Abogar, enseñar, recordar y guiar

por | May 16, 2024 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús nos envía desde el Padre el Espíritu Santo. Está sobre nosotros este Espíritu de la verdad para abogar por los que débiles buscamos cumplir nuestra misión.

Sabe Jesús que sus discípulos necesitan un defensor que no dejará de abogar por ellos. Después de todo, demuestran ellos una y otra vez su falta de fe y valor. Sí, son pusilánimes.

Por lo tanto, no es de sorprender que, tras morir él, se escondan ellos de los líderes religiosos. Es que estos puedan expulsar a los discípulos de la sinagoga. O, lo que será peor, puedan perseguirlos del mismo modo que persiguieron al Maestro.

Pero, por supuesto, él no abandona a los suyos. Es por eso que de repente entra él y se pone en medio de ellos. Aunque están cerradas las puertas de la casa en la que se hallan. Él es fiel a los débiles, a los con miedo y de poca fe.

Les da él luego el saludo de paz. Es decir, se les da a conocer, en primer lugar, que él los perdona. No les reprocha el haberse ellos dejado llevar por «Sálvese quien pueda». El haberse dispersado cada uno por su lado y el haberle dejado solo (véase Jn 16, 32).

Se les da a conocer, en segundo lugar, que no tienen por qué temer, que él está con ellos. Es él, – esto lo dejan claro las marcas de los clavos en las manos y de la lanza en el costado. Y se llenan ellos de gozo al verle. Él, a su vez, da a entender que son veraces sus palabras: «En el mundo tendréis luchas. Pero tened valor; he vencido al mundo».

Luego, al desearles la paz una vez más y soplar sobre ellos el Espíritu Santo, precisa cuál es su misión: han de anunciar, con sus palabras y con su vida, sobre todo, el don de la paz y la reconciliación.

Abogar el Espíritu Santo por los discípulos quiere decir ayudarlos a ellos y, por medio de ellos, a los demás, a pasar de la confusión a la comprensión, de la división a la unión, de la enemistad a la amistad, de la desesperanza a la esperanza, del odio al amor.

No, los discípulos no han de hacer lo que los líderes que les dan miedo. Es decir, no han de echar fuera a nadie. Más bien, acogerán a todo y les darán puesto. Pues no les basta con amar a Dios, si no lo aman los demás (SV.ES XI:553). La Iglesia que nace excluida no ha de acabar excluyendo.

Y, al igual que su Maestro, los discípulos han de abogar por los pequeños, los humildes. Por los rechazados, marginados, los que son tomados por pecadores, sucios, desechables.

Mas los discípulos pueden llevar a cabo su tarea solo si reina en ellos el Espíritu Santo. No el espíritu de los que buscan los primeros puestos y se creen mejores que los demás. Los que dicen que guardan la ley mejor que nadie y no dejan de defenderla y abogar por ella.

Desde luego, necesitan los discípulos el Espíritu Santo para que hable él en lugar de ellos. Y para que ellos puedan dar razón de su esperanza con dulzura y respeto. Sí, defienden ellos sus creencias. Pero no odian a sus adversarios; los aman.

Señor Jesús, te rogamos que nos dé el Espíritu Santo que se digne de abogar por nosotros, de recordanos siempre, en especial al participar nosotros de tu Cena, que vivimos por tu muerte, que por tu vida en nosotros cobraremos fuerza para morir al igual que tú, que nos hemos de ocultar en ti y llenar de ti, que hemos de vivir al igual que tú, para que muramos al igual que tú (SV.ES I:320).

19 Mayo 2024
Domingo de Pentecostés
Hech 2, 1-11; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23

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