Sabemos que el Espíritu Santo no sólo enriquece con sus carismas a las personas particulares, sino que da también sus dones a los grupos y comunidades posibilitando la conformación de grandes Familias Espirituales. La Sociedad de San Vicente de Paúl forma parte de la Familia Vicenciana, inspirada en el carisma de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac y que ha estado compuesta por 268 instituciones en el mundo. De todas ellas, 239 son Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, 21 son asociaciones laicales y 8 son congregaciones anglicanas. Perviven en la actualidad 165 en total.
Conocemos a varios de todos esos grupos; pero, dado que estamos en el Año de la Vida Consagrada, nos fijamos ahora en las dos Sociedades de Vida Apostólica presentes entre nosotros: la Congregación de la Misión (Misioneros Paúles) y la Compañía de las Hijas de la Caridad.
La Congregación de la Misión surgió de la intuición de San Vicente de Paúl a raíz de su primer sermón de misión en 1617 en la aldea de Folleville (Francia) Dándose cuenta de la ignorancia religiosa de la pobre gente del campo, San Vicente se dedicó a dar misiones por las aldeas, de manera que algunos sacerdotes se le fueron uniendo en esa labor. Después de varios años de práctica misionera, el 17 de abril de 1625 firmaba en el palacio de los Gondi en París el contrato misionero con el que daba comienzo propiamente la Congregación de la Misión. Unos pocos años después, el 12 de Enero de 1633, Urbano VIII firmaba la bula “Salvatoris nostri” por la que aprobaba formalmente la Congregación.
Es claro desde el principio el fin que persiguen los misioneros paúles: “seguir a Cristo evangelizador de los pobres”; para lo cual procuran revestirse del espíritu del mismo Jesucristo, dedicarse a la evangelización de los pobres y ayudar en su formación a clérigos y laicos. Con la mirada puesta en Jesucristo, cultivan los misioneros el amor y la reverencia al Padre, la caridad compasiva y eficaz con los pobres y la docilidad a la Divina Providencia. Es estilo de vida de los miembros de la Congregación se distingue por la forma comunitaria, teniendo todo en común y esforzándose por crecer en una verdadera vida fraterna. Se comprometen, además, mediante voto, a la práctica de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) y hacen voto específico de estabilidad dentro de la Congregación para dedicarse de por vida a la evangelización de los pobres. Para mejor conseguir ese fin y responder mejor a las exigencias de su vocación, se esfuerzan en la vivencia de unas virtudes determinadas: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por la salvación de las almas.
Hoy, los misioneros paúles son unos 3.700 en los cinco continentes del mundo. En España, vienen a ser algo más de 300 distribuidos en las cuatro Provincias canónicas de Barcelona, Madrid, Salamanca y Zaragoza. Atienden ministerios varios como las misiones populares, parroquias, enseñanza, atención a las Hijas de la Caridad y Familia Vicenciana, pastoral penitenciaria, capellanías, obras sociales…
La Compañía de las Hijas de la Caridad brotó como respuesta de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac a las necesidades de los pobres. Grandes eran las miserias humanas y materiales de la población de Francia en aquella época. Y los Fundadores vieron la necesidad de contar con un grupo de mujeres que, de manera estable y sin ser religiosas, pudieran dedicarse por entero a socorrer a los necesitados. Valiéndose de la intuición, la prudencia y la constancia, fundaron el 29 de Noviembre de 1633 la primera comunidad de Hijas de la Caridad, que fueron aprobadas en 1655 por el arzobispo de Paris y recibieron la aprobación pontificia del Papa Clemente IX el 8 de Junio de 1668.
En fidelidad a su Bautismo, las Hijas de la Caridad se entregan por entero y en comunidad al servicio de Cristo en los pobres. En una mirada de Fe, ven a Cristo en los pobres y a los pobres en Cristo, de manera que desean servirle en ellos con “dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción”. Porque muchas son las formas de pobreza, muchas son también las formas de servicio de las Hijas de la Caridad, dando siempre prioridad “a los pobres desprovistos de todo”.
Las Hijas de la Caridad llevan una forma comunitaria de vida fraterna, de manera que las hermanas se acogen en comunidad con fe y sencillez de corazón, ayudándose unas a otras a crecer en su vocación y a entregarse con pasión al servicio de los pobres. Se comprometen además, anualmente mediante voto a practicar los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, así como a servir a los pobres según sus Constituciones y Estatutos. Cultivan las virtudes de sencillez, humildad y caridad para asemejarse más a Jesucristo-Servidor. Y tienen la preocupación primordial de dar a los pobres a conocer a Dios, de anunciarles el Evangelio y de hacer presente el Reino entre ellos.
Actualmente, las Hijas de la Caridad son más de 16.000 en 92 países del mundo. En España vienen a ser unas 6.000, distribuidas en seis provincias: San Sebastián, Pamplona, Barcelona, San Vicente, Santa Luisa y España Sur. Muy variadas son las obras y servicios que atienden: sanidad, enseñanza, atención a la mujer, cuidado de los niños en riesgo de exclusión, enfermos desasistidos, comedores sociales, promoción humana, desarrollo social, inmigrantes, colectivos marginados…
Es fácil comprobar en esta breve presentación de las dos Sociedades de Vida Apostólica lo nuclear del carisma vicenciano: la misión y la caridad. Se trata de hacer presente el Reino de Dios entre nosotros mediante la proclamación del Evangelio y el servicio integral a los pobres: un servicio de amor afectivo y efectivo. El mundo necesita hoy de misioneros y hermanas que se entreguen por entero a la evangelización y el servicio de los pobres. Como vicentinos, hagámonos solidarios de estas ramas de nuestra Familia uniéndonos a ellas por medio de la oración, la cercanía, el afecto y la colaboración.
Autor: Padre Santiago Azcarate C.M., asesor religioso nacional de la SSVP en España
Fuente: http://ssvp.es
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