Lo que significa orar incesantemente según santa Isabel Ana Seton

por | Jun 12, 2024 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Dios no quiere una relación esporádica. Desea que nos dirijamos a Él en todo lo que hacemos. Como dice santa Isabel Ana Seton: «Quiere que elevemos nuestros corazones hacia Él. Siempre».

Tengo una alarma fijada en mi teléfono que suena todas las noches a las 8:00 pm. Cuando lo hace, mi objetivo es reunir a todos los miembros de la familia que estén en casa para rezar juntos unos momentos antes de irnos a la cama.

No es un sistema perfecto. A veces estoy fuera cuando suena la alarma: en una cena de trabajo, en un partido de baloncesto de mis hijos o en un acto religioso. Otras veces, la alarma interrumpe conversaciones importantes, nuestra cena familiar o una película que estamos viendo.

No obstante, lo intentamos. A lo largo de los años, he aprendido que la oración no es algo que sucede porque sí. Una vida de oración regular requiere un esfuerzo constante, planificación previa y, sí, a veces incluso poner alarmas. Inculcarnos a nosotros mismos el hábito de la oración diaria ya es bastante difícil, pero fomentarlo en nuestros hijos lo es aún más.

Tuve la suerte de ser criada por unos padres que me enseñaron la importancia de la oración diaria, desde que era muy pequeña. Mi padre rezaba el rosario todos los días y nos invitaba a rezar con él, y mi madre me enseñó una sencilla fórmula para rezar antes de acostarme, que todavía utilizo con mis hijos:

«Gracias, Dios, por este día tan feliz. Cuida de mí durante la noche. Perdóname si he hecho algo mal hoy. Dios me bendiga y Dios bendiga a toda mi familia. Llévanos a todos al cielo algún día. Te quiero, Jesús. Te quiero, María. Por favor, enséñame a amarte más. Amén».

Es muy básica, pero tiene todo lo esencial, y algunos días es lo único que conseguimos rezar juntos antes de acostarnos.

Mi objetivo al enseñar a mis hijos a rezar, sin embargo, no es animarles a recitar una lista de palabras memorizadas antes de acostarse cada noche. Las oraciones memorizadas y los hábitos a la hora de acostarse son un buen punto de partida, pero la verdadera oración consiste en construir una relación real con Dios. Para eso hace falta algo más que recitar frases.

Yo no siempre entendí esto. Cuando era más joven, pensaba que tenía una vida de oración activa. De hecho, hacía cosas como ir a misa y rezar el rosario con regularidad. Rezaba una plegaria matutina cada día y daba las gracias antes de las comidas. Rezaba todos los días.

Sin embargo, ahora sé que en realidad no rezaba. A decir verdad, recitaba frases y representaba un papel. Hizo falta un momento de crisis para darme cuenta de ello.

Después de unos cuatro años de matrimonio, a nuestro tercer hijo le diagnosticaron una enfermedad incurable que ponía en peligro su vida. Fue un shock para mi marido y para mí en muchos sentidos, pero lo más significativo para mí fue la forma en que me afectó espiritualmente.

Poco después de recibir la noticia, fui a la iglesia, me arrodillé ante el crucifijo y me alarmé al comprobar que no salían palabras. Esto era inusual; siempre tenía palabras. Siempre podía rezar. Pero ahora, cuando me encontraba tambaleándome bajo el peso de una cruz pesada e inesperada, me sentía tan golpeada por Dios que no me atrevía a rezar ni una sola palabra.

Tuve que admitir dónde me encontraba. En el punto cero. En el punto de partida. Apenas empezaba a entender lo que significaba conectar con Dios de una manera significativa.

Y fue allí, en medio de esa adversidad, dentro de ese dolor y desilusión donde una verdadera relación con Dios comenzó a echar raíces.

Tuve que admitir que en lugar de una relación con Dios, yo tenía un trato con Dios, un trato en el que yo hacía todas las cosas «correctas», y Él a cambio me protegía de cualquier prueba seria. Cuando Dios «rompió» nuestro trato, la horrible realidad de mi fe vacilante quedó al descubierto. Necesitaba reconocer que cuando rezaba «hágase tu voluntad», en realidad había querido decir «siempre que también sea mi voluntad».

Santa Isabel Ana Seton dijo una vez: «Debemos orar sin cesar, en cada acontecimiento y empleo de nuestras vidas, esa oración que es más bien un hábito de elevar el corazón a Dios como en una comunicación constante con Él».

Hasta ese momento de prueba, mi oración estaba relegada a ciertos momentos y lugares. Limitaba mi relación con Dios, en mi horario y en mi corazón. ¿Pero orar sin cesar? ¿Recurrir a Dios en cada momento, en cada acontecimiento de mi vida? Era una idea nueva, que apenas empezaba a comprender.

Me gusta reflexionar sobre el hecho de que Jesús es plenamente Dios y plenamente hombre. Asumió esa parte plenamente humana no por sí mismo, sino por nosotros. Dios se hizo hombre porque nos amaba tanto que quería estar seguro de conectar con nosotros a un nivel humano, de una manera que pudiéramos entender fácilmente.

Dios quiere de nosotros todo lo que nosotros queremos en nuestras relaciones personales cercanas. Cuando amamos a nuestros maridos, a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros amigos, no queremos que nos correspondan con formalidades y limitaciones. No queremos una conexión del tipo «de vez en cuando» o «a ratos». Queremos estar con ellos en todas las cosas; queremos compartir nuestros corazones, mentes y vidas con ellos de manera plena, y queremos que ellos hagan lo mismo con nosotros.

Esto es exactamente lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Participar en oraciones formales por obligación o deber es un buen punto de partida, pero no nos contentemos con eso. Dios quiere más. Quiere todo de nosotros. Quiere que nos dirijamos a Él en todo lo que hacemos, que conectemos con Él incluso en los detalles más pequeños de nuestro día, y que le demos cada parte de nosotros mismos. Dios nos ama tanto que quiere que oremos sin cesar. Como nos recuerda santa Isabel Ana, Él quiere que elevemos nuestros corazones hacia Él. Siempre. Eso requiere determinación y práctica.

Dios nos ve y nos ama. Podemos empezar por ahí y tomar la decisión de crecer en nuestra relación con Él, dándole todo de nosotros mismos, de la misma manera que Él se nos dio.

DANIELLE BEAN es escritora y conferenciante sobre la vida familiar católica, la paternidad, el matrimonio y la espiritualidad de la maternidad. Fue editora y jefa de redacción de Catholic Digest, y es autora de varios libros para mujeres, como «Momnipotent, You’re Worth It!» y su libro más reciente, «You Are Enough«. También es la creadora y presentadora del podcast «Girlfriends». Más información en DanielleBean.com.

Fuente: https://setonshrine.org/

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