Jesús, cual su Padre, está atento a nuestras necesidades. No nos deja de saciar a los que tenemos hambre de lo que nos hace falta.
No les resultó necesario a los que se morían de hambre en el desierto volver a Egipto para poderse saciar. Pues el que los había sacado de la esclavitud con mano fuerte hizo llover sobre ellos maná y carne.
Tampoco les resulta necesario a los discípulos pobres atenerse al dicho de que hay que tener dinero para poder comer. Pues su Maestro sabe saciar el hambre de miles de personas.
Y, de verdad, se necesita algo más que dinero para saciar las necesidades de los pobres de toda clase. Y para resolver el problema del hambre en el mundo.
De hecho, vale más que doscientos denarios la pobreza generosa del muchacho con la comida de los pobres. Pues al compartir lo poco que tiene, él señala el camino que lleva a la comunión, la solidaridad. Es decir, a que nos tratemos los unos a los otros como hermanos y hermanas de un solo Padre.
Ese Padre de todos no quiere que ni uno de sus hijos o hijas pase hambre o quede postergado. Manda él también provisiones para todos. Así que hay alimento para todos; faltan no más personas generosas para compartirlo. Para dar a conocer que Dios lo puede todo, aun lo que no podemos los humanos.
Y al Padre le da gracias Jesús al tomar los panes y los peces. Luego los reparte y logran comer más de cinco mil, los cuales no se dejan de saciar.
Ser de Jesús, por lo tanto, es poner a disposición de los pobres lo que tenemos aunque poco. Es dejarnos saciar por él, nuestro Cordero pascual, y hacer lo que él. Es decir, alimentar nosotros también a los que tienen hambre y no ser cristianos en pintura no más (SV.ES XI:561).
Señor Jesús, no dejes de saciar nuestra hambre y los más profundos deseos de nuestro corazón. Y haz que, al recordar tu signo de multiplicar los panes y los peces, aprendamos a compartir también nuestros bienes con los pobres.
28 Julio 2024
17º Domingo de T.O. (B)
2 Re 4, 42-44; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15
0 comentarios