La sinodalidad en el Carisma Vicenciano (segunda parte)

por | Oct 17, 2024 | Famvin 2024, Formación | 0 comentarios

Reflexiones sobre los temas que se abordarán en el Encuentro de la Familia Vicenciana en Roma.
Cada semana te presentaremos una reflexión en torno a alguno de los temas relacionados con el encuentro de la Familia Vicenciana que tendrá lugar en Roma, del 14 al 17 de noviembre de 2024.

 

Este estudio es el Trabajo Fin de Máster del programa «Máster en Vicencianismo«, de sor María Isabel Vergara Arnedillo, actual Visitadora de la Provincia España-Este de las Hijas de la Caridad. Por su extensión publicaremos semanalmente en cuatro entradas.

  • Introducción: El texto introduce la sinodalidad como el camino que el Papa Francisco propone para la Iglesia, invitando a «caminar juntos» en comunión y participación. Reflexiona sobre cómo la sinodalidad debe ser la práctica habitual y cuestiona por qué esta forma no ha sido siempre predominante en la Iglesia.
  • Primera parte, La sinodalidad en la Iglesia: La sinodalidad es presentada como una dimensión esencial de la Iglesia, que implica caminar juntos en comunión y participación activa de todos los bautizados. Abarca actitudes, dinámicas relacionales y garantías jurídicas, promoviendo un modelo de Iglesia inclusiva que responde a los desafíos contemporáneos desde la unidad y diversidad.
  • Segunda parte,  La dimensión sinodal en las tres primeras fundaciones vicencianas: San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, aunque no usaron el término «sinodalidad», vivieron sus principios. En las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, se destaca la comunión, participación y misión como fundamentos organizativos y espirituales, anticipando la visión del Concilio Vaticano II.
  • Tercera y última parte, disponible a partir del 23 de octubre:  Retos actuales en la Familia Vicenciana para vivir sinodalmente: La Familia Vicenciana enfrenta el reto de vivir en sinodalidad, centrando su misión en los pobres y promoviendo una participación activa e igualitaria. Debe superar estructuras clericales y potenciar espacios de formación, reflexión y acción compartida, respondiendo así al llamado del Espíritu a ser una Iglesia de comunión y cercanía.

Segunda parte:
La dimensión sinodal en las tres primeras fundaciones vicencianas

Ni San Vicente ni Santa Luisa utilizaron nunca la palabra sinodalidad aunque sí que vivieron, de manera anticipada, muchas de las intuiciones sobre la Iglesia Comunión que en el Siglo XX a partir del CVII se han querido hacer vida.

A ellos les tocó vivir en el momento eclesial del Concilio de Trento que impulsó la celebración de sínodos diocesanos y provinciales que no tenían como objeto, según la cultura del tiempo, suscitar la corresponsabilidad activa de todo el Pueblo de Dios, sino transmitir y poner en práctica normas y disposiciones. Debido a la reforma protestante que criticaba la autoridad eclesiástica, se acentuó una Iglesia jerárquica como sociedad perfecta y de desiguales en la que los Pastores eran los que enseñaban y el resto del Pueblo de Dios quienes aprendían, estableciéndose así una distancia muy grande entre unos y otros.

Los Fundadores fueron personas de su tiempo, pero supieron dejarse llevar por el Espíritu Santo y de esta manera iniciaron en aquel marco eclesial una nueva manera de seguir a Jesucristo que, con los pobres como brújula, encontró maneras nuevas de entregarse a Él y de organizarse para poder servirles y evangelizarles.

Vamos a fijarnos en las tres instituciones que ellos pusieron en marcha: las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad. Nos fijaremos en su manera de llevar a cabo la misión y en algunas de sus prácticas concretas de vida, destacando cómo vivieron en estas tres fundaciones las claves de la Comunión, la Participación y la Misión. Ahondaremos en sus reglamentos, reglas y documentos antiguos desde la perspectiva sinodal y también destacaremos de sus documentos más recientes cómo quieren hacer vida dichas claves en la actualidad .

Las Cofradías de la Caridad

La primera de las Cofradías de la Caridad fue fundada por San Vicente de Paúl el año 1617 en Chatillon. Fue la necesidad de una pobre familia del pueblo la que puso en marcha a muchas de las vecinas del mismo, tras verse conmovidas por el sermón que su párroco, el Señor Vicente, dijo en la Misa dominical.

San Vicente intuyó que la Caridad para ser tal y para que dure en el tiempo, tiene que estar bien  organizada. Por eso juntó a todas esas mujeres en lo que fue el primer grupo de Caridad “vicenciano” y esto en sí ya constituyó una manera de proceder sinodal. Contó para ello con mujeres sencillas, a pesar de que entonces ni los laicos y mucho menos las mujeres apenas tenían participación en la vida de la Iglesia. Después de Chatillon fueron muchos los lugares en los que tras una misión de los Misioneros quedaba constituida la cofradía para la atención de los enfermos y pobres del lugar.

Los reglamentos de estas Cofradías recogen de manera muy ordenada quienes componen la cofradía: “mujeres, viudas y solteras”[1] junto al párroco y el procurador. Con el tiempo también hubo cofradías formadas por hombres y otras mixtas, aunque siempre predominaron las compuestas en su mayoría de mujeres.

Además tenían muy bien definida su misión: “Honrar el amor que Nuestro Señor tiene a los pobres y asistirles corporal y espiritualmente.”[2] Y de esta manera llevan a cabo la misión de la Iglesia: anunciar el Reino de Dios que sobre todo es para los pobres.

Por otra parte, Vicente se encargó de explicitar muy bien la participación y corresponsabilidad de todos los miembros estableciendo “ministerios” para el buen funcionamiento: párroco, procurador, superiora, tesorera, guardamuebles, asistentas… servicios todos ellos temporales y elegidos por votación: “Son nombradas la primera vez por el señor párroco; luego, cada seis meses, por mayoría de votos.”[3] Cada oficio tiene bien establecidas sus responsabilidades: la superiora entre otras sería la que recibía a los pobres, la tesorera recibe, guarda y administra el dinero de la cofradía, dando cuentas habitualmente y con total transparencia del mismo. La guardamuebles aconsejará a la Superiora y además de otras tareas, como su nombre indica guardará los muebles que después se prestarán a los pobres. Las asistentas eran las que servían directamente a los enfermos con un riguroso sistema de turnos.

Existía la comunión entre los miembros de la cofradía y los reglamentos explicitaban cómo propiciarla: “Se querrán mutuamente como personas a las que Nuestro Señor ha unido y ligado con su amor, se visitarán y se consolarán mutuamente en sus aflicciones y enfermedades, asistirán en corporación al entierro de las que fallezcan, comulgarán por su intención y mandarán cantar una misa de funeral por cada una de ellas; lo mismo harán con el señor párroco y con el señor procurador, cuando mueran; asistirán también corporativamente al entierro de los pobres enfermos que hayan asistido, mandando celebrar una misa rezada por el descanso de sus almas. Todo esto sin obligación de pecado mortal o venial.”[4]

También desde el principio se establecieron las “asambleas” en las que se trataban los “asuntos referentes al bien de los pobres y al mantenimiento de dicha cofradía[5] así como de su progreso espiritual y el bien de la comunidad. Los reglamentos recogen el orden en el que se deben realizar estas asambleas, “consistirá en cantar ante todo las letanías de Nuestro Señor Jesucristo o las de la Virgen y decir luego las oraciones que siguen. A continuación, el señor párroco o su vicario hará una breve exhortación con vistas al progreso espiritual de toda la Compañía y a la conservación y prosperidad de la cofradía; luego propondrá lo que haya que hacer para el bien de los pobres enfermos, tomando las resoluciones por mayoría de votos, que irá recogiendo para este efecto empezando por la que haya sido recibida la última en la cofradía de sirvientas de la Caridad,…[6]

En 1629 San Vicente asocia a las Cofradías a Luisa de Marillac, otra mujer, laica, viuda, que quiere vivir su fe y concretarla ayudando a los pobres.  Le escribe diciéndole: “El R. P. de Gondy me ordena que vaya a verle a Montmirail en diligencia ¿Le dice su corazón que venga, Señorita? Si es así, habrá que partir el miércoles próximo en el coche de Chalons, y tendremos la dicha de vernos en Montmirail[7]. Ella lo piensa y acepta la propuesta de su Director y este la nombra visitadora de las caridades y a partir de ese momento ella comienza a visitar las próximas a París y las lejanas. El objetivo de sus visitas es animar a los miembros de la cofradía en su tarea, formarlas, ayudarles a corregir aquello que se había ido desviando de lo que era su fin. Después de cada visita emite un “informe” que envía al Señor Vicente explicándole el estado de la cofradía.

Como podemos ver esta primera fundación de San Vicente, estuvo sustentada sobre los aspectos clave de la sinodalidad: Misión, Comunión y Participación.

Con esta fundación iba dando comienzo una nueva manera de ser Iglesia en el Siglo XVII . Así lo expresa Mezzadri: “Frente al individualismo renacentista solapado en el humanismo, el subrayado de la comunidad solidaria; frente a la concepción de la parroquia como lugar de culto y administración, su relevancia como foco de caridad; frente a la tendencia a marginar a los pobres, la voluntad de compartir; frente a una Iglesia deslumbrante por su influencia y poder, la Iglesia de la caridad; frente al menosprecio de la mujer, su valoración en la sociedad y en la Iglesia; frente al descuido de los pobres y la limosna ocasional, la cercanía a ellos y la caridad organizada[8]

Con el tiempo, lo que fueron las Cofradías de la Caridad se transformó en lo que hoy es la Asociación Internacional de Caridad. Sus Estatutos y Documentos de identidad recogen claramente estos mismos aspectos actualizados a la realidad de hoy tanto a nivel eclesial como a nivel social.

Si la sinodalidad supone un “caminar juntos”, la A.I.C. tiene un lema muy sinodal: “Contra las pobrezas, actuar juntos”, lema que recoge lo que desde la intuición de San Vicente hasta hoy ha sido su manera de ser y hacer.

En su “Documento de Identidad” recogen el sentido de su acción: el compromiso con los pobres desde un sentido de fraternidad, en seguimiento de Cristo al estilo de Vicente de Paul.[9] Así mismo definen claramente su misión[10]: Siguiendo el ejemplo de San Vicente y las enseñanzas de la Iglesia:

  • Luchar contra todas las formas de pobreza y exclusión, a través de iniciativas y proyectos transformadores.
  • Trabajar con nuestros hermanos que viven en situación de pobreza alentando el descubrimiento de las fortalezas de cada uno, apoyando la educación y propiciando una vida digna.
  • Denunciar las injusticias, suscitar acciones de presión sobre las estructuras de parte de la sociedad civil ante quienes toman las decisiones, teniendo como meta erradicar las causas de la pobreza.

También el mismo documento recoge la “participación” de las personas destinatarias de su acción: “La participación de los destinatarios es un elemento esencial para el desarrollo de proyectos promocionales y se logra valorando las fortalezas de las personas y sus capacidades a responder ellas mismas a los retos que las afectan y después soñar y actuar juntos para cambiar la situación de pobreza, con una actitud de “facilitador[11].

San Vicente decía: “Se querrán entre sí como hermanas que hacen profesión de honrar a Nuestro Señor con un mismo espíritu.[12]” Esto es lo que recoge el Documento de Identidad[13] cuando expresa la importancia del grupo y de vivir en comunión: “El grupo, comunidad de fe, de comunión, de convivencia, de amistad[14], todo para poner en común las fuerzas alrededor del proyecto común: los pobres, su atención y evangelización.

La Congregación de la Misión

La Iglesia sinodal es la Iglesia a la escucha de lo que el Espíritu Santo quiere de ella y para ella. San Vicente en su tiempo fue un hombre de escucha, poco a poco en su vida permitió que el Espíritu Santo le fuera hablando a través de los acontecimientos, sobre todo de aquellos que le hicieron escuchar el clamor de los pobres.

Así ocurrió en lo que fue la fundación de la Congregación de la Misión. Vicente escuchó al moribundo de Folleville y en él a todos los pobres del campo que se condenaban por la ignorancia de la fe, causada entre otras cosas por la poca preparación del clero y su poca dedicación a las personas del campo. Y por otra parte también escuchó a una laica, Margarita de Silly, que tras ser consciente de esto le dijo: “¡Ay, Sr. Vicente, cuántas almas se pierden! ¿Qué remedio podemos poner?«[15]. Dios le habló a través de esos gritos y Vicente supo salir de sí mismo e ir al encuentro de esa realidad.

El “caminar juntos” de la sinodalidad fue algo que San Vicente vivió desde que se puso en marcha hacia lo que fue la fundación de la Misión. Comenzó su labor misional por tierras de los Gondi y ya en el año 1618 predicó tres misiones: las de Villepreux, Joigny y Montmirail, localidades todas de los dominios de dicha familia. En todas ellas fue acompañado por algunos eclesiásticos, cuyos nombres recoge JM Román en la biografía del santo[16]: “Juan Coqueret, doctor en teología del Colegio de Navarra; Berger y Gontiére, consejeros clérigos del Parlamento de París”. Después fueron otros y con el paso del tiempo llegó el momento de la fundación de la Congregación de la Misión.

Fue también la señora de Gondi junto a su esposo Felipe Manuel de Gondi, quien instó al señor Vicente a fundar la nueva comunidad, quien poco más tarde involucró a otros sacerdotes para dar comienzo esta obra: Antonio Portail, Francisco de Coudray y Juan de la Salle, según consta en el “Acta de asociación de los primeros misioneros”[17]. Es así como nació la Congregación de la Misión.

Su Misión está muy claramente definida en las Reglas Comunes: “Por eso, pues, el fin de la Congregación de la Misión consiste: 1º En procurar la propia perfección, esforzándose por imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos. 2º En evangelizar a los pobres, especialmente a los del campo. 3º En ayudar a los eclesiásticos a conseguir la ciencia y las virtudes necesarias a su estado.”[18] De igual manera la recogen las Constituciones actuales: “El fin de la Congregación de la Misión es seguir a Cristo evangelizador de los pobres. Este fin se logra cuando sus miembros y comunidades, fieles a San Vicente,

  1. procuran con todas sus fuerzas revestirse del espíritu del mismo Cristo (RC I, 3), para adquirir la perfección correspondiente a su vocación (RC XII, 13);
  2. se dedican a evangelizar a los pobres, sobre todo a los más abandonados;
  3. ayudan en su formación a clérigos y laicos y los llevan a una participación más plena en la evangelización de los pobres.”[19]

Como podemos comprobar la “misión” conlleva la “participación” en la Congregación de la Misión y no podría ser de otra manera, los misioneros están en la Iglesia para “revestirse de Jesucristo[20] y continuar la misión que él recibió del Padre. “Lo especial suyo es dedicarse, como Jesucristo, a los pobres. Por tanto, nuestra vocación es una continuación de la suya…”[21] decía San Vicente y en este sentido,  fijándose en Jesús que no solo llamó a los doce sino que en otro momento envió a “otros setenta y dos discípulos[22] a evangelizar y asoció a su vida a “mujeres que le ayudaban con sus bienes[23] la congregación de la Misión busca involucrar, comprometer y formar a todos, sacerdotes, hermanos, seminaristas y laicos, en la búsqueda de caminos para responder al plan de Dios; unidos y en comunión para trabajar en la construcción del Reino de Dios, sabiendo que ese reino es, sobre todo, para los pobres.

Un ejemplo claro de participación son las “Misiones”, proyecto fundamental en la creación de la Congregación de la Misión.

En las Misiones, los Misioneros antes de comenzar contaban con el obispo y después con el párroco del lugar y con los sacerdotes que le acompañaban en la parroquia. Era importante que estos acogiesen y apoyasen la labor de los Misioneros durante la Misión y muy importante el formarlos para que asegurasen la continuidad de la misión una vez terminada en ausencia de los Misioneros. Los frutos de la misión dependían en gran parte de la continuidad posterior. Lo mismo ocurría con los maestros y maestras que hubiera en el lugar.

Por otra parte, también contaban con personas del pueblo, la mayoría mujeres, que quisieran establecer la Cofradía de la Caridad para asistir a las personas de la parroquia que presentaran necesidades corporales y/o espirituales. De esta manera la misión adquiría el doble aspecto de la evangelización como salvación espiritual y material de los pobres.

Las Misiones venían a ser el reconocimiento de que en la Iglesia todos “caminamos juntos”, en salida, cada uno con su función, buscando hacer presente en cada lugar el reino iniciado por Jesucristo, un reino que pone en el centro a los pobres.

Sobre la “comunión” entre los miembros de la Congregación las Reglas nuevamente se fijan en el ejemplo de Jesucristo: “Habiendo Cristo nuestro Salvador reunido en comunidad a sus Apóstoles y discípulos, les dio algunas normas para que viviesen bien; por ejemplo. que se amasen mutuamente; que se lavasen los pies los unos a los otros; que cuando tuviesen algún disgusto entre sí, se reconciliasen cuanto antes; que anduviesen siempre de dos en dos, y finalmente, que el que deseare ser el mayor entre ellos, se hiciese el menor de todos, y otras semejantes.”[24] Y proponen entre otros estos medios:

  • todos se tendrán mutuamente sumo respeto, aunque como buenos amigos que tienen que vivir siempre juntos…[25]
  • En estas mutuas conversaciones, como en otras que algunas veces podemos tener lícitamente, procuraremos hablar principalmente de aquellas materias que más puedan movernos a amar nuestra vocación y a desear la propia perfección, animándonos a esto mutuamente[26]

Las Constituciones actuales de la Congregación de la Misión dan una importancia fundamental a la vida comunitaria, esencial para la vida y misión del misionero: “Como la Iglesia y en la Iglesia, la Congregación descubre en la Trinidad el principio supremo de su acción y su vida.

  1. Congregados, efectivamente, en comunidad para anunciar el amor del Padre hacia los hombres, le damos expresión en nuestra vida.
  2. Seguimos a Cristo que convoca a los apóstoles y discípulos y que lleva con ellos una vida fraterna para evangelizar a los pobres.
  3. Bajo el soplo del Espíritu Santo construimos la unidad entre nosotros al realizar la misión, a fin de dar un testimonio fehaciente de Cristo Salvador.”[27]

La Compañía de las Hijas de la Caridad

La Compañía nació de una manera sencilla e inesperada. Así lo expresó San Vicente en más de una ocasión: “¿Quién hubiera pensado que iba a haber Hijas de la Caridad?… Yo no pensaba en ello… Dios lo pensaba por vosotras[28]. Y así fue, Dios posibilitó que para atender a sus preferidos, los pobres, se produjeran una serie de acontecimientos que condujeron a la fundación de esta comunidad, pero sobre todo Dios propició el encuentro de diversas personas que se pusieron a “caminar juntos” para dar respuesta a la pobreza de su tiempo y esto en seguimiento de Cristo evangelizador y servidor de los pobres.

Las dos primeras fundaciones Vicencianas ya estaban en marcha. San Vicente su fundador, coordinaba la acción de los miembros de las mismas y en ambos casos contaba con la ayuda de la Señorita Le Gras.

San Vicente al principio pensó que las Cofradías estarían establecidas solamente en las aldeas, pero según su primer biógrafo Abelly, no fue así: “La primera intención del Sr. Vicente era fundar la cofradía solamente en las aldeas, para atender a los enfermos pobres… Pero algunas señoras que poseían tierras en sitios donde se habían dado misiones y fundado Cofradías de la Caridad, cuando vieron los grandes frutos que se producían gracias a la asistencia corporal y espiritual de los enfermos pobres, pensaron que se dan en Paris las mismas necesidades… Ese hecho les sugirió la idea de que la fundación de aquella Cofradía sería muy útil y hasta necesaria para las parroquias de Paris. Hablaron a los Sres. Párrocos, y éstos al Sr. Vicente, quien así se vio obligado a hacer dicha fundación en las parroquias con gran bendición.”[29]

La primera Cofradía de París se establece en el año 1630 y poco a poco se van estableciendo otras “y, por decir, así, en casi todas las parroquias de la ciudad y los arrabales de Paris[30]. Santa Luisa fue delineando los reglamentos para cada parroquia.

Las dificultades fueron surgiendo pronto y como es normal, sobre todo al querer trasladar un modelo de cofradía rural a la ciudad. Sin embargo lo que más preocupó a San Vicente lo expresó así en la Conferencia a las Hermanas sobre Margarita Nasseau: “Por aquel tiempo, las Damas de la Caridad de San Salvador, como eran de elevada posición, buscaban a una joven que quisiese llevar el puchero a los enfermos[31].  Para él era fundamental el contacto personal con los pobres al ir a llevarles los socorros que necesitaran. La posibilidad de que lo hicieran otras personas amenazaba con ser el final de la Caridad, y así se lo hizo saber a Santa Luisa: “Si ahora quita usted a cada una de las de la Caridad el cuidado de preparar la comida, nunca más las podrá volver a meter en ello; y preparar la comida en otra parte, si alguien lo hace por caridad de momento, eso no podrá durar más que algún tiempo; y si la hace usted preparar por dinero, le costará mucho; luego, al poco tiempo, las damas de la Caridad dirán que vaya a llevar la marmita a los enfermos aquella persona que la preparó; y de esta forma, su Caridad se vendrá abajo[32]. Este fue lo que propició el comienzo de la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Como decíamos más arriba fue el encuentro de diversas personas en distintos momentos lo que condujo a la fundación de la Compañía. Hasta aquí hemos hablado de San Vicente, Santa Luisa, las Damas de la Caridad, los párrocos de las parroquias de París…. pero es fundamental para la Compañía otra joven laica, Margarita Nasseau de Suresnes. Margarita al enterarse de que en París existía una cofradía para atender a los pobres enfermos fue allí con el deseo de trabajar en ello. Los Fundadores siempre hablaron de ella como “la primera Hija de la Caridad[33] aunque murió antes de que la Compañía naciera. Su ejemplo de vida atrajo a otras muchas jóvenes que siguieron sus pasos. Es en 1633 cuando San Vicente y Santa Luisa deciden juntar en comunidad al grupo de muchachas jóvenes que habían ido llegando para iniciar de esta manera, un nuevo modo de vida entregada por entero a Jesucristo para servirle en los pobres.

La definición de la vocación de la Hija de la Caridad fue el resultado de ponerse a caminar juntos a la escucha del Espíritu, Santa Luisa, San Vicente, Margarita Nasseau y las primeras que fueron componiendo el grupo. Todos ellos movidos por el Espíritu comprendieron que ser cristiano es pasar por este mundo haciendo lo que hizo Jesús: servir y evangelizar a los pobres.

Pero la concreción de esta manera de consagrarse a Dios se fue realizando sobre la experiencia que iban viviendo. Las primeras Reglas Comunes de la Compañía se fueron componiendo a partir de la intuición y explicación de los Fundadores pero también de la escucha mutua, de las matizaciones, confirmaciones o aprobaciones que las primeras Hijas de la Caridad, en base a su experiencia fueron compartiendo. ¿No es esto caminar en sinodalidad?.

Para afirmar esto nos basamos en las “Conferencias de San Vicente de Paul a las Hijas de la Caridad”. En sí mismas las Conferencias supusieron un ámbito de participación. San Vicente las presidía, le acompañaba el Padre Portail u otro sacerdote de la Misión que en ausencia de aquel le sustituían.

Como dice Mezzadri “Importa tener presente todo esto para comprender el peculiar género literario de las conferencias. Contienen las palabras de San Vicente, pero no son exclusivamente obra suya. Tienen conjuntamente por autores a la comunidad, al fundador, a la fundadora, a las diversas redactoras y al coro de las demás Hermanas. Aunque intenta encubrirse, Santa Luisa se delata en la calidad de las respuestas. En sus intervenciones es perceptible un dominio soberano de la materia. Vive su espiritualidad y consigue traducirla a conceptos profundos y claros.”[34]

Parece ser que para la elección del tema “San Vicente se inspiraba en las circunstancias, en las necesidades de la Compañía, en las sugerencias de Luisa de Marillac[35]. El método seguido era sencillo: se enviaba una nota a las diferentes casas de París y alrededores indicando el tema, los puntos de la conferencia, el día y la hora.

Llegado el momento San Vicente invocaba la presencia del Espíritu Santo y daba comienzo la reunión. No se trataba de un monólogo por parte del Señor Vicente sino que las Hermanas planteaban preguntas, hacían observaciones, se humillaban de sus faltas. En muchas ocasiones se trataba de impresionantes manifestaciones colectivas de buena voluntad, que el santo provocaba con sus preguntas.[36]

El 26 de abril de 1643, San Vicente inauguró un nuevo método. Dice así a las Hermanas: “En las conferencias anteriores, he observado que teníais necesidad de alguna ayuda para encontrar los motivos, las razones de las cosas que se os proponían. Por eso he pensado que valía la pena cambiar de método, para daros mayor facilidad en comprender las cosas que se os enseñan, y esto os servirá mucho para hacer oración. Os hablaré por medio de preguntas, como se hace en el catecismo.”[37] De las primeras Hermanas algunas sabían leer, y por eso llevaban escritas sus reflexiones para compartirlas, pero muchas de ellas eran analfabetas, (en Francia en aquella época el analfabetismo en las mujeres era del 86%) y no sabían expresarse. Este método que el fundador inauguró facilitó el diálogo ya que él explicaba el tema y después hacía preguntas directamente, “diga pues, hermana… ¿y usted hermana, qué ha pensado?[38]. No era un interrogatorio difícil de soportar, y las Hermanas se expresaban con sencillez y espontaneidad.  El santo aprobaba, felicitaba a las hermanas y quedaba edificado, así lo expresó en una ocasión: “¡Bendito sea Dios, hermanas mías! Fijaos bien, es muy necesario que os esforcéis muy atentamente en el tema que se os da para las conferencias, a fin de sacar utilidad de ellas. La última a la que asistí me dio un gran consuelo. Cada una exponía ingenuamente sus pensamientos, y me parecía que eran como chispas que encendían un gran fuego; que eran una vela que encendía a las demás. Hijas mías, ¡cuán útil os resultará esto, si lo hacéis bien!”[39]

En la actualidad se conservan 120 conferencias de San Vicente a las Hermanas, y esto fue posible también gracias al trabajo compartido de Santa Luisa y alguna de las Hermanas, por ejemplo Sor Hellot. Durante la celebración de la conferencia Luisa y estas hermanas que sabían escribir, iban tomando notas. Al concluir la conferencia se daban prisa en reproducirla con la mayor fidelidad posible. Recogían también las notas escritas de las que habían sido preguntadas por San Vicente, y él mismo les entregaba sus esquemas. Una vez reproducida la conferencia, en algunas ocasiones, se la entregaban al señor Vicente para que él indicara las correcciones oportunas. Así lo expresa en una de sus cartas: “He ahí el resumen de la conferencia a nuestras queridas Hermanas; lo ha hecho la buena Sor Hellot. He leído una porción de él y confieso haber llorado algo en dos o tres pasajes. Si no volvéis pronto, devolvédnoslo cuando lo hayáis leído[40]

Las Conferencias demuestran este sentido sinodal que tuvieron nuestros fundadores. Contienen las palabras de San Vicente, pero como ya hemos dicho, no son exclusivamente obra suya. Tienen conjuntamente por autores a la comunidad, al fundador, a la fundadora, a las diversas redactoras y al coro de las demás Hermanas y desde la determinación del tema hasta la redacción final es una obra compartida que hoy constituye uno de los mayores tesoros espirituales con los que cuentan las Hijas de la Caridad.

A través de la lectura de las Conferencias podemos ver cómo la Compañía fue creciendo poco a poco y con la participación de todas. En ellas también podemos encontrar con claridad la misión de las Hijas de la Caridad así como el sentido de comunión desde el que desde sus inicios quisieron vivir.

En la actualidad “la Compañía desea proseguir con dinamismo y esperanza su compromiso de vivir la sinodalidad, en relación con el proceso sinodal iniciado en la Iglesia. Es una invitación a escuchar mejor, a dialogar para discernir juntas y esto, a todos los niveles[41].

Las Hijas de la Caridad actualmente tienen bien definida su misión en el capítulo II de sus Constituciones denominado “Vida y Misión de la Compañía”[42]. La Constitución 7 dice así: “Las Hijas de la Caridad, en fidelidad a su bautismo y en respuesta a una llamada de Dios, se entregan por entero y en comunidad al servicio de Cristo en los pobres, sus hermanos y hermanas, con un espíritu evangélico de humildad, sencillez y caridad.”

Los Fundadores vieron siempre en la vida de comunidad un apoyo insustituible para la misión. Hoy como ayer en la comunidad las Hermanas quieren vivir en fraternidad y comunión, “la Comunidad viene a ser así una comunión en la que cada una da y recibe, poniendo al servicio de todas cuanto es y cuanto tiene[43] y “quiere reproducir la imagen de la Santísima Trinidad, según la expresión de los Fundadores que deseaban que las Hermanas fueran como un solo corazón y obraran con un mismo espíritu[44].

La participación la entienden como una “coparticipaciónque abarca desde las condiciones materiales de la existencia hasta los compromisos espirituales y apostólicos. Mediante el diálogo, se comparten las experiencias, las diferencias quedan atenuadas, se preparan las decisiones[45].

En misión compartida desde los inicios

Hemos ido viendo como en las tres fundaciones puestas en marcha por nuestros Fundadores se dio la vivencia de la sinodalidad. Vamos a comprobar ahora otro aspecto que se vivió desde los comienzos, el de la “misión compartida”.

El número 32 de la Lumen Gentium dice así: “no todos (los fieles) van por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios… existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo.” Este sentido de igualdad, de dignidad y de acción común en todos, laicos, laicas, sacerdotes y consagrados, lo tuvo muy claro San Vicente desde el principio. Para él lo importante era atender a los pobres y para ello contó con todos aquellos que se sumaron a sus iniciativas o bien él se asoció a otros que pertenecían a otras congregaciones o entidades eclesiales para el mismo fin. Podemos decir en este sentido, que el carisma vicenciano nació de manera sinodal, en misión compartida.  Como ejemplo de esto nos vamos a fijar en dos concreciones de atención a los pobres que se dieron en la época de los fundadores: la atención a los enfermos del Hotel Dieu y la acción al servicio de las víctimas de las guerras. De manera breve vamos a ver cómo se organizaron estos dos servicios con las diferentes aportaciones:

La atención a los enfermos del Hotel Dieu

En el año 1634 ya estaban instauradas en París las Cofradías en algunas parroquias y también las Hijas de la Caridad.

Es en este año cuando Madame Goussault, una dama de la Caridad que visitaba a los enfermos del Hôtel-Dieu, comprobando el estado calamitoso en que se encontraban, se le ocurrió entonces crear una Cofradía de la Caridad dedicada expresamente a la atención de este Hospital, y acudió a San Vicente para que promoviera y dirigiera la empresa.

La situación de este hospital era deplorable. Cada día se recibían entre 50 y 100 pobres y según Abelly anualmente atendían entre veinte y veinticinco mil personas.[46]

La asistencia espiritual era responsabilidad del cabildo de la cercana catedral, encargando de ello cada año a dos de sus miembros. También participaba la Compañía del Santísimo Sacramento que enviaba desde 1632 un sacerdote y un laico cada día para la atención espiritual y también dentro del hospital estaba la comunidad de Agustinas.

Según Azcárate,[47] en 1634, “Genoveva Fayette, Madame Goussault, que había sido miembro activo de la Cofradía de la Caridad de su propia parroquia y que venía visitando el Hôtel-Dieu de tiempo atrás y lamentando su estado, se dirigió a San Vicente para sugerirle la fundación de otro tipo de Cofradía que hiciera presente la caridad entre aquellos pobres. Vicente, sin embargo, no quería interferir en lo que era responsabilidad de los canónigos de Notre Dame, por lo que rechazó la propuesta. La persistente dama prosiguió en su empeño y se dirigió a Juan Francisco de Gondy, arzobispo de Paris, para exponerle su plan. “Déjeme hacer, le respondió el prelado, veré al señor Vicente y, si es necesario, le ordenaré que establezca la cofradía de la que usted me habla”. Siguiendo el criterio habitual en él, San Vicente vio en esta decisión del arzobispo la expresión de la voluntad de Dios y se puso manos a la obra”.

Después de dos reuniones con algunas damas y otras que éstas trajeron, se constituyó esta Cofradía cuyo director perpetuo fue San Vicente y presidenta Madamme Goussault. Se eligió así mismo una asistenta y una tesorera. Los administradores del Hotel al saber que el obispo estaba a favor de esta obra autorizaron las visitas de las damas a los enfermos. Éstas además colaboraban económicamente para sufragar todos los gastos que se derivaran de este servicio.

Entre los miembros de esta Cofradía hubo reinas, princesas, damas de la alta sociedad de París, incluso cuatro fundadoras de congregaciones. Los cargos eran temporales y la elección para los mismos se realizaba durante la celebración de una asamblea.

Visitaban a los enfermos cada día de cuatro en cuatro y después de rezar se presentaban a las religiosas del hospital para ofrecerse a servirles con ellas.

Desde el principio, contaron con la colaboración de las Hijas de la Caridad para la atención directa de los enfermos, el mismo San Vicente había escrito a Santa Luisa que “necesitaremos a usted y a sus hijas[48]. Éstas empezaron pronto a servir en el Hospital yendo y viniendo[49]. Y ya en diciembre de 1636 se establecieron en una casa alquilada para ellas por las Damas de la Caridad junto al Hôtel-Dieu: “Dios la bendiga, señorita, por haber ido usted a poner sus hijas al servicio del Hôtel-Dieu y por todo lo que de ello se ha seguido[50], así escribía san Vicente a Santa Luisa.

A partir de 1636, se instituyó el grupo de las catorce, compuesto exclusivamente de damas viudas o casadas. Con la misión de preparar a los enfermos para la confesión general, cada una de estas damas tenía que dedicar a las enfermas algunas horas un día a la semana (entre dos y cinco de la tarde) Iban de dos en dos preparadas espiritualmente (Misa y comunión por la mañana y visita a la capilla del hospital al llegar) y alguna de las hermanas Agustinas les señalaban cuáles eran las más enfermas. Tras la visita, volvían a la capilla para dar gracias. Para las confesiones contaban con la ayuda de los sacerdotes de la Misión y otros.

El “Reglamento de la Compañía de Damas del Hospital de París”[51] recoge bien el fin de esta cofradía, los miembros, las funciones de cada una y el funcionamiento en general. Toda una práctica concreta de misión compartida con estilo sinodal al servicio corporal y espiritual de los pobres enfermos de París.

La acción al servicio de las víctimas de las guerras

La guerra de los Treinta años introdujo a Francia en una espiral de desastres que trajeron durante mucho tiempo y a muchas personas inocentes el hambre, la pobreza, las vejaciones, la muerte…

Entre 1636 y 1643, uno de los principales escenarios de la guerra fue el ducado de Lorena. Entre 1635 y 1643 llegaron a acampar en este territorio fronterizo hasta 150.000 soldados de diferentes ejércitos, que en busca de sustento eran autores de los más atroces desmanes. Se profanaron iglesias, se requisaron cosechas y se incendiaron aldeas enteras. La peste y la hambruna fueron haciéndose presentes.

Según Román[52] las primeras noticias sobre la desolación de Lorena las recibió Vicente de los Misioneros de la casa de Toul, fundada precisamente en 1635. Sin esperar órdenes, se habían puesto al servicio de los damnificados. Convirtieron parte de su casa en hospital, alojando en ella a unos 40 o 60 enfermos. En un local de los suburbios atendían a otros 100 o 150.

Tras intentar en vano que Richelieu parara la guerra, San Vicente se puso manos a la obra para intentar ayudar lo que fuera posible. Enseguida se dio cuenta que era necesario tener un dinero con el que no contaba y organizó lo siguiente:

  • La recaudación de fondos: se hicieron cargo las Damas de la Caridad que recaudaron cantidades sustanciosas procedente de sus bolsillos y de altas instancias a las que iban a pedir, por ejemplo el rey. Vicente estimó que se necesitaban 2.500 libras al mes y el trabajo de las Damas hizo posible conseguir estas cantidades.
  • La distribución de socorros: fue obra de los Misioneros. A los destinados en Toul, Vicente añadió doce de sus mejores sacerdotes y clérigos, acompañados por Hermanos entendidos en cirugía y medicina. Estos se establecieron en siete puntos estratégicos por parejas y nombró a un “visitador” para que supervisara su trabajo. La ayuda fundamental consistía en alimentos, pan y sopa, sobre todo, medicinas y vestidos. Las personas que cada día se acercaban a recoger las ayudas eran miles.

El hambre multiplicaba el número de enfermos. A muchos de éstos los hospedaron los Misioneros en sus residencias de Toul y Nancy. En otros sitios, como BarleDuc y el mismo Nancy, eran recogidos en el hospital, al cual enviaban los Misioneros ropa, medicinas y alimentos. No se desatendía tampoco a los que se quedaban en sus casas.

Atendieron también a pobres vergonzantes, a mujeres jóvenes que sufrían el riesgo de ser violadas, así como también a las religiosas de clausura. Éstas se quedaron sin dinero por la falta de limosnas, pero San Vicente tuvo mucho interés en socorrerlas enviándoles ayudas económicas y de otro tipo.

También los Misioneros prestaron la ayuda espiritual. Dedicaron largas horas a la predicación, la catequesis y la administración de los sacramentos, incluso predicaron alguna misión.

  • El servicio de propaganda: Los informes sobre necesidades socorridas y ayudas distribuidas llegaban puntualmente a San Lázaro. Vicente había ordenado a los Misioneros que reclamasen el recibo de las limosnas que entregaban. También le llegaban cartas de agradecimiento y reconocimiento de la labor que hacían los Padres. Aunque a él no le gustaba todo esto decidió sacar partido en favor de una mayor recaudación. Todos los meses leía a las damas de París el balance de los socorros distribuidos, con lo cual las animaba a perseverar en el esfuerzo. Enviaba a diversos lugares las cartas más impresionantes para despertar la compasión de los ricos con el relato de tantas miserias y para consolar a los bienhechores con los efectos de sus limosnas. Las cartas corrían de mano en mano, lo que multiplicaba sus donaciones.
  • El servicio de enlace: Lo llevó a cabo el Hermano Mateo Regnard apodado “el zorro” por su gran astucia. San Vicente le pidió el servicio de transportar dinero de París a las zonas en guerra. Tuvo que sortear muchos peligros en sus cincuenta y cuatro viajes, pero con audacia los sorteó todos. Consiguió llevar según indica Roman[53] hasta un millón y medio de libras que hicieron posible los socorros a tanta gente afectada por la guerra.

La guerra también dio lugar a muchos exiliados. En La Chapelle, a las puertas de París y no lejos de San Lázaro, se estableció un campamento de refugiados. Vicente hizo que sus sacerdotes y los de las Conferencias de los martes les predicaran tres misiones: en 1639, 1641 y 1642.

En los años 1650 al 1659 en Picardía y Champaña la guerra continuó. También ahí el señor Vicente organizó los auxilios como lo había hecho en la Lorena. Las Damas de la Caridad continuaron con su aportación económica y Vicente replicó la información de lo que iba sucediendo, esta vez emitiendo unos panfletos informativos que llegaban a todos los rincones de París y provocaban lo que se pretendía, la recaudación de fondos. Envió a esas regiones a los Misioneros para la distribución de ayudas materiales y espirituales y a estos les ayudaron las Hijas de la Caridad, otros voluntarios y personas pagadas para ello.[54]

También organizaron la ayuda de los enfermos y heridos y en esto también contaron con la ayuda de las Hijas de la Caridad. Ellas además comenzaron otro trabajo, insólito en la época: la asistencia sanitaria en los hospitales militares. A petición de la reina, se hicieron cargo de los de Châlons, Sainte Menehould, Sedan, La Fère, Stenay y, después de la batalla de las Dunas, Calais.

La acción organizada en favor de las víctimas de la guerra, nos hace comprender el genio organizativo de San Vicente y cómo para ello es capaz de involucrar y hacer parte a personas de todo tipo y condición, todas con un mismo objetivo: ayudar a las víctimas tanto material como espiritualmente. Es un ejemplo de cómo en la Iglesia es posible caminar juntos, en misión compartida, cada uno desde su vocación, pero poniendo a disposición de todos cuanto se es y cuanto se tiene. Ello hace posible el Reino entre los pobres.

Sor Mª Isabel Vergara Arnedillo, H.C.

Notas:

[1] SVP X, 569

[2] Ibidem

[3] SVP X, 569

[4] SVP X, 573

[5] SVP X, 580

[6] Ibidem

[7] SVP I, 72

[8] Luigi MEZZADRI: “San Vicente de Paúl. El santo de la caridad”. Editorial CEME. Salamanca. 2012. 70-71

[9] DOCUMENTO DE IDENTIDAD A.I.C. 2017. Pág. 8 y 9

[10] Ibidem, Pág. 17 y 18

[11] Ibidem, Pág. 30

[12] SL PENSAMIENTOS, E. 18 Reglamento de la Caridad, 686

[13] DOCUMENTO DE IDENTIDAD A.I.C. 2017. Pág. 13

[14] Ibidem

[15] ROMAN JM, San Vicente de Paul, Biografía, 118

[16] Ibidem, 119

[17] SVP X, 243

[18] REGLAS COMUNES DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, Capítulo I, 1

[19] CONSTITUCIONES DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, 1

[20] SVP XI-3, 236

[21] SVP XI-3, 387

[22] Lc 10, 1

[23] Lc 8, 2-3

[24] REGLAS COMUNES DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, Cap. VIII, 1

[25] Ibidem, Cap. VIII, 1

[26] Ibidem, Cap. VIII,8

[27] CONSTITUCIONES DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, Cap. II, 2

[28] SVP IX-1, 120

[29] L. ABELLY: “Vida del venerable siervo de Dios Vicente de Paúl, fundador y primer superior general de la Congregación de la Misión”. CEME. Salamanca, 1994. Pág. 443

[30] Ibidem, 118

[31] SVP, IX-1, 542

[32] SVP I, 140-141

[33] SVP IX-1, 90

[34] L. MEZZADRI “Las Conferencias de San Vicente a las Hermanas” en https://vincentians.com/es/las-conferencias-de-san-vicente-a-las-hermanas/ (20 abril 2023)

[35] SAN VICENTE DE PAUL, Conferencias espirituales a las Hijas de la Caridad. 12 (CEME, Salamanca, 1983)

[36] SAN VICENTE DE PAUL, Conferencias espirituales a las Hijas de la Caridad. 12 (CEME, Salamanca, 1983), 12

[37] SVP IX-1, 104

[38] ibídem

[39] SVP IX-1, 225

[40] SVP II, 358

[41] D.I.A. pág. 10

[42] CONSTITUCIONES DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD, Capítulo II

[43] Ibidem 32 b

[44] Ibidem 32 a

[45] Ibidem 34

[46] ABELLY: op.cit. pág. 140.

[47] S. AZCÁRATE “La sangre azul de la caridad” en “Vicente de Paúl, un gran innovador”. Salamanca 2012, 355-405

[48] SVP I, 276.

[49] SVP I, 331

[50] SVP I, 392

[51] SVP X, 962

[52] J.M. ROMÁN. San Vicente de Paúl. Biografía, pp. 516-532 y 577-597

[53] J.M. ROMÁN. San Vicente de Paúl. Biografía, pp. 516-532 y 577-597

[54] J.M. ROMÁN. San Vicente de Paúl. Biografía, pp. 516-532 y 577-597

 

Ficha de trabajo del capítulo 2

Resumen del capítulo:

Este capítulo explora la dimensión sinodal en las tres primeras fundaciones vicencianas: las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad. Aunque ni san Vicente de Paúl ni santa Luisa de Marillac usaron el término «sinodalidad», vivieron una forma de comunión y participación que prefiguró muchas ideas del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia.

  1. Cofradías de la Caridad: Fundadas en 1617, estas cofradías se crearon para organizar la ayuda a los pobres y enfermos. Su estructura fomentaba la participación de las mujeres laicas, quienes asumían responsabilidades en la asistencia directa a los necesitados.
  2. Congregación de la Misión: Esta congregación nació de la preocupación de san Vicente por la evangelización de los pobres rurales. La misión se basaba en la participación activa del clero y los laicos, con un enfoque en la formación y la ayuda espiritual.
  3. Hijas de la Caridad: Fundada en 1633, esta comunidad permitió a las mujeres consagrarse a Dios mediante el servicio a los pobres. La sinodalidad se reflejaba en la participación de las hermanas en la vida comunitaria y en la toma de decisiones, bajo el liderazgo de san Vicente y santa Luisa.

El estudio subraya que estas tres instituciones son ejemplo de un «caminar juntos» que coloca a los pobres en el centro de la misión.

Reflexión para seguidores del Carisma Vicenciano:

El enfoque sinodal de las primeras fundaciones vicencianas sigue siendo relevante para los seguidores del carisma de san Vicente de Paúl en el mundo actual. La sinodalidad invita a una escucha atenta y una corresponsabilidad compartida entre todos los miembros de la Iglesia, independientemente de su estado de vida o posición social.

Hoy, los laicos y consagrados pueden aplicar este modelo de misión compartida en sus obras de caridad. El trabajo con los más necesitados, ya sea a través de proyectos de asistencia social o iniciativas educativas, debe ser colaborativo, integrando las capacidades de cada persona para servir mejor a los pobres. Además, en un mundo cada vez más fragmentado, la sinodalidad puede ser una forma de unidad y de promoción de una Iglesia que sea verdadera comunidad, donde cada miembro es escuchado y valorado.

La implicación de las mujeres en la vida eclesial, como hizo san Vicente, sigue siendo fundamental. Así también, la participación activa de los laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia es un imperativo para llevar el mensaje de Cristo a los márgenes de la sociedad.

Preguntas para la reflexión en grupo:

  1. ¿De qué manera podemos aplicar el concepto de sinodalidad en nuestras comunidades y obras vicencianas hoy?
  2. ¿Cómo podemos promover la participación activa de los laicos, especialmente de las mujeres, en la misión de la Iglesia?
  3. ¿Qué desafíos enfrentamos al intentar construir una «Iglesia en salida» que pone a los pobres en el centro?
  4. ¿Qué enseñanzas del ejemplo de san Vicente y santa Luisa podemos aplicar en nuestras propias vidas para vivir una verdadera misión compartida?
  5. ¿Cómo podemos, como seguidores del carisma vicenciano, contribuir a una Iglesia más inclusiva y corresponsable?

 


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