriente del Señor. No nos preciamos de saber cosa alguna, sino a Jesucristo crucificado y de nada nos gloriamos sino de la cruz de Cristo.
Con todo, no disminuye nuestro etnocentrismo mientras nos olvidamos de la reconciliación de pueblos que Dios realiza mediante la cruz de Cristo. Demonizamos a los inmigrantes y a ciertos grupos religiosos. Promulgamos leyes que hacen más difícil el ejercicio del derecho de voto de parte de ciertos sectores de la sociedad. Nuevamente, abrimos camino hacia los tiempos pasados de esclavos y libres, de hombres subyugantes y mujeres subyugadas, del hombre rico y del pobre Lázaro.
Y se nos oculta la condición mesiánica de Jesús cuando perdemos de vista el motivo de la unción cristiana. Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido, el Cristo. El Señor lo ha ungido con su Espíritu para la misión de dar la Buena Noticia a los pobres. Así que si descartamos a los pobres, no lo confesamos realmente a Jesús como el Mesías, crucificado por los pobres de todo tipo.
Ser cristiano y no tener compasión por los traspasados, afligidos y marginados, «es ser cristiano en pintura» (SV.ES XI:561). Celebrar la Cena del Señor y causar divisiones, esto es no ver la faz de Cristo en el rostro del pobre.
Señor Jesús, concédenos contemplarte y servirte en la persona de los pobres.
19 de junio de 2016
12º Domingo de T.O. (C)
Zac 12, 10-11; Gal 3, 26-29; Lc 9, 18-24
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