7 de febrero
Memoria Beata Rosalia Rendu
1Reyes 8,22-23.27-30; Salmo 83; Marcos 7,1-13
«El ruido no hace bien; el bien no hace ruido» (SVdeP)
Jesús, de otro modo, nos recuerda que “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”. Es que, efectivamente, hay entre nosotros -los creyentes- algunos que nos fijamos demasiado en las formas, a tal extremo que nos esclavizamos a ellas. Nos cegamos y ya no podemos percibir el fondo. Somos muy prejuiciosos.
Una vez que etiquetamos a una persona, a una actitud o a una forma de comportamiento, no hay quien nos la haga ver de otro modo. Por eso costó tanto introducir las guitarras, los bombos y aun las baterías al templo durante la celebración eucarística. Y cuando se logró, la Iglesia se renovó y remozó, porque durante un tiempo los jóvenes se sintieron parte de ella, pues sus preferencias fueron atendidas…
Pero, pasado un tiempo, de nuevo nos quedamos en las formas. Aquella novedad se desgastó y dejó de serlo y ya a nadie llama la atención que suenen unas guitarras lánguidas y soñolientas en Misa y ni los mismos jóvenes les hacen caso, pues en muchos casos se vienen repitiendo por décadas las mismas canciones. Así, lo que alguna vez fue un atractivo novedoso, hoy significa muy poco.
¡Qué importantes son las formas para nosotros! Ellas nos atraen y cautivan. Ellas nos seducen. Del mismo modo, estas pueden ser el motivo de rechazo o de reparo frente a una persona, movimiento o actitud. Muchas veces, por la pura apariencia, no estamos dispuestos a dar la oportunidad que merece a alguien o a algo. ¡No me gustan las multitudes! ¡No me gustan los gritos desafinados! Etc.
Y así, poco a poco y sin darnos ni cuenta, vamos poniendo los estándares externos, de forma, bajo los cuales estamos dispuestos a valorar algo o a alguien. El gran problema está en que lamentablemente muchas veces nos quedamos en las formas y no aquilatamos el fondo, porque no le damos oportunidad de manifestarse. Otros, en un mundo en el que se vive la dictadura de la moda, de la aceptación y del qué dirán, se esclavizan a ellas, pretendiendo que con ello han resuelto el problema de la existencia y no se dan cuenta que se han quedado en la periferia. Eso pasaba con los fariseos y escribas entonces y pasa, sin duda, con muchos de nosotros, aun al interior de la Iglesia y por qué no decirlo en el seno de nuestras Conferencias. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
Que son tiempos difíciles, que constituyen un reto para nuestra inteligencia y razonamiento. No hay duda. Pero ello no justifica que actuemos guiados por prejuicios. Tenemos que abrir nuestras mentes y corazones. Y esto solo puede hacerlo el Señor. Busquémosle y pongamos en oración todo lo que nos sucede, toda nuestra vida, que Él sabrá iluminarla y ayudarnos a discernir lo más apropiado en cada ocasión. No olvidemos que antes que nada y por sobre todo ha de estar el amor. ¿No fue eso mismo, lo que Sor Rosalía Rendu, trató de incentivar y motivar a nuestros primeros consocios, en aquellos primeros momentos de nuestra amada Sociedad de San Vicente?
Sí, creo que es importante procurar una “envoltura” atractiva y siempre renovada para presentar el mensaje. Es nuestra obligación presentarlo bajo los patrones estéticos y valorativos de nuestro tiempo, pero sin hacernos esclavos de ello y mucho menos hipotecando el fondo. Entonces, no debemos dejar que las formas nos impidan ver el fondo y tampoco debemos esclavizarnos a las formas, al punto de rendirles culto, olvidándonos del fondo. El Hombre -la Vida-, ha de ser siempre lo primero.
Que la memoria de la Beata Sor Rosalía Rendu, inspiradora de nuestra espiritualidad, nos aliente no sólo honrar a Dios con los labios, sino a acercar y hacer semejante nuestro corazón al Suyo.
«El amor es inventivo hasta el infinito». (SVdeP)
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