Liderando a discípulos temerosos y tardos en comprender, va Jesús hacia Jerusalén para enfrentarse con valor a su destino penoso.
Tener valor no significa no agonizarse ante el sufrimiento y la muerte. Jesús se angustia tanto que se le baja «el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo». Así indica también que no quiere ni el sufrimiento ni la muerte ni para sí mismo ni para los demás.
Tener valor es insistir en orar en medio de nuestra angustia que se haga la voluntad del Padre, al mismo tiempo que pedimos que se aparte de nosotros el cáliz amargo. Consigue reunir valor y fuerza aun el caído que, recuperado del miedo y la debilidad, conforta a sus hermanos. Lo mismo se puede decir de José de Arimatea y las mujeres detrás de él, quienes asumen la responsabilidad de preparar aromas y ungüentos. Ya no importa si, como los demás, éstos se mantuvieron a distancia durante la crucifixión.
Valientes son quienes, no obstante su temor a lo desconocido, se salen, sin embargo, fuera de su zona de confort, para hacer suyo el estilo de vida sencillo de Jesús. Tienen valor los discípulos que, sabiendo que no son más que su Maestro, no se echan atrás ante torturas inevitables perpetradas por uno que les mesa la barba a otros.
Ya comprenden estos discípulos que «no hay ningún bien que no sea combatido», por citar a san Vicente de Paúl (SV.ES IV:124). Por eso, reconocen que no es Dios quien hace inevitables la pasión y la muerte, sino la sed insaciable de poder, riqueza, adulación popular de parte de los hombres.
Así que, a diferencia de los soberbios y codiciosos, los verdaderos seguidores de Jesús, se esfuerzan por acreditarse ante Dios por su valor y su constancia en las tribulaciones, por su sed de ser justos. Pasan haciendo el bien, evangelizando a los pobres y sanando toda clase de enfermedades y dolencias, combatiendo, lo mejor que puedan hacerlo, el sufrimiento y la muerte, a cada momento, a cada paso, en las aldeas y los pueblos, en las periferias de las grandes ciudades.
Y así viven con valor el misterio pascual que se rememora en el Sagrado Convite. Sometidos incluso a la muerte y una muerte de cruz, hecha necesaria por la codicia humana, reciben segura e inevitablemente una prenda de la futura gloria.
Pasión de Cristo, confórtanos.
20 de marzo de 2016
Domingo de Ramos (C)
Lc 19, 28-40; Is 50, 4-7; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23, 56
0 comentarios