Me abrieron la puerta antes de que llamara y me recibieron con una gran sonrisa y un abrazo enorme. La energía de ella iba a juego con los vibrantes colores de su atuendo. Me impresionaron su ingenio y su encanto. Era atrevida, artística, sin complejos y trataba de apurar al máximo cada minuto de su vida.

Observé que su casa era un desorden ecléctico y organizado de cosas divertidas. Me contó que los años que había pasado no siempre habían sido fáciles y que se había contentado con vivir tranquila. Pero, tras la muerte de sus hijos y de su marido, decidió que ya no se quedaría sentada viendo pasar el tiempo. «Ya no swe ve nada bueno en la tele, y en mi familia no quedaba nadie a quien avergonzar», explica, así que decidió ponerse manos a la obra. Volvió a aventurarse en el mundo de las citas, pero tras dos intentos se dio cuenta de que no merecía la pena dedicarle tiempo. «Quedo con un amigo varón para no tener que comer sola, pero es demasiado lío entrenar a uno nuevo», bromea.

Quería viajar, pero limitaba sus aventuras a excursiones de un día; muchas veces se dirigía a viejos amigos para convencerles de que se dejaran de tonterías y salieran un poco. Los viajes, a veces de sólo una hora, le daban una razón para levantarse, hacer planes y seguir adelante. Empezó haciendo viajes cortos para visitar diferentes iglesias católicas cada domingo. Era fácil y seguro. Tenía una vieja guía telefónica y mapas que utilizaba para encontrar las iglesias y, con vergüenza, admitió que una de ellas ahora era luterana o metodista o algo así. De todos modos, se quedaba a escuchar el sermón y disfrutaba del mensaje porque pensaba que Dios la había enviado allí por alguna razón. Se estaba riendo cuando soltó: «¡Caray, quizá Dios sólo quería que aprendiera a usar un GPS!». Ahora ya lo ha aprendido, pero todavía no utiliza todos los gadgets y aplicaciones. Dice que la primera vez que le sonó el móvil se echó a reír porque no tenía ni idea de cómo contestar.

Dice que es como la mayoría de la gente de su edad. Le han cambiado la cadera, tiene artritis, bebe té con leche todas las mañanas, insiste en que una cucharada de miel cura la mayoría de las dolencias, olvida por qué ha entrado en una habitación y duerme la siesta en su sillón reclinable. Teme las visitas al médico, pero sabe que tiene que morir de algo; siempre es mejor verlo venir. Lucha contra la soledad, reza antes de acostarse, desearía escribir más, tiene una enorme vena testaruda y siempre se toma tiempo para hacer un nuevo amigo.

Su objetivo cada mañana es superar cualquier desafío negativo en su día con tanta felicidad y alegría que tengan que ponerse a un lado. Cree de verdad que todos estamos rodeados de ángeles, y sabe que no habría llegado tan lejos sin ellos. No tiene mucho dinero, pero se divierte con lo que tiene. «Me gustan las sorpresas, así que intento hacer lo mismo por los demás. No cuesta mucho pagar el café de alguien, dejar una propina mayor de lo normal o escribir una carta a un viejo amigo». El mejor fue cuando pagó por un grupo de madres en una pastelería local. «Podía verme en sus ojos, tanta vida pero tanto por hacer. Las madres hacen tanto que pasa desapercibido».

Su historia es tan extraordinaria como la de muchos de nuestros miembros. Sus corazones son grandes, llenos de fe y siempre llenos de esperanza. Tiene razón, estamos rodeados de ángeles. Ella los describió como «… personas como tú y como yo que observan algo y deciden ayudar».

Espero que sus palabras te inspiren para sorprender a alguien con una nota especial o un acto de bondad. Necesitamos más ángeles en el mundo, y por qué no empezar por ti. Honra a tu propia madre y a Nuestra Señora haciendo la vida de otra persona más fácil. Un gesto sencillo, único e inesperado hace mucho para que alguien sepa que es especial. El amor de una madre siempre va más allá de sus propios hijos y da ejemplo de fe, amor y cuidado en todo lo que hace.

Por Don Fulford, CEO, Asociación de la Medalla Milagrosa, Perryville, Missouri, USA
Fuente: Amm Spring Bulletin 2024