Jesús se despoja de sí mismo y obedece humilde hasta la muerte vergonzosa de cruz. Dios, por lo tanto, lo exalta, lo llena de gloria. Por él, con él y en él, la derrota es el triunfo.
La derrota es dura de aceptar. Ella deja a los derrotados sintiéndose deprimidos. Mas los que siguen a Cristo no así se han de sentir. Y esto nos lo enseñan las lecturas de hoy.
Termina el evangelio con este dicho de Jesús: «En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre». Así es la respuesta corta que les da Jesús a Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Pues han preguntado en privado: «¿Cuándo sucederán estas cosas? ¿Y cuál será la señal de que todo esto está para cumplirse?».
Así que los cuatro primeros discípulos siguen a Jesús aún cuando él ya está poniendo fin a su misión en la tierra. Y como son los primeros en seguirle, pueda ser que sean más íntimos con él que los demás. Pero el ser ellos los primeros, esto quiere decir, por supuesto, que han de ser los últimos de todos. También han de servir y sufrir más que los demás.
Y la respuesta larga deja claro que ellos han de aguantar tiempos de desastres y abominaciones. Por encima de esto, sufrirán contrariedades y persecuciones, conocerán derrota, decepción y miseria. Y verán derrumbarse el mundo alrededor de ellos.
La derrota no es la última palabra.
Es preciso, sí, que se derrumbe el viejo mundo para que brote el nuevo mundo. Por lo tanto, los que siguen a Cristo no se han de centrar en lo que los deprime, los angustia y les da más ansias. Han de fijar ellos los ojos en el cielo para que vean al Hijo del hombre venir sobre las nubes. Con gran poder y gloria. Después de todo, los tiempos duros, la derrota y la aflicción anuncian que él está cerca, a la puerta.
Esto, claro, quiere decir que los discípulos comparten la pasión y la muerte de Jesús para compartir su resurrección. Es decir, pasan a través de la derrota, pasión, perdición, muerte, para resucitar por él, con él y en él. Pues sacrificarse, entregar el cuerpo, derramar la sangre, esto no más es lo que lleva a la vida nueva. Morir, sí, es vivir.
Señor Jesús, ayúdanos a captar que solo por ti, contigo y en ti podemos estar seguros de que no nos tocará el mal, si bien parece que nos abruma la derrota y que todo en torno a nosotros está a punto de perecer (RCCM II, 2). Concédenos también la convicción de que estamos en buenas manos, pues solo el Padre sabe el día y la hora. Así, lograremos ver además que no sin razón, si bien no la conocemos, nos encontramos con no pocas adversidades (SV.ES VII:249).
17 Noviembre 2024
33º Domingo de T.O. (B)
Dn 12, 1-3; Heb 10, 11-14. 8; Mc 13, 24-32
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