CONSCIENTES DE SU PROPIA FRAGILIDAD Y DEBILIDAD, SUS CORAZONES LATEN AL UNÍSONO CON EL DE LOS POBRES.
REGLA DE LA SOCIEDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL, PARTE I, ARTÍCULO 1.9
El latido de un corazón es un sonido asombroso de intimidad. Los padres hablan a menudo de la alegría incomparable y desenfrenada de oír el primer latido del corazón de su hijo durante esa memorable cita de la ecografía. Podemos oír el latido del corazón de otra persona durante una urgencia médica. Somos inconscientes de nuestro propio latido, excepto en momentos de gran estrés emocional y físico, o en momentos contemplativos de respiración profunda y calma relajante. El funcionamiento rítmico de nuestro corazón escapa a nuestro control consciente. Es posible que rara vez pensemos en los latidos de nuestro corazón mientras se suceden nuestros días y nuestras noches.
Consumidos por nuestras propias inquietudes y preocupaciones, las necesidades y luchas de las personas en situación de pobreza o que requieren asistencia también pueden quedar fuera de nuestra mentalidad cotidiana. En la Sociedad de San Vicente de Paúl entramos temporalmente en las pautas de vida de nuestros compañeros, pero inevitablemente volvemos al tempo de nuestros días. Nuestra fe cristiana nos desafía a abrazar una perspectiva en la que identificamos a las personas no sólo por sus circunstancias, sino que naturalmente nos reconozcamos mutuamente con una dignidad humana igual y compartida.
La solidaridad con las personas en situación de pobreza va más allá de la simple, aunque importante, aportación de recursos financieros y materiales. Se trata de entablar y mantener relaciones auténticas, en las que las personas se sientan escuchadas y respetadas. Se reitera en los Evangelios, donde se nos anima a reconocer al extranjero como parte de la única familia humana.
El Salmo 34 reconoce la singular escucha de Dios a las llamadas de los pobres y de los que piden justicia: «Cuando los justos claman por ayuda, el Señor los escucha y los rescata de todas sus angustias. El Señor está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los abatidos de espíritu». Desde la perspectiva cristiana, Dios no es un observador pasivo del sufrimiento humano y la injusticia. Dios está más cerca de los que sufren penurias y luchas. Dios experimenta íntimamente las profundidades de las luchas de la gente con nosotros y actúa a través y con otros para responder a estas necesidades.
Como vicentinos, valoramos la empatía como un indicador clave de nuestras acciones y relaciones. Una respuesta empática va más allá de ser simbólica o de tratar de compartimentar a una persona basándose en características individuales. Una persona no es lo peor que ha hecho o las duras circunstancias en las que se encuentra. Al ver el rostro de Cristo en cada persona que encontramos, podemos descubrir el espíritu de comunión que se encuentra en el corazón de la comunión cristiana. En otras palabras, descubrimos que tu corazón y los corazones de los demás laten juntos en esa gran obra maestra sinfónica de vulnerabilidad y alegría.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
- ¿Qué caracteriza a un buen oyente?
- ¿Dónde escuchas el latido del corazón de los pobres?
De: Firewood for the soul, vol. 2, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill y James Hodge.
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