Jesús es manso y humilde de corazón.   Por lo tanto, nos quiere mansos y humildes de corazón también, y nunca altivos.

Juan y los otros discípulos quizás estén celosos de Jesús al igual que Josué de Moisés.  O pueda ser que sean altivos ellos.  ¿Tan altivos que crean que les toque no más a los de su grupo echar demonios en nombre de Jesús?  Mas a este no le importa el motivo de ellos.  Pues, de todos modos, él no se pone de acuerdo con ellos.

Y les explica por qué no quiere tener parte en lo que han querido hacer.  Pero él les da a entender también que el otro, al que han visto echar demonios, les ha hecho un favor.  Un favor parecido al que se les hace al recibir ellos, por ser discípulos, un vaso de agua.

Por lo tanto, no hemos de mirar con ojos altivos a los que hacen el bien.  No importa que no sean de nuestro grupo.  A los pequeños y sencillos que creen en Jesús, en particular, no los hemos de impedir.  Hemos de prevenir que nos hagamos una piedra de tropiezo que lleve a que se haga débil su fe.  Después de todo, se nos aconseja:  «Que nadie busque su interés, sino el del prójimo».

Y que no seamos dominantes ni altivos en nuestro modo de actuar.  Ni con las manos, ni los pies, ni los ojos.  Así, no lloraremos, no nos lamentaremos.  Esas y similares palabras duras y amenazadoras que se nos dirigen dejan claro que nos es decisivo enmendar nuestras vidas.  Cesar de ser altivos.  No tener en menos a los pobres al hacernos la ilusión de conocer y adorar a Dios mejor que ellos.  Pues la verdadera religión está, sí, entre ellos (SV.ES XI:462).

Señor Jesús, tú eres manso y humilde de corazón:  concédenos no ser altivos al igual que los que buscan ser servidos ni hacernos piedras de tropiezo para los pequeñuelos que creen en ti; ayúdanos a servir mansos y humildes a ti y a nuestros hermanos y hermanas, hasta entregar nuestros cuerpos y derramar nuestra sangre por ellos, si bien no somos útiles. 

29 Septiembre 2024
26º Domingo de T.O. (B)
Núm 11, 25-29; Stg 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48