El P. McCullen nació en 1926, en Drogheda (Irlanda). Ingresó en la Congregación de la Misión en 1945, después de estudiar en la universidad de San Patricio, Armagh (Irlanda del Norte). Antes de esto ya había estudiado en el Seminario Nacional de Maynooth. En 1948, obtuvo (con honores) el Grado de licenciatura en Inglés de la Universidad Nacional de Irlanda, y a continuación realizó cuatro años de estudios teológicos antes de su ordenación sacerdotal, en 1952.

El P. McCullen continuó sus estudios en Roma, donde obtuvo un Doctorado en Derecho Canónico en 1956. De regreso a Irlanda, pasó los siguientes 11 años en St. Kevin, una casa de estudios para estudiantes de teología en Glenhart, sirviendo como profesor de Derecho Canónico, Director de Estudiantes y Superior. De 1967 a 1975 fue Director Espiritual en Maynooth, en donde se preparaban al sacerdocio el 90 por ciento de los sacerdotes diocesanos de Irlanda. Luego se desempeñó como Provincial de la Provincia de Irlanda. Durante sus cinco años en este puesto, fue muy activo en el fomento de las actividades misioneras en Nigeria, una misión floreciente de la Provincia.

En 1980, el padre Richard fue elegido Superior General de la Congregación de la Misión. Supervisó la continuación de la misión del fundador de la Congregación, San Vicente de Paul, y adaptó a la misión a los nuevos tiempos y diferentes culturas. Se desempeñó en este cargo desde 1980 hasta 1992.

Durante su mandato se aprobaron las Constituciones de la Congregación; también se promulgaron las Constituciones de las Hijas de la Caridad. El padre McCullen se mantuvo en contacto con las provincias y promovió la espiritualidad dentro de la Familia Vicenciana. Redactó la Ratio Formationis y exhortó a los hermanos a ampliar su visión y ver la Congregación como una unidad.

Desde 1993 a 1995 el padre trabajó como director espiritual en el Colegio de San Patricio en Dublín. Desde 1996 ha residido en el Colegio de San Pablo en Dublín, donde murió el 24 de diciembre 2015.

Su funeral está programado para el martes, día 29 de diciembre.

Nota del editor: Al término de su mandato de doce años como Superior General, escribió …

En un momento de íntima revelación, San Vicente comentó un día: «Hay dos cosas en mí: gratitud e incapacidad de no alabar lo bueno» (Abelly, III, p. 208, primera edición). Al final de mi mandato como Superior General, encuentro mucha gratitud en mi corazón por todo el bien que he visto en las dos comunidades de San Vicente, y aún más gratitud por todo lo que he recibido de los miembros de nuestras comunidades vicencianas. No ha sido difícil para mí alabar todo el bien que he visto y he experimentado. Mi dificultad ha estado en no ser capaz de ver en toda su extensión y encontrar las expresiones adecuadas de gratitud, y continúo trabajando bajo esa dificultad. En los que trabajaban más cerca de mí he visto una bondad brande y profunda. Tengo una deuda incalculable de agradecimiento con los Asistentes, y en particular al Vicario General, P. Miguel Pérez Flores, cuya competencia y lealtad durante un lapso de doce años me ha facilitado el tránsito por cuestiones difíciles. Permítanme también expresar mi gratitud a las Hermanas y Hermanos que trabajaron conmigo en la Curia General y de cuya bondad he sido testigo y beneficiario a diario. Fue GK Chesterton quien dijo que «elegimos a nuestros amigos, pero Dios nos da a nuestros vecinos». En los vecinos que Dios me dio en la Curia encontré excelentes amigos.

De qué mejor que manera terminar, sino con las palabras con que San Vicente concluye nuestras Reglas Comunes: «Debemos asentar firmemente en nuestras cabezas que, cuando hemos llevado a cabo todo lo que se nos ha pedido que hagamos, debemos, siguiendo el consejo de Cristo, decirnos a nosotros mismos que somos siervos inútiles, que hemos hecho lo que teníamos que hacer, y que, de hecho, no podríamos haber hecho nada sin Él. «(CR XII, 14).

De su libro «Deep Down Things» (Cosas Profundas)