SI QUEREMOS REZAR, PRIMERO DEBEMOS APRENDER A ESCUCHAR, PORQUE EN EL SILENCIO DEL CORAZÓN, DIOS HABLA.
SANTA TERESA DE CALCUTA
Vivimos en un mundo cada vez más buillicioso. Nuestras agendas están llenas, las carreteras parecen cada vez más concurridas y tenemos un sinfín de entretenimientos para distraernos y ocuparnos. Puede ser fácil dejarse arrastrar por el ritmo rápido y ensordecedor de la vida, llena de un suministro interminable de cosas que captan y mantienen nuestra atención. Nos puede faltar tiempo para detenernos y hacer una pausa, o estar demasiado agotados para reflexionar de forma provechosa sobre nuestras experiencias cotidianas. A menudo, cuando nos detenemos, es para escapar a una noche de sueño reparador (o agitado) y volver a empezar el ciclo.
El silencio suele entenderse como la ausencia de estímulos. Es decir, se concibe como un espacio sin sonidos ni ruidos, más que como un estado único en sí mismo. Y aunque es una ausencia, también es una presencia. Elías, uno de los grandes profetas de las tradiciones judía y cristiana, se encontraba en un tumultuoso episodio de gran agitación personal y política cuando regresó a un terreno sagrado conocido en busca de seguridad y ayuda. En ese terreno, Elías se encontró con la realidad de poderosos vientos, violentos terremotos y voraces incendios. Sin embargo, fue en el silencio reinante donde Elías pudo escuchar el suave susurro de Dios. A través del aquietamiento de nuestro ser llega el encuentro con la presencia constante y amorosa de Dios, que siempre está ahí y siempre espera. Este es uno de los estímulos de la oración.
En el Evangelio de Mateo, Jesús nos invita a entrar en un espacio de oración, despreocupado de las apariencias externas o de los ojos vigilantes de los demás. Es un espacio seguro y apartado donde podemos hablar con Dios con la cercanía y la vulnerabilidad familiares. Dios espera con amor incondicional, llamándonos a profundizar nuestra confianza en la actividad que Dios despliega en nuestras vidas.
La oración abre el corazón para actuar con misericordia y para vivir con suave esperanza.
Podemos tener la propensión a llenar nuestras oraciones de palabras y recitaciones. Hay un lugar para las oraciones intencionadas y de intercesión que articulan nuestras necesidades, deseos y esperanzas. La oración conversacional es también una forma adecuada de construir una relación con Dios, que desea profundamente formar parte de todos los aspectos de nuestra vida. Al igual que en otras relaciones, la comunicación regular, honesta y clara es crucial para fomentar el amor y el apoyo entre las personas. En el mismo Evangelio de Mateo, Jesús nos asegura que Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. La intimidad del amor y del conocimiento que Dios tiene de nosotros se extiende desde los primeros comienzos de nuestra vida hasta su fin natural.
Nuestra tradición vicentina se hace eco de las llamadas del Evangelio a descubrir esta esencia de la oración. La Regla de la Sociedad de San Vicente de Paúl anima a «…alegrarnos de descubrir el espíritu de oración en los pobres, porque en el silencio, los pobres pueden percibir el Plan de Dios para cada persona». Abrazar el silencio es un acto de humildad.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
- ¿Qué caracteriza tu vida de oración?
- ¿Qué te resulta cómodo e incómodo del silencio?
- Dedica 5 minutos en silencio orante. Deja que Dios te hable en el silencio, sin esperar resultados ni juzgarte a ti mismo. Deja que afloren tus pensamientos y sentimientos, y preséntalos conscientemente ante Dios.
De: Firewood for the soul, vol. 2, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill y James Hodge.
0 comentarios