Jesús está con nosotros en la misma barca. Y donde él está, allí están la tormenta y la calma. Nos toca tener fe para que no nos hundamos.
Tras enseñar todo el día a mucha gente desde una barca, Jesús les dice a sus discípulos al anochecer: «Vamos a la otra orilla». Y lo llevan ellos tal como está. Es decir, enseguida y sin bajar primero de la barca ni ellos ni él. Van con él otras barcas. Y todo esto da a entender que el lago de Galilea se les muestra en calma.
Mas se levanta una tormenta de viento. Y se ponen en riesgo, por lo tanto, la barca y la vida de los que están en ella. Jesús, entretanto, está en la popa durmiendo sobre una almohada. Así que, sí, hay, por un lado, la tormenta y, por otro, la calma.
Los discípulos, pues, llenos de miedo, despiertan al Maestro. Y parecen acusarle de no preocuparse de ellos. Al momento y sin devolver acusación por acusación, se levanta él e increpa al viento y dice al lago: «Silencio, cállate». Y cesa el viento y todo queda en calma. Dice luego a sus discípulos: «¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Lo que dice él al lago se parece mucho a lo dicho a un mal espíritu. Es que la tormenta y las aguas turbulentas sirven de metáfora de los poderes malignos (véase Sal 69).
Y se cree en general que tales poderes se manifestarán aún más fuertes y violentos cuando llegue la etapa final. Esta la inicia Jesús, el que pasa haciendo el bien. Y hacer uno el bien es buscarse o invitar uno los conflictos, problemas, peligros (SV.ES I:143). Donde está Jesús, por lo tanto, allí está la tormenta.
Con todo, Jesús se mantiene en calma.
Es que confía él en Dios, al cual toma por el que lo sustenta y lo protege. Es por eso que en paz se acuesta y enseguida se duerme. Pues el que lo hace vivir tranquilo es Dios no más.
No cabe duda de que quiere el Maestro que sus discípulos tengan semejante confianza, fe. Pero no es que ellos no crean en él del todo. De hecho, lo despiertan y es por eso que no se hunden. Así pues, aunque es poca y débil su fe debido al miedo, quedan salvos y sanos. ¿Qué otras maravillas, pues, verán ellos cuando se haga firme su fe?
Por supuesto, conocerán ellos quién es Jesús. Al hablar desde la tormenta, da él a conocer que vence los poderes malignos para que reine la gran calma. Y su amor hasta el fin, hasta entregar él su cuerpo y derramar su sangre, nos urge a pensar como él. Es decir, no del modo egoísta del mundo, sino del modo nuevo de amor. Y así, la utopía será para ellos una realidad. El mundo será, entonces, más justo, humano, solidario y grato a los ojos de Dios. Y todos los de su barca y de las otras barcas formarán una sola familia de Cristo.
Señor Jesús, tuyo es todo poder y tú vences al mundo: haz que quedemos en calma cuando el mal parezca triunfar; no dejes que nos olvidemos de que estás con nosotros hasta el fin del mundo. Y concédenos una fe que nos libere de tanto miedo, nos comprometa a seguir tus huellas y nos haga pasar a la otra orilla extraña y hostil.
23 Junio 2024
12º Domingo de T.O. (B)
Job 38, 1. 8-11; 2 Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41
0 comentarios