Jesús es la vid verdadera. Comunica a los sarmientos que permanecen en él la savia que les da vida y fuerza y los hace dar fruto abundante.
Se sirve Jesús de la alegoría de la vid y de los sarmientos. Es que quiere dejar claro cómo se han de relacionar con él sus discípulos: han de permanecer en él; su savia ha de fluir en ellos. Pues separados de él, no pueden hacer nada.
No, los cristianos no podremos hacer nada si su savia no corre por nuestra vida. Si no nos alienta su Espíritu, si no nos apremia su amor a amar no de palabra, sino con obras. Quedarnos sin la savia del que nos trae la gracia y la verdad es obsesionanos por la ley. Es decir, no podremos ser de lo nuevo que introduce él y nos contaremos más bien entre los fariseos.
No hay duda de que de ellos es un grado muy alto de observancia religiosa. Pues cumplen la ley con más grandes esfuerzos y de modo más exacto, más minucioso, más perfecto que los demás. Pero lo malo es que pronto se hacen la ilusión de que son autosuficientes.
En otras palabras, llegan ellos a creer que no dependen de nadie, ni aun de Dios. Después de todo, se lo saben todo, lo pueden hacer todo y son superiores a los demás. También se creen, debido a sus méritos, con derecho a todo. Hasta a los favores de Dios; este ha de premiar las obras de ellos. No es de sorprender, por lo tanto, que soberbios se cierren ellos a los demás y los tengan en poco.
Y, claro, tales rasgos de los fariseos los denuncia Jesús. No los desea para nosotros. Es por eso que nos poda y nos limpia con su palabra. Y nos pide una y otra vez que permanezcamos en él. No quiere que seamos secos, sino lozanos, y que demos mucho fruto.
Señor Jesús, ayúdanos a permanecer en ti cual sarmientos en la vid. Viviremos así de tu savia y seremos y actuaremos al igual que tú, proclamando la Buena Nueva del reino de Dios y de su justicia. Haz que captemos que es preciso de verdad que tú trabajes con nosotros, y nosotros contigo; que obremos en ti, y tú en nosotros; que hablemos al igual que tú y con tu Espíritu (SV.ES XI:236). Y danos de comer tu carne y de beber tu sangre, para que permanezcamos en ti y tú en nosotros.
28 Abril 2024
5º Domingo de Pascua (B)
Hech 9, 26-31; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8
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