Gloria y vida nueva por el amor

por | Abr 20, 2016 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

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Jesús nos descubre el camino del amor que conduce a la gloria y la vida nueva.

Sale Judas para realizar plenamente la traición.  Es de noche, lo que no quiere decir que la luz ya no brilla en la oscuridad.

Aún resplandece la gloria divina.  De ella habla Jesús a sus discípulos:

Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo:  pronto lo glorificará.)

Aunque profundamente angustiado, Jesús no se preocupa de sí mismo.  Se preocupa de la gloria de Dios y de sus hijos, con quienes le queda poco de estar.

Los conforta Jesús.  No quiere que se abatan por la tristeza que una despedida conlleva.  Tampoco quiere que sean infieles, dado especialmente que si al Maestro se le persigue, por igual se les perseguirá a los discípulos.  A él se parecerán Pablo y Bernabé, quienes años más tarde animarán a las primeras comunidades cristianas, diciéndoles «que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios».

El Maestro asegura que los discípulos no pueden mantenerse fieles, ni a ellos se les reconocerá como suyos, no sea que se amen unos a otros como él los ha amado.  Esto es decir que ser seguidor de Jesús es amar hasta el extremo, hasta la muerte de cruz siquiera.

Tal modo de amar no es de los que se detienen en bellas palabras, en dulces coloquios con Dios, o en sublimes sentimientos piadosos.  Es propio de los que, bien conscientes de la enseñanza:  «La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así series mis discípulos», aman a Dios y a todos como a hermanos y hermanas, a costa de sus brazos y con el sudor de su frente (SV.ES XI:733).

Más que una doctrina que hay que memorizar, el amor imprescindible que prescribe Jesús es un modo de vida nuevo.  Es un modo de vivir que forma parte, no tanto de un sistema de creencias, cuanto del «Camino», que en los Hechos de los Apóstoles sirve de designación sencilla del cristianismo.

El amor mutuo que Jesús nos deja como su última voluntad, su testamento, se consuma en la cruz, en la que está de manera paradójica la gloria.  Así como Jesús , al entregar su cuerpo y derramar su sangre, dio gloria al Padre y la recibió del Padre, —pues, coronó de este modo la obra que le había encargado el Padre—, así también los cristianos damos gloria a Cristo y la recibimos de él en la medida en que perseveramos en la fe que obra por el amor.

Señor Jesús, haznos pasar, mediante el amor, de las tinieblas de la muerte a la gloria de la vida nueva.

24 de abril de 2016
5º Domingo de Pascua (C)
Hech 14, 21-27; Apoc  21, 1-5a; Jn 13, 31-33a. 34-35

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