Santa Isabel Ana Seton encontró en la Sagrada Escritura un camino hacia Dios. Su vida encarnó lo que el Concilio Vaticano II llamó la «fuerza y el poder en la palabra de Dios» que se convierte en el «sustento y vigor para la Iglesia».
En febrero de 2018, en su homilía matutina, el papa Francisco ofreció una imagen poco convencional de Dios, mientras explicaba una lectura de las Escrituras. En el pasaje que citó, el profeta Isaías narra así la invitación del Señor a un pecador: «Ven ahora, pongamos las cosas en su sitio» (Isaías 1,18). Francisco ilustró las palabras de Dios como: «Ven, tomemos un café juntos. Hablemos de esto. Discutámoslo».
Puede parecer extraño pensar en Dios charlando con nosotros del modo que sugieren Isaías y el papa Francisco. Y, sin embargo, el Concilio Vaticano II nos aseguró que sí, que podemos tener esas conversaciones con Dios. «Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos», afirma el documento del Vaticano II sobre la Biblia, Dei Verbum.
Si queremos conocer a Dios, si queremos oírle hablar (y hablar con Él), es en la Biblia donde hay que encontrarle.
La Sagrada Escritura es la base de todo diálogo auténtico con Dios, afirma el P. Jacque Philippe, maestro contemporáneo de oración, porque la Biblia hace presente a Dios:
La Escritura comunica misteriosamente la presencia misma de Dios… Cuando se lee con fe, [la Biblia] hace presente a Dios mismo en nuestras vidas y lo comunica a nuestros corazones. Si dejamos que las palabras de la Escritura llenen nuestros pensamientos y entren en nuestros corazones, Dios se hace presente. Porque Dios habita en su Palabra.
Estas explicaciones nos ayudan a comprender lo que quiere decir la Iglesia cuando se refiere a la Biblia como Palabra «viva». La Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento), aunque escrita en épocas muy lejanas, nos permite escuchar la voz de Dios —dirigida a cada uno de nosotros— aquí y ahora.
O, también, como explicó el Vaticano II: » Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo», que es la Iglesia, tú y yo.
El Concilio continúa señalando cómo esto es una parte de Dios que condesciende a estar con nosotros, tal como lo hizo a través de la Encarnación, adaptando su «lenguaje» a nosotros: «Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres».
La fe de la Iglesia en el poder de la Escritura ha sido inquebrantable a lo largo de los milenios. Sin embargo, en ciertos siglos, y particularmente en respuesta a la Reforma, los católicos se han distanciado personalmente con demasiada frecuencia de la Biblia.
Por el contrario, Isabel Ana Seton, como católica conversa del anglicanismo a finales del siglo XVIII, trajo consigo lo que los conversos protestantes, incluso hoy en día, suelen traer cuando entran en la Iglesia: un gran amor y familiaridad con las Escrituras.
Santa Isabel Ana encontró en las Escrituras el camino hacia Dios, tal y como promete la Iglesia que acabaría abrazando.
Las enseñanzas del Vaticano II sobre la Escritura nos recuerdan lo que encarnó la Madre Seton. El Concilio habla de la «fuerza y el poder en la palabra de Dios» que se convierte en el «sustento y vigor para la Iglesia».
Compárese con la forma en que santa Isabel Ana describió uno de los momentos más difíciles de su vida: asistir a su marido en el lecho de muerte, con la Biblia en la mano y en el corazón: «Ningún sufrimiento, ni debilidad, ni angustia (y de éstos nunca está libre en ningún grado) pueden impedir que él me acompañe diariamente en la Oración, porciones de los Salmos, y generalmente grandes Porciones de las Escrituras…»
Escuchad la fe con la que describe su tiempo nocturno con la Biblia y la lectura espiritual: «[Recuerdo] la palabra —mi Biblia, comentarios, [Thomas de] Kempis— visible y en continuo gozo. Cuando no puedo disponer de horas, me tomo minutos… A veces me siento tan segura de que el Ángel de la guarda está inmediatamente presente que levanto la vista de mi libro y me cuesta convencerme de que no he sido tocada».
El Concilio habla de la Escritura como «alimento del alma» y «fuente pura y eterna de vida espiritual».
La Madre Seton personificó esta realidad, incluso en su vida de joven madre: «A las 4 de esta mañana la pequeña Kate empezó a bufar y a retorcer su cabecita, y después de recibir muchos y suficientes besos se fue a dormir otra vez tranquilamente. Pero los ojos y el corazón de la mamá se despertaron, el cielo estaba sobriamente gris, y llevé mi testamento a la Piazza donde tuve dos horas de dulce Paz antes de que ninguno de mis tesoros se moviera».
Santa Isabel Ana fue devota de las Escrituras durante toda su vida. Pasaba horas cada semana estudiando la Palabra de Dios, meditándola en su corazón, como hizo Nuestra Señora.
Y como la Virgen, las palabras de la santa, en sus notas y cartas, se hacen eco de la Palabra de Dios, para nosotros, hasta nuestros días.
KATHLEEN N. HATTRUP es editora ejecutiva de la publicación en línea Aleteia. Licenciada en teología, inglés y desarrollo educativo, y con un máster en teología, lleva casi dos décadas trabajando en medios de comunicación católicos, con especial atención al papa y a las noticias de Roma. Aunque nació y creció en una granja del Medio Oeste, tras varios años en México, Chile y Puerto Rico, trabaja también como traductora de español y, junto con su marido y sus cuatro hijos pequeños, persigue actualmente sus sueños vitales en España.
Fuente: https://setonshrine.org/
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