Santa Isabel Ana Seton creía en la presencia real de Cristo en la Eucaristía incluso antes de ser plenamente recibida en la Iglesia. Recordemos su testimonio durante la fiesta del Corpus Christi, mientras nos acercamos al altar para recibir el gran don de Dios mismo.
Por mi trabajo, recientemente tuve la oportunidad de celebrar Pentecostés en una Misa de Aniversario del Venerable Patrick Peyton en Easton, MA. Había cientos de familias presentes, de muchas culturas y orígenes étnicos diferentes. Una de las lecturas se proclamó en español, y las oraciones de los fieles se ofrecieron en francés, español, portugués, tagalo y malabar, una variedad de idiomas apropiada, pensé, para una celebración de Pentecostés.
Después de recibir la comunión en este acontecimiento tan especial, observé cómo cientos de personas se acercaban también a comulgar. Algunos llevaban pañuelos en la cabeza, saris y otros atuendos tradicionales, y muchos se acercaban con varios niños a cuestas. Una joven en silla de ruedas era conducida hacia el sacerdote para que la bendijera, y una anciana se esforzó por arrodillarse en el duro suelo de baldosas antes de recibir la comunión.
Mientras veía pasar a la multitud, me impresionó el contraste entre lo que los seres humanos vemos a menudo como diferencias y divisiones entre nosotros, y la inmutable igualdad de un Dios que viene humildemente a cada uno de nosotros en la Eucaristía. El mismo Dios se acerca a la anciana del sari y al joven banquero trajeado. El mismo Dios se acerca al niño de 8 años con una camiseta Nike y a la risueña muchachada de chicas adolescentes que hacen cola detrás de él. El mismo Dios viene a cada uno de nosotros. El amor íntimo y profundamente personal de Dios por cada uno de nosotros es intemporal, eterno e inmutable.
La fiesta del Corpus Christi es una oportunidad para reflexionar sobre el gran don que tenemos como católicos: la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Santa Isabel Ana Seton no perdió de vista el poder y el significado de este gran don, incluso antes de hacerse católica.
Una vez escribió a su cuñada, después de observar a los católicos y el sacramento de la Eucaristía: «¡Qué felices seríamos si creyéramos lo que creen estas queridas almas: que poseen a Dios Sacramento, y que permanece en sus iglesias y está con ellas cuando están enfermas! … El otro día, en un momento de angustia desmedida, caí de rodillas sin pensarlo cuando pasó el Santísimo Sacramento, y clamé en agonía a Dios que me bendijera, si estaba allí, que toda mi alma sólo lo deseaba a Él».
Santa Isabel Ana se postró de rodillas ante Cristo Eucaristía, incluso antes de ser católica. Y, sin embargo, ¿cómo nos acercamos nosotros, incluso los que nos decimos creyentes, a Jesús Eucaristía? ¿Sin pensar y sin la preparación adecuada? ¿Con gran distracción? ¿Cuántos de nosotros no caemos de rodillas, ni siquiera espiritualmente hablando, cuando estamos en la presencia real de nuestro Dios y Rey?
Cuando la vida es dura, a veces puede ser tentador pensar que Dios no se preocupa por nosotros, al menos no de una manera personal o íntima. Pero no necesitamos mirar más allá del crucifijo más cercano para ver que no es así. Ahí está colgado nuestro Dios, sangrando y muriendo, derramándolo todo por amor a cada uno de nosotros. No por la humanidad en general, sino por cada uno de nosotros personalmente, profundamente, sin límites y sin cesar.
Este es el Dios que todo lo da y todo lo ama que encontramos en la Eucaristía. Está presente y habita entre nosotros también hoy. Está presente en nuestras iglesias y en nuestros sagrarios, custodias, procesiones eucarísticas y en cualquier fila de comunión en la que te encuentres el próximo domingo.
Nunca olvidaré una ocasión, hace años, en que nuestra parroquia celebraba misa en el gimnasio mientras nuestra iglesia estaba siendo renovada. Allí, bajo las canastas de baloncesto y la iluminación amarilla, con los relojes zumbando en las paredes y las gradas rodeándonos, recibimos a Jesús, el don de la Eucaristía. Jesús vino a habitar entre nosotros en aquel lugar humilde y sin inspiración. Él viene a los campos de batalla y a las camas de los hospitales. Viene a pequeñas capillas y a grandes catedrales. Todo por amor a nosotros.
Jesús viene a nosotros, no importa quiénes seamos ni dónde estemos. Viene a llenar nuestros corazones con su gracia y su amor. Viene a sanarnos si estamos heridos, a arreglarnos si estamos rotos y a fortalecernos si somos débiles. Él se regala nada menos que a sí mismo.
Que nunca demos por sentado ese gran don. Por el contrario, imitemos el celo de la Madre Seton, creyente en la Eucaristía incluso antes de ser recibida plenamente en la Iglesia. En este Corpus Christi, recordemos sus palabras mientras nos acercamos al altar para recibir el gran don de Dios mismo:
«¡Por fin Dios es mío y yo soy suya!», escribió santa Isabel Ana después de recibir a Jesús Eucaristía por primera vez. «Ahora, que todo siga su curso: le he recibido».
Nada menos que el don de Dios mismo, derramado en nuestros corazones inmerecidos. Que todo siga su curso: le hemos recibido.
DANIELLE BEAN fue editora y jefa de redacción de Catholic Digest, y es autora de varios libros para mujeres, como «Momnipotent, You’re Worth It!» y su libro más reciente, «You Are Enough«. También es la creadora y presentadora del podcast «Girlfriends». Más información en DanielleBean.com.
Fuente: https://setonshrine.org/
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