De Ana Davila, estudiante de último año de Trabajo Social en la Universidad de Niagara:
En mi búsqueda de una universidad, quería que se contemplase entre sus caractericticas el servicio y la identidad católica. La Universidad de Niagara encaja en todo lo que deseaba, y sentí como si Dios me empujase hacia ella. Estudiando en Niagara he tenido muchas oportunidades de desarrollar y llevar a cabo mis valores vicencianos, así como recibir una educación que realmente «marca una diferencia».
La universidad de Niagara muestra por todas partes su lema: «Educación que marca la diferencia». Aunque lleve poco tiempo en la universidad, puedo asegurar que este lema es preciso. A través de la Universidad de Niágara he tenido numerosas oportunidades en las que, usando mi educación, se marcase la diferencia. La más destacada me sucedió a principios de febrero, cuando estuve trabajando como voluntaria en el Comedor de Beneficencia de San Vicente de Paúl. Soy voluntaria casi todas las semanas en este comedor social, y he llegado a conocer y a reconocer a muchos de nuestros usuarios, y viceversa.
En el Comedor de Beneficencia de San Vicente de Paúl se sirve al «estilo de un restaurante», lo que significa que nuestros usuarios vienen, se sientan y nosotros les llevamos su comida. Es más confortable que les atiendan, y tratamos de hacerlo de la mejor manera, para cumplir con ese amor por nuestros usuarios, como San Vicente hizo para los suyos. A través de esta experiencia he tenido muchas oportunidades de hablar y conocer a muchas personas, incluyendo a un hombre que es sordo. Nunca había hablado con él con anterioridad a esa noche en el comedor. Fui a preguntarle si quería repetir la sopa que servíamos, y él señaló a su oído, indicando que no podía oír. Sin vacilar, utilicé mis conocimientos —había participado en una clase de introducción a lenguaje de señas— para preguntarle si sabía el lenguaje de signos. No he experimentado nada igual que el ver su rostro iluminarse al darse él cuenta de que yo sabía la lengua de signos.
En mi clase de lenguaje de signos, el principal aspecto en el que mi profesor insistía era que muchas personas sordas no tienen la oportunidad de comunicarse todos los días. Al poder oir yo, nunca he tenido un problema serio con barreras comunicativas, a no ser cuando dejo mi entorno familiar (que no es muy a menudo). La comunicación es algo que doy por sentado, e interactuar con alguien que no tiene esa capacidad realmente desgarró mi corazón. Este hombre estaba tan emocionado de tener a alguien que podía entenderle, que me pidió que me sentara a su lado cuando le traje su sopa, y comenzó a contarme su historia de vida. Me relató cómo perdió la audición, cómo fue a estudiar a la universidad, sus sueños para el futuro, y muchas más cosas. Era hermoso verle expresarse por signos con tanto entusiasmo y alegría. Otros dos voluntarios de la Universidad de Niagara, que también conocían el lenguaje de signos, llegaron y se unieron a la conversación. Aunque yo sólo he realizado un curso de introducción y no podía captar todo lo que estaba diciendo, no podía dejar de disfrutar la bondad de nuestro Dios y en el camino que me llevó a ese momento.
Si no fuera por mi admiración por San Vicente de Paúl y por la Universidad de Niagara, yo nunca habría sido capaz de hacer mediante signos la palabra «sopa», y de crear un recuerdo que siempre va a estar cerca de mi corazón. #YoSoyVicente
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