Jesús ha sido enviado para evangelizar a los pobres.
Para esta misión lo ha ungido Dios con el Espíritu. Pero evangelizar no es algo «espiritual» en el sentido de «irreal» e «inútil» siquiera.
Evangelizar no es solo anunciar por palabra y de manera abstracta la Buena Noticia. La evangelización entraña, sobre todo, una proclamación por obra, de manera concreta. Es romper la cadena injusta, desatar las correas del yugo insoportable, darles respiro a los pobres cansados y agobiados, abandonados y maltratados, entre los cuales «está nuestra oprimida y devastada tierra» (LS 2).
La evangelización, pues, que lleva a que se conozca la solidez de las enseñanzas impartidas es solo del que, habiendo proclamado palabras, les asegura a los congregados bien atentos: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Jesús, sí, es la Palabra creadora de Dios.
Así como Dios, con su palabra, dio origen a todo lo creado, así también Jesús, la Palabra que da plenitud a todas las palabras de Dios comunicadas antiguamente mediante los profetas, lleva a la existencia lo que él pronuncia. Así como las palabras de Dios consolaban e impulsaban a su pueblo elegido, así también la Palabra hecha carne, la única que da a conocer a Dios y sus planes y caminos, alienta a los abatidos y nos desafía a esforzarnos por un mundo más humano.
¿Son así las palabras que pronunciamos en nombre de Jesús? ¿Utilizamos las palabras recomendadas por san Vicente de Paúl (SV.ES IX:916), buenas, sinceras, entrañables, suficientes para atraer hacia Dios a gente más difícil y molesta? ¿No nos resultan palabrerías las enseñanzas de Laudato si’, siguiendo nosotros quizás con la misma vida consumista de siempre?
¿Se proclama clara y sencillamente la Escritura en nuestras iglesias de modo que todos la entiendan y broten de corazones arrepentidos lágrimas de alegría? ¿Se realiza en nuestras comunidades cristianas la afirmación de que «todos los miembros por igual se preocupan unos de otros»? ¿Contribuyen nuestras palabras a que se cree entre nosotros la comunión grata a Dios, y no la sacrílega que desmiembra a Cristo, dejando que pasen hambre los miembros necesitados?
¿Tenemos la convicción de san Vicente? Recordando con cariño y asombro los comienzos de la C.M., él iba repitiendo: «Me ha enviado para evangelizar a los pobres», y viviendo lo repetido, enseñó por su vida que nada le importaba más que evangelizar a los pobres a imitación de Cristo (SV.ES XI:321-331).
Señor, concédenos evangelizar a los pobres de palabra y de obra, asistiéndoles de todas las maneras y procurando que los demás les asistan asimismo (SV.ES XI:393).
24 de enero de 2016
3º Domingo de T.O. (C)
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10; 1 Cor 12, 12-30; Lc 1, 1-4; 4, 14-21
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