En el mensaje dirigido al Superior General de la Congregación de la Misión, el 12 de mayo de 1981, con ocasión del IV Centenario del nacimiento de San Vicente de Paúl, el Papa Juan Pablo II proclamó a San Vicente de Paúl “heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios”. Ciertamente, en la historia del compromiso socio-caritativo, San Vicente de Paúl se levanta como un testigo excepcional del amor misericordioso, afectivo y efectivo.
Dios Padre de ternura y misericordia
Es bien sabido que lo más característico de la palabra y de la vida de San Vicente gira alrededor de la caridad o amor de obra, que es la respuesta al Dios Padre que nos ama con infinitas entrañas de misericordia, y quiere expresamente que cumplamos, sin rupturas, los dos mandamientos que encierran toda la Ley y los Profetas (Mt 22, 37-40).
San Vicente navega airoso por las páginas de la Sagrada Escritura donde descubre al “Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34, 6) con un pueblo terco que se resiste a cumplir la Ley, a seguir la voz de los Profetas y a cumplir la Alianza de amor. San Vicente se llena de emoción ante un Padre cuyo amor entrañable supera al de una madre de la tierra, pues si ésta puede olvidarse de sus hijos, Dios no se olvidará jamás (cf. Is 49, 15); le impresiona “la manifestación de Dios nuestro Salvador y su amor –filantropíaa los hombres” (Tit 3, 4); se enternece ante el “Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 3-4); queda rendido ante el “Dios, rico en misericordia” (Ef 2, 4) que ofrece su perdón y su amor inviolables. Pero lo que más le fascina es que Dios se haya adelantado a amarnos, enviándonos a su Hijo al mundo, “para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). San Vicente de Paúl concluye que a los que Dios ha llamado, “mira siempre con ojos de misericordia”.
Jesucristo nos manifiesta misericordia, compasión y cariño
Para San Vicente de Paúl, en Jesús, lo mismo que en su Padre, el amor va acompañado de compasión y misericordia con sus criaturas privadas de gloria desde la entrada del pecado en el mundo. Para liberarlas, él mismo se hizo hombre y subió al leño de la cruz. Vicente fija su mirada en cómo, lleno de misericordia, Jesús recorría las aldeas y curaba a las gentes, compadeciéndose de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36). A Vicente de Paúl le bastaba abrir el Evangelio para cerciorarse del amor de Jesús a la muchedumbre abandonada y desesperanzada.
Hay dos notas del amor que San Vicente subraya con fuerza: la compasión y la misericordia. Ambas resaltan, sobre todo, en los misterios de la encarnación y la redención del Hijo de Dios, que nos reveló el amor trinitario y lo estableció entre nosotros mediante un servicio de oblación total al Padre.
En efecto, el servicio de Jesús patentiza su amor insondable y la razón de su venida al mundo “para servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45). Nótese con qué insistencia San Vicente vuelve a los misterios de la encarnación y redención para demostrar el amor de Jesús a la entera humanidad sufriente. Así, al hablar a los misioneros en la conferencia del 30 de mayo de 1659, dice: “Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre, para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra redención”.
Pero en lo que más insiste San Vicente es en la manifestación especial de misericordia que Jesús tiene hacia los pobres y desvalidos. Constantemente hace hincapié en que Jesús ha sido ungido por el Espíritu para evangelizar a los pobres. A las señoras de las Cofradías de la Caridad les dice en una larga plática del 11 de julio de 1657: “Sus sentimientos (de Jesús) más íntimos han sido preocuparse de los pobres para curarlos, socorrerlos y recomendarlos; en ellos es en quienes ponía todo su afecto”. Por eso era reconocido como el Mesías que el pueblo esperaba, según la respuesta dada por el mismo Jesús a los discípulos de Juan Bautista: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Lc 7, 22s).
Con frecuencia la misericordia de Jesús se reviste con caracteres de “cariño” o amor tierno. Ese cariño de Jesús, en boca de San Vicente, expresa la flor y nata de la misericordia. Muchas estampas evangélicas fueron interpretadas así por nuestro santo: “¡Qué cariñoso era el Hijo de Dios! Le llaman para que vaya a ver a Lázaro, y va. La Magdalena se levanta y acude a su encuentro llorando; la siguen los judíos también llorando. Todos se ponen a llorar. ¿Qué es lo que hace nuestro Señor? Se pone a llorar con ellos, lleno de ternura y compasión. Ese cariño es el que lo hizo venir del cielo; veía a los hombres privados de su gloria y se sintió afectado por su desgracia” (SVP, XI, 560).
La misericordia que conmueve el corazón
Un místico de la misericordia, como Vicente de Paúl, no puede por menos de acudir al “evangelio de la misericordia”, escrito por san Lucas, y realzar las virtudes que proceden del corazón. Es de sobra conocido que el Fundador de la Misión y de la Caridad ponía especial énfasis en algunas virtudes que nacen -al menos, etimológicamenteo residen en el corazón, tales como la cordialidad, la concordia entre los hermanos, el recuerdo de las proezas de Dios con su pueblo, el coraje apostólico para dilatar el Reino y, por supuesto, la misericordia: virtudes que preparan y expresan la reconciliación a todos los niveles.
Ya en 1617, dos acontecimientos, la confesión del campesino de Gannes y la soledad de una familia pobre, enferma y abandonada de Châtillon-les-Dombes, le “conmovieron el corazón” y dieron origen, respectivamente, a sus dos instituciones más famosas: la Misión y la Caridad, nacidas de la Providencia misericordiosa de Dios.
El mismo Vicente tuvo muy en cuenta la parábola del hijo pródigo al exhortar a todos a que recibieran el sacramento de la penitencia o de la misericordia, a fin de reconciliarse con Dios y con los hermanos. Como hábil director de conciencias y misionero experimentado, recalca que “la conversión es obra de la pura misericordia de Dios y de su omnipotencia” (SVP, VI, 481), y que hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan de conversión.
Exhortación a vivir la misericordia
La necesidad apremiante que tienen los pobres de ayuda material y espiritual ha inspirado, en todas las épocas, patéticas exhortaciones a obrar con espíritu de misericordia.
Sin duda, San Vicente fue un adelantado en vivir el amor misericordioso y en recomendarlo vivamente con palabras y ejemplos. Muchas de sus exhortaciones al respecto se encuentran repartidas en cartas y conferencias a los Misioneros, a las Hijas de la Caridad y a los miembros de las Cofradías de la Caridad. Pero hay algunas perfectamente encuadradas dentro del tema suyo favorito: la compasión y misericordia con los desvalidos. Era entonces cuando la palabra le fluía con más espontaneidad y unción, sin duda como algo natural que yacía en el hondón de su alma. Dentro de la antología de textos parenéticos referentes a la misericordia merece que destaquemos el siguiente, pronunciado ante los misioneros el 6 de agosto de 1656: “Es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacernos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo, pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu propio de Dios…”.
Se dice que no había clase de pobreza en su tiempo a la que no acudiera. Se afirma igualmente que fue un defensor de los derechos del pobre y un mediador de la paz. Por sus venas corría sangre de misericordia, dando vitalidad a su caridad pastoral. Sabía encontrarse en el padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo, para dar acogida a todos los descarriados. Lo mismo debían hacer sus compañeros de la Misión. En un arranque de emoción concluía así la citada conferencia anterior: “Tengamos misericordia, hermanos míos, y ejercitemos con todos nuestra compasión, de forma que nunca encontremos un pobre sin consolarlo, si podemos, ni a un hombre ignorante sin enseñarle en pocas palabras las cosas que necesita creer y hacer para su salvación ¡Oh Salvador, no permitas que abusemos de nuestra vocación ni quites de esta Compañía el espíritu de misericordia!”.
Evocación final
El día 27 de septiembre de 1987, en el 200 aniversario de la canonización de Vicente de Paúl, el Papa Juan Pablo II dijo en su homilía: “A través de las generaciones, San Vicente habla no sólo a su siglo, sino a toda la época moderna, inscribiendo de nuevo en ésta, con toda la radicalidad del evangelio, las palabras del Sermón de la Montaña: ‘Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia’ (Lc 6, 36)… Todos los hijos e hijas de San Vicente han aprendido de Cristo, con su ayuda, a recorrer la senda evangélica que pasa a través del Sermón de la Montaña: Bienaventurados los misericordiosos”.
Autor: Antonino Orcajo, C.M.
Fuente: Boletín Vicenciano, Congregación de la Misión, provincias de Madrid, Salamanca y Barcelona, nº 3, diciembre de 2015.
Obrigada a FAMVIN pela rica reflexao sobre a forte experiência de nosso querido São Vicente de Paulo, o pai dos pobres, o arauto da Misericórdia. Realmente sua vida e ensinamentos transpiram a Misericordia que bebeu no coração de nosso Senhor Jesus Cristo. Que sejamos MISERICORFIOSOS COMO O PAI E MISERICORDIOSO… E neste ano da Colaboração Vicentina, façamos a diferença, construindo um mundo de misericórdia, amor e paz.