Aunque era un judío fiel, Pablo estaba firmemente sumergido en el mundo griego y comprendía la cultura. Esa familiaridad contribuyó a su éxito como misionero en el ambiente de su época. Y, para conocer el ambiente griego, hay que estar familiarizado con sus deportes. Para la gente de la época, los Juegos Olímpicos e Ístmicos tendrían una importancia comparable a la de las Olimpiadas modernas. En sus escritos, se puede discernir el empleo por parte de Pablo de términos y contextos que reciben su tono y enfoque de estas competiciones atléticas. Sus lectores del mundo griego entenderían sus imágenes. Los Evangelios no contienen este tipo de alusiones.
Recordemos la conocida afirmación de Pablo en 1 Cor 9,24-27:
¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.
Las imágenes de la carrera y el boxeo centran este pasaje. Utilizando las imágenes de los juegos, Pablo anima a los que persiguen la vida cristiana a hacerlo con disciplina y empuje. El objetivo es ganar la carrera y obtener la corona que significa la vida eterna, y no la perecedera corona de guirnaldas.
La carrera se destaca como el deporte al que Pablo hace varias referencias en sus escritos.
Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe (Heb 12,1-2).
Obsérvese cómo insiste en la necesidad de mantener los ojos fijos en el premio. Todo buen corredor sabe que eso es cierto. Para correr recto y rápido, hay que concentrarse directamente en la meta. Para Pablo, la meta es Jesús.
En Gálatas, Pablo habla a la comunidad que se ha desviado del camino (Gal 5,7-8). Han perdido el camino y la búsqueda de la verdad.
Comenzasteis bien vuestra carrera, ¿quién os puso obstáculo para no seguir a la verdad? Semejante persuasión no proviene de Aquel que os llama.
Pablo sabe que ha competido bien a lo largo de su ministerio. Ahora espera la «corona» que se otorga al vencedor de la carrera (2 Tim 4,6-8):
Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.
En Flp 3,13-14, Pablo insiste en que, en su empeño, no se deja frenar por los obstáculos del pasado, sino que se esfuerza por llegar a la meta y a su recompensa en el Señor.
Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús.
Podemos imaginar esas carreras en las que los atletas se inclinan hacia delante y se estiran a medida que se acercan a la meta. Así debe ser para la mujer y el hombre cristianos.
Mientras nos deleitamos viendo los Juegos Olímpicos en estas semanas, las imágenes de Pablo adquieren un carácter particular. Podemos rezar para que continuemos nuestro entrenamiento, mantengamos la mirada hacia lo alto y nos esforcemos por llegar a la meta, que es la vida en Cristo Jesús.
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