Michelle Neuhauser no dio cuenta en quién se había convertido. Las drogas afectaron a su aspecto de forma drástica.
«Era como si estuviera muerta por dentro y no me importara lo que me pasara porque había defraudado a todo el mundo. Cuando me miraba al espejo, ni siquiera me reconocía, debido a las drogas», dijo Neuhauser.
Lamentablemente, el camino de Neuhauser hacia la adicción es demasiado común. Tras someterse a dos operaciones de rodilla consecutivas, se hizo adicta a los analgésicos con casi 30 años de edad. Tenía dos niños pequeños corriendo por la casa.
«Sufría de continuos dolores», añade Neuhauser.
Neuhauser y sus hijos se fueron a vivir con su ex novio. Él también tenía problemas con las drogas y se peleaban por quién se llevaba qué.
«Decidí probar la jeringuilla, algo que nunca pensé que haría, pero lo hice —dijo—. Teníamos dos, así que escondí la segunda entre los colchones. Mi hija de tres años la encontró a la mañana siguiente y la esparció por el aire. Lo primero que pensé no fue si mi hija estaba bien, sino que había desperdiciado la droga. Entonces supe que tenía un problema».
Con poco más de 30 años, Neuhauser y su novio fueron desahuciados y se quedaron sin hogar durante un par de años. Vivían en la calle o durmiendo en moteles. Mientras tanto, su madre obtuvo la custodia de sus hijos.
«Perdí todo lo que había amado».
Neuhauser también tuvo que lidiar con la violencia doméstica.
«No dejé la relación más pronto por vergüenza, soledad y esperanza de que acabara —añadió Neuhauser—. Me avergonzaba porque pensaba que me lo merecía. Muchas veces estaba aterrorizada… Yo era su víctima. Era su cautiva».
Neuhauser estuvo entrando y saliendo de terapia durante los dos años siguientes. Llegó a St. Jude en marzo de 2003, donde permaneció cerca de un año. Jude era un programa centrado en ayudar a las mujeres a recuperarse del consumo de sustancias. (Este programa ya no forma parte de nuestros servicios actuales, ya que hemos cambiado nuestros recursos).
«Todo lo que tenía era una bolsa de Kroger, pero estaba apartada de todo el problema —dijo—. Me hacía sentir muy segura saber que volvería a una casa cada noche y que me querían pasara lo que pasara. Era una sensación estupenda y no quería perderla. No había malos tratos. No era condicional. Era incondicional. Me llenaba el corazón de alegría. Me ayudó a superar las tentaciones, que surgían por todas partes».
El personal de St. Jude la ayudó a conseguir un apartamento, muebles y el carné de conducir. Después de dos años sin ver a sus hijas, pudo empezar a pasar tiempo con ellas los fines de semana. Ahora lleva 21 años sobria.
«Fue muy alentador. Allí sólo había amor. Había olvidado cómo hacer tantas cosas en la vida —dijo—. Hacíamos vida juntos. Las cenas. Las reuniones. Los sistemas de apoyo. Me enseñaron mucho sobre disciplina… Hacía mucho tiempo que no experimentaba relaciones auténticas, fuera de las drogas».
Neuhauser lleva 11 años casada, tiene una casa en el sur de Indiana y disfruta viendo a sus nietos.
Tony Nochim
Fuente: St. Vincent de Paul Louisville website
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