«Qué poco se necesita para ser Santa: hacer en todo la voluntad de Dios» (SVdeP)
En la liturgia dominical, se nos presenta una bella lección de humanismo dirigida por Dios a nosotros, su pueblo amado. La primera lección la encontramos en el Levítico: “sean santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. Y es que, la santidad en las Sagradas Escrituras, tiene una dimensión comunitaria, con consecuencias prácticas para la vida social y cultural. La santidad de Dios, tiene qué ver con dos aspectos: La justicia y la misericordia. Dios es santo no por su trascendencia, sino por su encarnación en el dolor humano. Por tanto, no se es santo, por ser de una religión, sino por obrar en amor, perdón, misericordia y compasión. Desde esta perspectiva, la santidad no es intimista, individual, es la prolongación de las obras a favor de la vida del prójimo.
La segunda lección se da desde la carta de San Pablo a los Corintios: Considera al ser humano como Templo de Dios y morada del Espíritu Santo. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efectos. La intención de Pablo, entonces, es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios, son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera, Pablo supera la ideología de la presencia de Dios en una construcción, a unas paredes, a un lugar específico de culto. Es en las personas que debemos dar verdadero culto a Dios, son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.
El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado por Mateo, en esta sección de su Evangelio: el amor. Este amor propuesto por Jesús, supera el mandamiento antiguo (Lev. 19-18); que permite implícitamente el odio al enemigo; es superado porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi Conferencia, a los de mi Parroquia, a los que me aman, sino que es un amor que alcanza a los enemigos. Es un amor para todos; es un amor universal sin exclusión, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley violenta del Talión (ojo por ojo, diente por diente), sino en la justicia, en la solidaridad, en el respeto por la vida, considerándola sagrada e inviolable.
Hoy en nuestro mundo, la comunidad de Jesús es víctima de prácticas monoculturales, excluyentes y discriminatorias. No es una lección fácil de aprender, asimilar y llevar a la práctica. Pero el Evangelio de Jesús es así, radical y sin ambigüedades; hay que amar a todos sin excepción, aún al enemigo. Por consiguiente, esta ética de la fraternidad sólo será posible cuando nuestros corazones se abran al perdón, al amor y a la misericordia.
Como cristianos y vicencianos, debemos asumir como estilo normal de vida la práctica del amor, pues nuestra vocación y espiritualidad es manifestar el testimonio de ese amor sin límites ofrecido por Dios a todos los hombres.
«¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra y, al mismo tiempo, una afición a Dios y una unión a la voluntad divina.» (SVdeP)
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