Jesús nos da a comer su carne y a beber su sangre. Comer su carne y beber su sangre quiere decir tener vida y vivir para siempre.
Se quejan de Jesús los dirigentes religiosos de los judíos tras oirle decirles: «Yo soy el pan bajado del cielo». Mas no retira él sus palabras; más bien, las confirma. Pues les dice: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». Les asegura también que comer de este pan quiere decir vivir para siempre.
Añade él además que el pan que dará es su carne para la vida del mundo. Y, al momento, los que se quejan de él ahora disputan también entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Pero a él no le molesta que sus palabras los choquen y los escandalicen. Pues ellas se vuelven aún más chocantes y escandalizadoras al decir él que les da a beber también su sangre. De hecho, los advierte él que no comer su carne y no beber su sangre es no tener vida. Y no importa que no los permita la ley alimentarse de sangre. Deja claro él que su carne es verdadera comida y su sangre es verdadera bebida.
Y tales palabras realistas, extrañas y agresivas dan a conocer que decirnos de Cristo es celebrar su Cena. Es decir, la Eucaristía es de suma importancia en nuestra vida como cristianos. No hemos de dejar de comer su carne y beber su sangre. O por decirlo con simpleza, nos hemos de nutrir de él, de su misma persona.
Comer la carne de Jesús y beber su sangre quiere decir tener vida y vivir para siempre.
Pues, en primer lugar, la Eucaristía nos deja superar el riesgo de que nos olvidemos de él y se pongan fríos nuestros corazones (SV.ES XI:65). También al comulgar nosotros con él, lo logramos conocer. Y lo hemos de conocer como al que da plenitud a la ley y los profestas. Él no es una cosa, que con esta nunca nunca se puede comulgar; es una persona y, por lo tanto, con él podemos comulgar de verdad.
Y estar en comunión con él quiere decir además inhalar y exhalar su aliento de vida. Esto es vida compartida, es habitar él en nosotros y nosotros en él. Del mismo modo que el Padre habita en él y él en el Padre. Así pues, se hacen de nosotros también de forma profunda sus actitudes y sus criterios de vida. Y nos damos cuenta de lo que él quiere. También nos damos cuenta de que comer su carne y beber su sangre quiere decir morir para vivir y vivir para morir.
Pues, sí, vivimos por la muerte de Jesucristo y morimos por su vida (SV.ES I:320). Y tanto más nos unimos a él y nos llenamos de él, cuanto más vivimos por su muerte y morimos por su vida. Al vivir y morir así, entonces logramos saborear lo que es vivir para siempre en el cielo. Unidos cual hermanos y hermanas con amor mutuo. Nos logramos entrenar también para la vida de allá.
Señor Jesús, concédenos a los convidados tuyos al banquete que has preparado, para que comamos tu carne y bebamos tu sangre, alcanzar la perfección del amor y lograr tener vida en nosotros y vivir para siempre.
18 Agosto 2024
20º Domingo de T.O. (B)
Prov 9, 1-6; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58
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