4.- Sobre la jubilación y la “prejubilación” de los miembros de la familia…
La sociedad burguesa, en la que estamos inmersos, se cuela por las rendijas de nuestro hábitat familiar, sea de uno o de otro signo, o rama. El ideal mundano de trabajar, cuanto menos mejor, con menor esfuerzo, y ganar, cuanto más mejor”, se cuela, con demasiada frecuencia, en nuestros planteamientos de vida. Es algo inevitable, es como el aire contaminado que respiramos. Sin embargo, la idea del trabajo es una de las mejor y más profundamente asentadas en la tradición vicenciana. Bien conocían Vicente y Luisa las consignas de Pablo: “El que no trabaja que no coma…” Y alertaba con ironía: “Bastante tienen los que no trabajan con no hacer nada…”; y otras de ese signo.
El trabajo, para Vicente, es un signo de identificación con el pobre; como signo de esta identificación debemos trabajar, al menos, las mismas horas que necesita trabajar el pobre para subsistir. La prolongación del ciclo vital, como consecuencia de las mejoras de las condiciones de vida, en nuestra sociedad desarrollada, nos permiten relajarnos sobre la tumbona de nuestra pereza anímica, no ya a los 65, como señala la legalidad vigente, sino, en ocasiones, a los 60, incluso a veces, a los 55 o antes.
Para un vicenciano, sea seglar o consagrado, no existe la jubilación, ni la anticipada, ni la legalmente constituida. Es un privilegio inestimable poder trabajar en el servicio de los pobres hasta la extenuación, hasta morir con las botas puestas. ¡Que tesoro escondido, en nuestro haber, poder llenar de sentido, el paro encasillado de nuestros relojes, para dar, sin medida, el trabajo callado del servicio voluntario a los pobres de nuestro entorno y de más allá…!
Es un auténtico privilegio liberarnos de una de las lacras más frecuentes de nuestro tiempo: el aburrimiento de no tener nada que hacer, salvo tumbarnos ante la tele, leer novelas rosa o dejarnos llevar del viento de la moda o de las olas de lo progre… Cierto que hay que ser prudentes y respetar las limitaciones que impone la edad, la enfermedad o las carencias anímicas. También hay que dosificar nuestras energías a una edad propia de la jubilación real, pero debemos denunciar sin paliativos, como denuncia profética, la carencia de ilusión en el trabajo, la falta de estímulo y la ausencia de resortes para la creatividad.
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