En una viñeta publicada recientemente, una nena le contaba a su amiga que, para esta Navidad, les había pedido a sus padres que no le regalaran juguetes sino “espíritu navideño», y que sus padres quedaron desconcertados, sin entender ni saber qué hacer. El mensaje me pareció muy agudo y ciertamente nos plantea la pregunta: ¿qué es el espíritu navideño?
Da la impresión de que para responder habría que emprender una carrera de obstáculos a través de muchos impedimentos, entre otros, los que nos impone el acelerado consumismo de fin de año. Pero la pregunta está ahí. A lo largo de los tiempos el arte procuró expresarlo de mil maneras y logró acercarnos bastante al significado de ese espíritu navideño. ¡Cuántos cuentos de Navidad nos ofrecen historias que nos aproximan a él! Los bellísimos relatos de Andersen, Tillich, Lenz, Boll, Dickens, Gorki, Hamsun, Hesse, Mann y tantos otros lograron abrir horizontes de significación que nos adentran por este camino de comprensión del misterio, pero, con todo, no resultan suficientes.
Y, sin embargo, es precisamente un relato, un relato histórico, el que nos abre las puertas al real significado del “espíritu navideño». Un relato simple y preciso. Dice así: “En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.
Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2, 1-7).
Se trata de un relato histórico, sencillo y con marcada referencia al camino andado por el pueblo de Israel. Cuando Dios eligió a su pueblo y comenzó a caminar con él le hizo una promesa; no les vendió ilusiones sino que, en sus corazones, sembró la esperanza; les dio esa esperanza que no defrauda. Basados en el relato transcripto más arriba, los cristianos sostenemos que esa esperanza se ha consolidado. Se consolida y nos lanza hacia adelante, hacia el momento del reencuentro definitivo. Así se manifiesta el “espíritu navideño»: promesa que genera esperanza, se consolida en Jesús y se proyecta hacia la segunda venida del Señor.
El relato citado continúa narrando la escena de los pastores, la aparición de los ángeles y el cántico que es mensaje para todos: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él». La esperanza consolidada no sólo apunta al futuro, sino que también se desborda en el mismo presente y se expresa en deseos de paz y fraternidad universal que, para convertirse en realidad, se han de enraizar en el corazón.
Cada vez que leo el relato y contemplo la escena adentrándome en este espíritu de esperanza y de paz pienso en todos los hombres y las mujeres, creyentes o no creyentes, que andan el camino de la vida y senderean tantas búsquedas en esperanza o en desesperanza, y me brota el deseo de acercarme, de augurar paz, mucha paz y también de recibirla; paz de hermanos, pues todos lo somos, paz que construye. Augurar y recibir esa paz que definitivamente posibilita que, en medio de tantas neblinas y noches, podamos reconocernos y reencontrarnos como hermanos, reconocernos en nuestro rostro que nos refleja creados a imagen de Dios. ¿Será esto parte 27 del espíritu navideño que aquella nena de la viñeta reclamaba a sus padres?
CARDENAL JORGE MARIO BERGOGLIO (Ahora Papa Francisco)
23 de diciembre de 2011
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