El perdón de los tontos: una meditación (primera parte)

por | Mar 27, 2016 | Cuaresma, Formación, Reflexiones | 0 Comentarios

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El perdón de los tontos:
Una meditación en dos partes sobre la Misericordia como regalo puro al aceptar y ofrecer el perdón (inter)personal

I

Comenzamos comentando el título de esta meditación, a saber «perdón de los tontos». El título proviene de una colección de poemas de Harry Smart – El perdón de los tontos. Debido a su longitud, esta meditación se desarrolla en dos partes. En esta primera parte se exploran algunas teorías sobre el perdón; en la segunda desarrollan «estrategias» personales y pastorales.

Esta meditación se realiza en el umbral de lo que los cristianos llamamos la «Semana Santa», un curioso fenómeno litúrgico, parte Cuaresma y Triduo (si se define a la semana en el sentido habitual… al ser un teólogo litúrgico y sacramental, el autor se da cuenta del enigma aquí) . Durante esta «semana», católicos de todo el mundo hacen una pausa para reflexionar dos veces en los relatos de la pasión del Evangelio (uno de los relatos sinópticos y cada año el relato de Juan durante viernes que, paradójicamente, llamamos «bueno» [N. del T.: en inglés suele ser habitual llamar «Good Friday», Viernes bueno, al Viernes Santo, cosa no habitual en el ámbito hispano hablante]).

Así que hemos de volver al contenido teológico del evento de la crucifixión de Cristo. En cierto sentido, es la pasión y muerte de Cristo, o más específicamente, la respuesta de Cristo a su pasión y muerte, lo que sirve para dar forma a la llamada cristiana al perdón. De una manera sencilla, hay dos puntos que debemos destacar. El primero se refiere a la pasión y la muerte misma; el segundo se refiere al significado teológico de la pasión y muerte.

En primer lugar, Jesús pasa por un horrible sufrimiento y muerte, un acto increíble de violencia, y sin responder a la violencia, sino que, desde el lugar de la violencia, nos regala una palabra de perdón. En segundo lugar, la redención es un regalo. El catolicismo, como el protestantismo, afirma que somos salvos por la gracia mediante la fe. Es la palabra «solo», usada por los protestantes, con la que el catolicismo tiene dificultades, especialmente porque no se encuentra en los escritos paulinos. Nuestras obras no nos salvan en sí mismas; es Cristo quien salva, por más misterioso que esto podría parecer. (Por supuesto, hay cuestiones de antropología teológica involucradas aquí.) Como tal el perdón es, ante todo, un don; en realidad, no podemos ganarlo, aunque podemos disponernos a aceptarlo. También podemos rechazarlo. (Aquí uno se mete en la interesante dinámica que interviene en la capacidad de dejarse perdonar.) De una manera similar, se podría decir que el cielo es el regalo, aunque podemos rechazarlo; el infierno nos lo tenemes que ganar. (Por supuesto, el enfoque católico a esto es algo diferente al calvinista.)

En esta breve meditación simplemente queremos iniciar una exploración de algunos pensamientos (más probablemente, cavilaciones) sobre la naturaleza del perdón. Esto no es una tarea fácil, ya que hay un número de diferentes perspectivas desde donde pueden abordarse la naturaleza y el fenómeno del perdón. Algunas de estas «cavilaciones» pueden incluso parecer un poco «conflictivas» como resultado de las discusiones de diversas facetas que a veces rodean la naturaleza del perdón.

Aparte, tenemos que reconocer las relaciones interpersonales entre amigos, enemigos, familias y comunidades de todo tipo que nos ocupan; por lo tanto, lo que a veces se conoce como el perdón político o económico, no se contempla en esta exploración. Cuando se mueve en el ámbito del perdón político y económico, se debe aplicar el término «perdón» de una manera diferente de su aplicación personal. Otra forma de decirlo es que el término se aplica de forma análoga. Esta es la misma idea que san Juan Pablo II ha señalado con respecto al «pecado social» o «pecado estructural.» (El político y económico merecen consideración y lo haremos en una meditación posterior.)

Francisco aborda claramente esta cuestión del perdón en su bula de convocación:

De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22) (En este punto Francisco explora la parábola del «siervo despiadado», centrándose en los versículos 33 y 35.)

Francisco continúa:

La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: «No permitan que la noche los sorprenda enojados» (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.

Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.

Parte de la dificultad para tratar sobre el perdón surge de la confusión con respecto a la dinámica implicada. Parte de esta confusión pertenece a los clichés que rodean a veces al perdón. Un ejemplo simple es: «Perdona y olvida.»

Podría ser útil, por lo tanto, comenzar con unas pocas palabras sobre una vía negativa, o, para decirlo más simplemente, lo que no es el perdón. Si esto parecira demasiado fuerte, entonces supogamos que, al menos algunas de estas ideas, son cuestionables. (Tenga en cuenta que estas son ideas improvisadas desde la lectura, así como desde la experiencia personal, y de los torpes intentos a perdonar… y enfatizo lo de «torpes»).

  • El perdón no significa necesariamente olvidar; no es amnesia. El viejo dicho de «perdono y olvido» ha causado, posiblemente, alguno daños. Esto, al parecer, es una receta para un futuro desastre. No hay que olvidar. Hay otro viejo adagio que viene más al caso: Aquellos que no recuerdan la historia están condenados a repetirla.
  • El perdón no es negación. El pecado sucede. El perdón tiene que mirar al pecado a la cara y llamorlo por lo que es.
  • El perdón no es simplemente una cuestión de fuerza de voluntad. No se puede simplemente ordenar el perdón ni tampoco desearlo (aunque se puede optar por actuar perdonando, a pesar de que se pueda o no «sentirlo»).
  • El perdón no se puede mandar, ordenar. A menudo toma tiempo llegar a lo que podríamos llamar el perdón «profundo». En este asunto, incluso se podría hablar de que el perdón tiene «etapas».
  • El perdón no nos lleva de vuelta a donde estábamos antes de la ofensa. Usando una metáfora, se podría decir que el pecado deja algunas cicatrices. También se puede decir que uno puede experimentar un cierto crecimiento durante y después del perdón; por lo tanto, no estamos simplemente como estábamos antes.
  • El perdón no significa abandonar nuestros derechos. El perdón no es una forma de pasividad en la que estamos pisoteados. Es una virtud activa que conduce a un futuro transformado.
  • El perdón no significa simplemente excusar al delincuente (aunque, de nuevo, podríamos objetar el uso de este tipo de lenguaje). De aquí se llega a la delicada relación entre la misericordia y la justicia (que vamos a explorar en un momento posterior). Recuerde la idea de santo Tomás de Aquino: «Justicia sin misericordia es crueldad y misericordia sin justicia genera disolución».
  • El perdón no significa dejarlo sólo a Dios. Sí, Dios perdona, pero también estamos llamados a encarnar el perdón.

Entonces… ¿qué es el perdón?, o quizás mejor dicho, ¿qué aspecto tiene el perdón? Una vez más, no puede haber una definición/descripción singular del perdón. En su lugar vamos a examinar cuatro intentos distintos de describir la naturaleza del perdón. Puede parecer que el perdón, bien entendido, admite varias descripciones o definiciones diferentes. Entre ellas cabe incluir:

  • El perdón implica la liberación de alguien de un castigo justo por el daño causado. Piense, por ejemplo, de lo que el filósofo Jacques Derrida sugiere en su pequeño ensayo sobre el perdón: «Sólo hay perdón, si lo hay, donde hay algo imperdonable.» (Francamente, he tratado de lidiar con lo que quiere decir la palabra «imperdonable». En parte, creo que tiene algo que ver con acciones verdaderamente horribles, lo que se podría llamar desde el punto de vista bíblico «el pecado contra el Espíritu», o el pecado imperdonable y, tal vez, lo que en el catolicismo se llama «pecado mortal»; por otra parte, también parece tener algo que ver con que si la persona que ha ofendido tiene alguna pretensión de obtener perdón. En este sentido se trata de la gratuidad del perdón.)
  • El perdón implica el acto de quedar restaurado para una buena relación con Dios, los demás y uno mismo, después de un período o un incidente de pecado o alienación. Esto parece ciertamente ser algo operante en el ministerio del Señor Jesús.
  • El perdón sucede cuando no se busca venganza por el dolor, la injusticia o el insulto, sino más bien se devuelve bien por mal.
  • El perdón ocurre cuando hay perdón de la culpa (de nuevo, no estamos hablando acerca de la culpabilidad desde una perspectiva psicológica) o remisión de la deuda que libera del pasado.

Una forma de lidiar con estas diferentes perspectivas implica el porvenir. Cualquier otra cosa que implique el perdón, mientras que no se «olvida» el pasado (que es simplemente amnesia), abre o restaura un futuro al otro y a uno mismo (que, por supuesto, implica algo más allá de unos pocos latidos adicionales o respiraciones). Este futuro implica una calidad de vida.

Todo esto está muy bien, pero todavía se plantea la pregunta acerca de cómo uno se posiciona ante el perdón, o quizás mejor dicho, ¿cómo puede uno abrirse a la gracia de ofrecer (y recibir) el perdón? Lo analizaremos en la siguiente meditación.

 

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