Jesús nos quiere íntimos amantes suyos, acreditados tales por nuestra guarda de su palabra. Busca comunicarnos, mediante el Espíritu Santo, el amor de su Padre y la auténtica paz.
En primer lugar, afirma Jesús que amarle a él de verdad quiere decir cumplir su palabra. Añade luego que su Padre amará a los con tal amor observante y que él y su Padre vendrán a ellos para hacer morada en ellos. Mejor manera de convertirse ellos en íntimos discípulos no hay. Se nos enseña una vez más que quienes escuchan y cumplen con amor la Palabra de Dios son familiares inmediatos e íntimos suyos.
La intimidad con Jesús llegará a su plenitud solo allá en el cielo. Sin embargo, acá el el suelo comienza. Aquí y ahora se nos concede una anticipación de «los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios».
Sin duda, Jesús no está físicamente a nuestro lado, pero promete estar con nosotros realmente. Nos asegura:
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
Así que no somos huérfanos. Mediante el Espíritu Santo, oímos la palabra del Padre quien habla por el Verbo encarnado que todavía acampa entre nosotros. Estando nosotros en la tierra, nos es posible ser íntimos seguidores de Jesús. Al igual que María, la hermana de Marta, podemor hacer la sola cosa necesaria: sentarnos a los pies del Señor, de la forma propia de amigos o amigas íntimos, para escuchar su palabra, de la que vivimos. Instruidos por el Espíritu, ya no serviremos de la astucia ni de la sofisticada inteligencia «para eludir y distorsionar el sentido claro» de la palabra de Jesús (J.L. McKenzie).
Y si estamos imbuidos de la palabra de Jesús y comprometidos a guardarla, será nuestra la paz que da Jesús. Nos la da él no como la da el mundo.
La paz mundana resulta de la destrucción de los enemigos de parte de los más poderosos. Se refiere principalmente al bienestar físico y la vida acomodada.
En cambio, «la paz que da Jesús se basa en Dios y no en las circunstancias». Es la tranquilidad y la confianza que se producen en los que gozan de la intimidad con Dios, incluso estando ellos en medio de tribulaciones o entregando su cuerpo y derramando su sangre. La paz los hace a los desterrados capaces de soñar con la ciudad santa.
Es la paz profunda que conoció san Vicente de Paúl (Robert P. Maloney, C.M.). Debido a ella, no se acobardó ante falsos hermanos.
Señor Jesús, aliméntanos con tu Palabra y tu Eucaristía, para que nosotros habitemos en ti y tú habites en nosotros.
1 de mayo de 2016
6º Domingo de Pascua (C)
Hech 15, 1-2. 22-29; Apoc 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29
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