El Resucitado es el mismo Jesús de Nazaret que los discípulos han conocido, amado y seguido por los caminos de Galilea. Ser testigo de él quiere decir contagiar a otros pueblos la Buena Nueva.
Quienes forman un grupo se pueden contagiar los unos a los otros miedo o valor, y también dudas o certezas. Es decir, los de un grupo tienden a alimentarse entre sí con emociones, buenas o malas.
Y puede ser que esto les pase a los Once y a otros discípulos. Pues, al ponerse de repente Jesús en medio de ellos, se asombran y se llenan de miedo. Creen ver un fantasma.
El Resucitado, por lo tanto, para calmarlos, les pide que miren sus manos y sus pies, y que lo palpen. Pues el que está ante ellos es él mismo, no un fantasma; tiene él carne y huesos. Les muestra luego las manos y los pies, signos de su amor hasta el fin.
Mas aún no los logra él contagiar paz, la que ha deseado para ellos desde el comienzo. Pues a ellos les cuesta creer lo que ven y oyen por el gozo y el asombro que sienten.
Para continuar, por lo tanto, pide él algo de comer. Y él, entonces, come un trozo de pez asado. Luego, les abre la mente para que capten las Escrituras. Todo lo que ha predicho Dios de su Hijo y Siervo, por medio de la ley, los profetas, los salmos. Pues, para ser testigos, no les basta a los apóstoles y los demás discípulos con comer y beber con él. Han de captar también lo que Dios ha predicho y cumplido.
¿Comemos y bebemos con Jesús y captamos las Escrituras, y llevamos los signos de su amor y guardamos sus palabras? Si esto lo hacemos, entonces somos sus testigos también.
Señor Jesús, no nos dejes de nutrir con tu palabra y con tu cuerpo y sangre, para que cada vez más te conozcamos de forma íntima de modo que nos impulsemos a contagiar a otras personas tu Buena Nueva. Haz que seamos como tú, en especial, en mostrar amor y compasión, para que la gente crea en nosotros (SV.ES I:320). Y ayúdanos, para que no cesemos de trabajar, sufrir, aunque no vemos ni el fin ni el fruto.
14 Abril 2024
3º Domingo de Pascua (B)
Hech 3, 13-15. 17-19; 1 Jn 2, 1-5a; Lc 24, 35-48
0 comentarios