“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Is 45, 6-8. 18. 21-25; Sal 84; Lc 7, 19-23
La pregunta que nace dentro del círculo de Juan y sus seguidores, ante los signos que Jesús venía haciendo a lo largo de su ministerio era esta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (v 20). Y no es para menos, Jesús acababa de resucitar a un joven, hijo único de una viuda. Él, conmovido por las lágrimas y el dolor de su madre se acercó al cortejo fúnebre y ordenó al difunto: “Joven, yo te lo mando, levántate” (v 14). Y una vez incorporado, se lo entregó a su madre.
¿Quién en realidad dudaba de la identidad de Jesús? ¿El Bautista o sus discípulos? Cada uno podrá dar una respuesta. Lo cierto es que Juan siempre se consideró el precursor de Jesús. Es decir, el que preparó el camino de su llegada, invitando a los hombres abrirse a la llegada del Mesías anunciado, mediante el bautismo de agua y de penitencia que él administraba.
Hay una leyenda en que se cuenta que un hombre cayó en un pozo. Pasó Buda y le dijo: Si hubieras cumplido lo que yo enseño, no te habría sucedido eso”. Pasó Confucio, y le dijo: “Cuando salgas, vente conmigo y te enseñaré a no caer más en el pozo”. Pasó Jesús, vio a aquel hombre desesperado, y bajó al pozo para ayudarlo a salir. Así es Jesús. Basta una palabra, una situación humana, un sufrimiento, para que brote tu afecto lleno de ternura. ¡Dichoso aquel para quien yo no soy un motivo de escándalo! (v 23) Que tampoco nosotros nos escandalicemos por su actuar amoroso.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Jorge Pedrosa Pérez, C.M.
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