Es más fácil usar un lenguaje edificante, cumplir algunos preceptos positivos, rechazar ciertos placeres, que estar profundamente lleno de espíritu evangélico, conservarlo en el fondo del alma para ennoblecerlo, purificarlo, y mejorarlo; en fin, reproducirlo en sus obras dejando en ellas el sello de la dulzura y de la bondad. Se pueden murmurar de palabra muchas oraciones, y sin embargo no tener ese impulso que eleva al cielo, ni esa piedad que se abandona a la guía maternal de la Providencia, sin murmurar por el presente, sin preocupación por el porvenir. Un amor tierno hacia Dios, una bondad activa hacia los hombres, una conciencia justa e inflexible hacia sí mismo, tales son los elementos de una existencia verdaderamente cristiana.
Federico Ozanam, Carta a Amélie Soulacroix, 1 de mayo de 1841.
Reflexión:
- Federico escribe esta carta a su prometida Amélie apenas dos meses antes de la boda. Durante la correspondencia que comparten en su obligada separación en la primera mitad de este año 1841, hay algunos párrafos muy interesantes que nos descubren cuál es la espiritualidad que guía la vida de Federico. Este breve texto que hoy reflexionamos, en particular, nos da una idea de cuán profundo es el sentimiento religioso de Ozanam, y qué alejado está de posturas que, entonces y ahora, son desgraciadamente muy habituales en muchos creyentes.
- En general, podríamos decir que las personas (y los creyentes, en particular) necesitamos seguridades a las que aferrarnos, donde asentar nuestras vidas, y preferimos asirnos a ellas antes que vivir en una cierta «provisionalidad», al borde del precipicio. La fe, para algunos, es un conjunto de certezas. Para otros, la fe es un combate, un camino que hacemos desde la esperanza y la confianza, sin conocer muy bien a dónde nos va a llevar… pero fiándonos de Aquél que dio su vida por nosotros. La fe, en definitiva, es un acto de amor hacia aquél que nos amó primero. Así lo dice san Juan en 1 Jn 4, 19: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero». Pero no se queda ahí el apóstol, y añade: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto…»
- Hay creyentes que consideran que el profesar la fe cristiana equivale a cumplir una serie de preceptos. Dice Federico que esto es más facil, y es verdad: no hay que pensar demasiado, el compromiso es laxo y nuestra conciencia se acalla cuando cumplimos ciertas obligaciones que nos hacen «nominalmente» cristianos… pero no vamos al fondo de la cuestión.
- Federico indica tres ejemplos para esta realidad: usar «un lenguaje edificante», cumplir «algunos preceptos positivos» (es decir, que son buenos), rechazar «algunos placeres». En principio, podríamos decir que no son cosas malas, ni se alejan de un sentimiento religioso acorde al seguimiento de Jesucristo. Y es que el problema no es ese: la cuestión es quedarse ahí y no dar el salto.
- Federico nos invita a ir más allá y (1º) llenar nuestra vida «de espíritu evangélico, conservarlo en el alma» para «ennoblecerlo, purificarlo y mejorarlo», y (2º) «reproducirlo en obras dejando en ellas el sello de la dulzura y de la bondad». El primer punto nos recuerda a aquel pasaje de san Pablo (2 Cor 6, 16) que nos invitaba a ser templos del Espíritu Santo; el segundo, el texto de Santiago (St 2, 26) que dice que «la fe sin obras está muerta».
- A los Vicencianos, Federico nos está pidiendo ser cristianos auténticos, y nos recomienda algunas actitudes para llegar a serlo:
- Tener una piedad que se abandona a la guía divina.
- No «murmurar» por el presente. ¡Cuánto nos quejamos y criticamos lo que pasa a nuestro alrededor! Quejémonos menos y pongamos manos a la obra.
- No preocuparse «por el porvenir». Dios guía el barco. Si estamos convencidos de eso, no podemos ser personas sin esperanza.
- Amar tiernamente a Dios. Con un amor «afectivo y efectivo», como dijo san Vicente de Paúl,
- «Una bondad activa hacia los hombres»: este amor se manifiesta para los Vicencianos en el servicio a los necesitados.
- Una conciencia «justa e inflexible hacia sí mismo»: yo soy el primer responsable de mis actos y de la dirección que imprimo a mi vida. No puedo pedir a los demás lo que no me exijo a mí mismo.
Cuestiones para el diálogo:
- Hagamos un rato de revisión de vida. ¿En qué punto estoy yo en mi seguimiento a Jesucristo?
- ¿Soy un cristiano de «preceptos»? ¿Me conformo con cumplir una serie de obligaciones?
- De las seis actitudes que indica Federico, ¿en cuáles necesito mejorar?
- ¿Me está llevando mi fe a un compromiso real y práctico a favor de los empobrecidos?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
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