¿Hemos pensado alguna vez, como miembros de la Familia Vicenciana, en la pobreza como «pecado social?»
Esta noción de pecado social es un concepto de gran alcance en la justicia y el pensamiento social de la Iglesia, y, para nosotros, una manera espiritualmente enriquecedora de ver nuestro trabajo con los pobres y marginados, para detener la ola de exclusión e indiferencia contra la que clama el papa Francisco. Más allá de de la exclusión, nuestro trabajo se convierte en una oportunidad de encuentro y crecimiento, tanto para nosotros, Vicencianos, como para los pobres y marginados a los que servimos.
Reconocemos que como Vicencianos estamos involucrados en las pequeñas historias de la vida del otro. No tenemos otra opción, es lo que hacemos. Tenemos que saber los detalles de las luchas por las que pasa aquel a quien estamos tratando de servir. ¿Cuáles son los obstáculos, las tasas, las barreras que les impiden ser la mejor persona que pueden ser? Sólo profundizando en el desorden del otro podemos empezar a ver cómo podemos ser de ayuda.
Sin embargo, como Vicencianos, también necesitamos perspectiva. Una oración por el fallecido obispo Ken Untener lo dice muy bien: «Ayuda, de vez en cuando, dar un paso atrás y adoptar una visión en perspectiva». Esta visión a largo plazo me cambió a mí, radicalmente, cuando, siendo estudiante universitaria de Teología, estudié por primera vez Doctrina Social Católica y escuché las palabras «pecado social». El concepto era, en 1970, sorprendente. Cambió totalmente mi entendimiento de la justicia social.
Durante su papado, Francisco nos ha insistentemente pedido el asumir la responsabilidad del pecado social, con palabras aún más fuertes en su Exhortación Apostólica «La alegría del Evangelio». Sus palabras nos llaman a un ajuste que no se puede negar:
«Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe.» (Evangelii Gaudium, 54).
No contento con meras palabras, Francisco también ha sido un ejemplo vivo de la fuerza del encuentro, vivamente contrastado contra los efectos devastadores del pecado de exclusión. Al igual que Jesús, Francisco y nosotros, como Vicencianos, nos encontramos a la gente allí donde está, y esto tiene potencial de curar y transformar.
¿Cuáles son algunos de estos pecados sociales que tenemos que tener en cuenta? Nos viene rápidamente a la cabeza la Pobreza, aunque estoy seguro de que usted puede pensar en muchos más.
En esta reflexión, como Vicencianos preocupados por la justicia social, vamos a profundizar en las consecuencias de la exclusión como pecado social a través de (1) nuestro sistema de inmigración, y (2) nuestro sistema de justicia penal. En este contexto, una referencia muy útil es la campaña «Un año de Encuentro con Francisco» (véase el sitio web www.piconetwork.org para aprender más acerca de este excelente programa).
I. El pecado social de exclusión, a través de nuestro sistema de inmigración
Uno no tiene que ir muy lejos antes de darse cuenta de la tragedia que suponene nuestras fallidas políticas de inmigración en los Estados Unidos. Las familias quedan destrozadas, en comunidades por todo el mundo, cuando los padres se separan de sus hijos y son deportados por el «delito» de ser indocumentados. Trágicamente, los migrantes están arriesgando todo para escapar de la violencia y las maras. Las palabras del Palabras papa Francisco suenan muy ciertas, de nuevo:
«Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor.» (Francisco Homilía en Lampedusa, 08 de julio de 2013)
Como Vicencianos, debemos mirar a nuestras propias acciones, cómo estamos cuidando a los migrantes en nuestro entorno. ¿Estamos tomando en serio las palabras de San Vicente de Paúl, «La caridad es inventiva hasta el infinito», es decir, que ninguna obra de caridad es ajena a la Sociedad? ¿Hemos pensado en qué maneras podemos ayudar a dar seguridad a una familia, pensando fuera de la esfera de nuestras acciones normales? ¿Hemos estado abiertos a formas creativas de caminar con una familia que está luchando dentro del sistema de inmigración?
II. El pecado de la Exclusión Social a través de nuestro sistema de justicia penal
Nuestra sociedad se ha estado moviendo lentamente hacia una nueva comprensión de nuestro sistema de justicia penal. Se hace evidente, por la enorme tasa de encarcelamiento masivo y las altas tasas de reincidencia, que este sistema no está sirviendo a las necesidades de las víctimas o los delincuentes. Digo esto como ciudadano de Wisconsin, soy muy consciente de que mi estado está en los más altos puestos de las listas de encarcelamiento de hombres negros en Estados Unidos. De hecho, nuestra tasa es casi el doble que la promedio de nuestro país.
La Justicia Restaurativa está tomando un nuevo enfoque en la justicia penal; en lugar de asumir la visión simplista de que el crimen es una violación de la ley, se expande el entendimiento de que el crimen es una violación contra las personas y las relaciones, es decir, lo que conocemos como «pecado». Este enfoque se abordó en la Declaración Pastoral de los Obispos Católicos, «Rehabilitación de Responsabilidad y Restauración: una perspectiva católica sobre la Delincuencia y la Justicia Penal».
Creemos que las víctimas y los delincuentes son hijos de Dios. A pesar de sus propias reivindicaciones en la sociedad, la vida y la dignidad deben ser respetadas. Buscamos justicia, no venganza. Creemos que el castigo debe tener propósitos claros: la protección de la sociedad y la rehabilitación de aquellos que violan la ley.
La acción del papa Francisco en el Jueves Santo del año pasado decía mucho acerca de la dignidad de todas las personas, mientras lavaba los pies de seis hombres y seis mujeres en prisión. Y sus palabras, durante una entrevista con el New York Times, de hecho fueron profundas:
Tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de cada persona. Dios está en la vida de todos. Incluso si la vida de una persona ha sido un desastre, incluso si se ve destruida por vicios, drogas o cualquier otra cosa, Dios está en la vida de esta persona. Usted puede —debe— de tratar de buscar a Dios en cada vida humana.
En su reflexivo y estimulante discurso ante el Congreso, Francisco apoyó la campaña de nuestro Obispo para poner fin a la pena de muerte y señaló que la rehabilitación de los condenados por crímenes beneficia a toda la sociedad.
Sin duda, muchas de nuestras propias visitas domiciliarias vicentinas tocan a personas que han tenido contacto con nuestro sistema de justicia penal. ¿Estamos abogando por un enfoque de justicia restaurativa en nuestras comunidades? ¿Estamos llegando a aquellos que viven en los márgenes de este sistema?
Así que, al final, ¿dónde nos colocan estos ejemplos, como servidores en la Sociedad de San Vicente de Paúl?
Ellos nos recuerdan que todos somos responsables, en algún nivel, del pecado social en nuestro mundo, todos somos cómplices. Pero también es una oportunidad de gracia para ejercer nuestro propio impacto, en nuestro ministerio, de persona a persona, que está en nuestro corazón.
Recientemente me llamó la atención una canción popular, cantada por Vance Joy, «Mess is mine». Aunque de naturaleza secular, las palabras tienen un mensaje conmovedor que puede tener resonancias con nuestro ministerio. Realmente, nunca sabemos exactamente en qué situación nos encontraremos cuando vamos a una visita domiciliaria, pero estamos llamados a «salir» hacia el «desorden» del ser humano. Dios está en el desorden, y estará con nosotros mientras nos esforcemos por llevar salud y paz a este desorden, y ayudemos a nuestros amigos en necesidad a salir de la espiral descendente de la pobreza devastadora.
Pero tenemos que ser parte de la confusión… en palabras de Joy, «Este desastre era tuyo, ahora tu desastre es mío».
La Pobreza: ¿una oportunidad para el encuentro o la exclusión?
Por: Marian Lamoureux
Dirigente de la Región norcentral de «Voice of the Poor»
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