«Carta del beato Pier Giorgio Frassati» a la Familia Vicenciana, con motivo de la Segunda Convocatoria en Roma, 14-17 de noviembre #famvin2024

por | Oct 12, 2024 | Famvin 2024, Noticias | 0 Comentarios

Esta carta ficticia está inspirada en la vida Pier Giorgio Frassati, un joven italiano conocido por su profunda fe, amor por la naturaleza y dedicación a los necesitados. A pesar de su corta vida, se destacó por su compromiso con la justicia social y su activa participación en obras de caridad, ayudando a los pobres, enfermos y marginados. Fue un apasionado montañista, estudiante de ingeniería y miembro de organizaciones católicas, entre ellas la Sociedad de San Vicente de Paúl. Murió a los 24 años de poliomielitis, probablemente contraída durante su labor con los pobres. Su ejemplo de fe, sacrificio y amor por los más necesitados sigue siendo una inspiración para los miembros de la Familia Vicenciana hoy en día​. La convocatoria en Roma de 2024 es una oportunidad para renovar este compromiso en un contexto de sinodalidad y fraternidad.

¿Te imaginas lo que nos diría Pier Giorgio Frassati si hoy nos escribiese una carta a los miembros de la Familia Vicenciana? Este es un ejercicio literario, pero quizás podría ser algo así.

Queridos jóvenes de la Familia Vicenciana,

¡Qué alegría me da dirigirme a todos ustedes, especialmente en estos tiempos tan emocionantes y llenos de desafíos! Me imagino que, al leer estas líneas, cada uno de ustedes está sumergido en su rutina diaria, entre estudios, trabajo, familia y amistades. Quizás algunos ya estén comprometidos en sus comunidades, sirviendo a los más pobres y viviendo con pasión el carisma vicenciano. A todos ustedes, quiero decirles algo muy importante: ¡estamos llamados a algo grande!

Como saben, del 14 al 17 de noviembre de 2024, la Familia Vicenciana celebrará en Roma la Segunda Convocatoria, un encuentro que busca reunir a todos aquellos que, como ustedes y como yo, sienten en su corazón el fuego de la caridad y el deseo de transformar el mundo desde la fe y el servicio. No se trata de un simple evento más; es una oportunidad única para fortalecer nuestro compromiso, para aprender unos de otros, y sobre todo, para reafirmar que nuestra vocación es ser luz en el mundo, una luz que no puede esconderse ni apagarse.

La vida cristiana es una aventura apasionante, y el servicio a los más necesitados es el camino que Cristo nos invita a recorrer. Me llena de entusiasmo pensar en la fuerza y la creatividad de los jóvenes vicencianos, que como yo en mi tiempo, tienen en sus manos el futuro de nuestra gran familia. Recuerdo con gratitud mi tiempo en la Sociedad de San Vicente de Paúl, donde aprendí que servir al pobre es servir a Jesucristo mismo. No se trata solo de dar algo material; es dar un poco de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestro corazón.

En uno de mis escritos, mencioné: “La caridad no es suficiente, no basta con ayudar a los pobres y los necesitados: hay que ayudarlos con amor.” Este amor no es un simple sentimiento pasajero; es un compromiso profundo con Cristo, que se refleja en cada acción, en cada sonrisa, en cada momento que dedicamos a los demás. A través del servicio, descubrimos que no hay alegría más grande que la de ver a Cristo en el rostro del prójimo, especialmente en aquellos que más sufren.

Los jóvenes, especialmente los laicos, tienen un papel crucial en la renovación y el crecimiento de nuestra Familia Vicenciana. En este momento histórico, necesitamos de su energía, su creatividad, y su valentía. “Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, sin sostener en una lucha continua la verdad, no es vivir, sino es sólo sobrevivir”. Y ustedes, jóvenes, no están llamados a sobrevivir, sino a vivir plenamente, abrazando la misión que Dios les ha confiado: ser portadores de la caridad y de la esperanza en un mundo que muchas veces parece haberse olvidado de los valores esenciales.

En Roma, durante la Convocatoria, tendrán la oportunidad de conocer a otros jóvenes como ustedes, provenientes de todas partes del mundo, unidos por el mismo carisma y el mismo deseo de servir. Este encuentro no solo es una oportunidad para compartir experiencias, sino también para sentirnos parte de algo más grande que nuestras propias vidas. La Iglesia y la Familia Vicenciana confían en ustedes. El futuro de nuestra misión depende en gran parte de su compromiso y entusiasmo.

No puedo dejar de recordar mi propia experiencia. Fui llamado a vivir mi fe en lo cotidiano, en la universidad, en las montañas que tanto amaba, y por supuesto, en las calles de Turín, donde encontraba a Cristo en los más necesitados. Muchos me conocen por mis aventuras en los Alpes, pero mi mayor aventura fue sin duda la de seguir a Jesús entre los pobres, enfermos y marginados. “Los pobres y los enfermos son el rostro de Cristo; visitándolos, podemos tocar el cuerpo de Cristo”.

Hoy, queridos jóvenes, el mundo necesita hombres y mujeres que, como san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, se arrodillen ante el sufrimiento humano y no solo ofrezcan ayuda, sino también consuelo, esperanza y dignidad. Recuerden que no estamos llamados a ser héroes en el sentido tradicional, sino santos en el sentido más auténtico: personas que, desde su lugar en el mundo, transforman la realidad con el amor de Dios.

En mi época, me esforzaba por llevar la Buena Nueva a todos los rincones, aprovechando cada oportunidad para compartir mi fe. Si bien las tecnologías de mi tiempo eran limitadas comparadas con las de hoy, utilizaba los medios disponibles para evangelizar: cartas, reuniones, conversaciones y cualquier momento que se me presentara. Hoy, ustedes tienen un privilegio y una responsabilidad aún mayor: las tecnologías de la información, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación les permiten llevar el mensaje de Cristo más lejos que nunca.

No tengan miedo de usar estas herramientas para compartir la fe, para defender la dignidad humana y para movilizar a otros en el servicio. El mundo digital puede ser un lugar donde la caridad florece si lo utilizamos con creatividad y audacia. Como decía san Juan Pablo II, que tanto me admiraba: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Las tecnologías son una extensión de esas alas, y ustedes, jóvenes vicencianos, están llamados a volar alto y a llevar el mensaje de Cristo a todos los rincones.

Por eso, quiero invitarlos personalmente a esta Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana en Roma. Será un encuentro donde experimentaremos la sinodalidad y la fraternidad, donde aprenderemos unos de otros y renovaremos nuestro compromiso de servir a los más pobres. No vengan solo por curiosidad, vengan con el deseo de dejarse transformar y de transformar a los demás. Vengan a compartir sus sueños y sus esperanzas, pero también sus desafíos y dudas, porque todos estamos en este camino juntos.

Imaginen lo que puede suceder cuando miles de corazones jóvenes se unen en un mismo espíritu, con un solo propósito: servir a Cristo en los pobres. “Debemos alzarnos y no sentarnos jamás a esperar; tenemos que alzar el vuelo para no sucumbir”. Este encuentro será ese impulso que necesitamos para alzar el vuelo, para renovar nuestra vocación y para llevar con valentía el carisma vicenciano a todos los lugares donde haya necesidad.

La santidad no es solo para unos pocos; es un llamado universal. Y en el contexto de nuestra vocación vicenciana, esta santidad se vive en lo cotidiano, en lo sencillo, en el servicio humilde. Los laicos vicencianos tienen un lugar privilegiado en la misión de la Iglesia porque están en medio del mundo, donde tantas veces la Iglesia no puede llegar. Ustedes son la Iglesia en la universidad, en el trabajo, en los barrios, en las redes sociales y en cada lugar donde estén.

No se desanimen si a veces sienten que lo que hacen es pequeño o insuficiente. Como decía san Vicente de Paúl, “El amor es inventivo hasta el infinito”. No hay servicio tan pequeño que no tenga un valor inmenso si se hace con amor. Cada gesto, cada palabra, cada acción cuenta, y juntos podemos marcar una diferencia real.

Antes de despedirme, quiero dejarles una última reflexión: “La vida es bella si la vives con un ideal, y el ideal más grande es vivir para la gloria de Dios”. La gloria de Dios se manifiesta cuando vivimos nuestra fe con autenticidad y cuando servimos a los demás sin reservas. No estamos solos en este camino. Somos parte de una gran familia que ha dado y sigue dando santos, hombres y mujeres extraordinarios que, desde su sencillez, transformaron el mundo. Ustedes son la próxima generación de esa familia. Tienen la responsabilidad, pero sobre todo, el privilegio de ser parte de esta historia.

Les animo a participar activamente en la Convocatoria de Roma, a dejarse sorprender por lo que Dios quiere hacer en sus vidas y a regresar a sus comunidades con renovado ardor misionero. No olviden que cada uno de ustedes es una pieza clave en esta gran obra de amor que es la Familia Vicenciana. Confíen en Dios, manténganse firmes en la oración, y sigan adelante con alegría y coraje.

¡Nos vemos en Roma!

Con todo mi afecto y oración,

Pier Giorgio Frassati

 

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