El pasado sábado, día 23 de mayo de 2015, pasará a la historia de la Iglesia y del mundo como una fecha importante e inolvidable. En ese día señalado tuvo lugar la esperada y ansiada beatificación de Mons. Oscar Arnulfo Romero, el Arzobispo de San Salvador que fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía el lunes 24 de marzo de 1980. Después de años de paralización de la causa, el Arzobispo Oscar Romero ha subido a los altares. Y lo ha hecho en su país natal, El Salvador, que le vio dar su vida por el Evangelio y, por consiguiente, por defender a los pobres y explotados frente a los poderes imperantes.
Mons. Oscar Arnulfo Romero fue el Pastor que siempre estuvo al lado del pueblo sufriente y cargó sobre sus hombros los dolores, fatigas, injusticias… de sus hermanos más pobres y abandonados. Y fue el profeta que nunca rehuyó la denuncia de las estructuras perversas contrarias a la dignidad fundamental de toda persona. Como dijo, durante la Eucaristía de beatificación, Mons. Vincenzo Puglia, postulador de su causa, “el pueblo sintió el olor de pastor de Romero y éste llegó a ser un ejemplo de pastor que defiende a los pobres”.
Más de 300.000 personas se concentraron, el pasado sábado, en la Plaza Divino Salvador del Mundo, en la capital salvadoreña, para asistir y participar en la beatificación de Mons. Romero, asesinado “en odio a la fe”, hace 35 años, durante su ejercicio pastoral. La ceremonia de beatificación estuvo presidida por el Cardenal Angelo Amato, enviado especial del Papa Francisco y prefecto de la Congregación para la causa de los Santos.
El Papa Francisco envió una carta que fue leída durante la ceremonia. Por su importancia la transcribimos íntegramente:
«La beatificación de monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez, que fue Pastor de esa querida Arquidiócesis, es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia. Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo.
El Señor nunca abandona a su pueblo en las dificultades, y se muestra siempre solícito con sus necesidades. Él ve la opresión, oye los gritos de dolor de sus hijos, y acude en su ayuda para librarlos de la opresión y llevarlos a una nueva tierra, fértil y espaciosa, que ‘mana leche y miel’ (cf. Ex 3, 7-8). Igual que un día eligió a Moisés para que, en su nombre, guiara a su pueblo, sigue suscitando pastores según su corazón, que apacienten con ciencia y prudencia su rebaño (cf. Jer 3, 15).
En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas.
En este día de fiesta para la Nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obra un ejercicio pleno de caridad cristiana.
La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos en torno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad.
Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia. Es necesario renunciar a ‘la violencia de la espada, la del odio’, y vivir ‘la violencia del amor, la que dejo a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros’. Él supo ver y experimentó en su propia carne ‘el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance a los demás’. Y, con corazón de padre, se preocupó de ‘las mayorías pobres’, pidiendo a los poderosos que convirtiesen ‘las armas en hoces para el trabajo’.
Quienes tengan a Monseñor Romero como amigo en la fe, quienes lo invoquen como protector e intercesor, quienes admiren su figura, encuentren en él fuerza y ánimo para construir el Reino de Dios, para comprometerse por un orden social más equitativo y digno.
Es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan. El Papa participa de sus esperanzas, se une a sus oraciones para que florezca la semilla del martirio y se afiancen por los verdaderos senderos a los hijos e hijas de esa Nación, que se precia de llevar el nombre del divino Salvador del mundo”.
Fuente: http://misionerospaules.org/
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