«Señor, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?» (SVdeP)
El Evangelio de esta Liturgia, tiene un fuerte sabor a despedida. De hecho, el pasaje forma parte del diálogo de Jesús con sus discípulos en los momentos previos a los acontecimientos de su pasión y muerte. Después del signo del lavatorio de los pies, Jesús ha continuado un largo diálogo con sus discípulos, en el que va explicitando lo que podríamos llamar su testamento espiritual, presintiendo que ya está cercano su fin y que ya no estará más en medio de ellos.
Y no es para menos que Jesús dedicara un amplio espacio a preparar a sus discípulos sobre el futuro que les esperaba ya sin su presencia física. Es obvio que históricamente es imposible afirmar que Jesús era consciente o no de su inminente arresto y ulterior condena a muerte; pero en lo que concierne a la narración, su suerte ya estaba echada; en Juan 12,50, el sumo sacerdote dictó ya prácticamente su sentencia: “Es mejor que muera uno sólo por el pueblo y no que muera toda la nación”; por eso, desde aquel momento “los sumos sacerdotes y los fariseos dieron órdenes para que quien conociese su paradero lo denunciase, de modo que pudieran arrestarlo.
Es lógico, pues, que Juan vaya poniendo en labios de Jesús palabras de despedida. Por supuesto que los discípulos no entenderían sus palabras; hasta el último momento esperaban que se manifestara como el Mesías de Israel, porque aún no habían podido superar la idea de un mesianismo, extraordinario y espectacular. No habían logrado entender todavía de qué manera Él estaba ya llevando adelante la misión que le correspondía como enviado del Padre.
Con todo, Jesús les da ánimo con palabras esperanzadoras: “No se inquieten; voy a prepararles un lugar, para que donde Yo esté, estén también ustedes”. Hasta aquí todo va muy bien; ¡quién más que los discípulos quisiera mantener indefinidamente la compañía del Maestro! El desconcierto viene cuando Jesús les habla de recorrer el camino por sí solos: “No sabemos a donde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?, le dice Tomás, hablando por el resto de los discípulos.
Para todo ser humano recorrer el camino -de la vida- es y será siempre su mayor desafío; sin embargo, es lo que tal vez puede producir mayor satisfacción, cuando tenemos la suerte de haber encontrado el camino acertado. “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida”. Si los discípulos han estado atentos a las palabras, a los signos y al estilo de vida de su Maestro, no podrán tener ningún temor, pues basta con seguir sus huellas, basta con actuar en cada circunstancia como lo haría el Maestro y eso sería más que suficiente.
Sin embargo, parece que los discípulos aún están en ciernes, les falta aún mucha conciencia, mucha formación, para poder entender cuál es el camino por el que ha optado Jesús. Pero no sólo desconcierta a los discípulos el tema del camino; también para ellos es desconcertante la idea de la “Paternidad de Dios”; Jesús habla con una familiaridad extrema de la paternidad de Dios, al punto de llamarlo “Mi Padre”, algo que no era tan común en el judaísmo. Que no era tan común lo podemos confirmar por el revuelo y el escándalo suscitado entre las autoridades del templo, hasta el punto de tildar a Jesús de loco, y de acusarlo de blasfemo, porque llamaba Padre a Dios.
Consideremos este discurso dirigido a una audiencia que se encuentra sin ver a Jesús, la comunidad joanina. A esta comunidad, que recibe el evangelio, se les está proponiendo seguir el ejemplo de Jesús, de la misma forma que Jesús pidió a sus discípulos cercanos (en el tiempo y espacio) que siguieran su propio ejemplo. Hoy cada uno de nosotros bautizados, estamos invitados a vivir y amar como Jesús vivió y amó.
«¿Es esto conforme con las máximas del Hijo de Dios?” Si así lo cree, diga: “entonces, bien, hagámoslo.» (SVdeP)
Fuente: ssvp.es
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