La mujer cristiana
A la mujer cristiana, por un acto especial de delegación, se le han confiado todos los pobres, todas las miserias, todas las heridas, todas las lágrimas. Es ella quien, en nombre y lugar de Jesucristo, tiene que visitar hospitales y graneros, descubrir los gemidos y explorar el vasto reino del dolor. A otros la dedicación de la doctrina, a ella la dedicación de la ayuda. Otros deben representar a Jesucristo con la espada de las palabras; ella debe representarlo con la espada del amor.
¿Le gustaría hacer una comparación que lo diga todo en una sola palabra? Pues bien, entre el mundo pagano y el mundo cristiano hay la misma diferencia que entre la sacerdotisa de Venus y la hermana de san Vicente de Paúl. Id a aquel famoso templo de Corinto y ved allí a la mujer; entrad en nuestros hospitales y ved allí a la hermana de la caridad. Estos son los dos mundos: elige.
… Hay tres debilidades en la tierra: la debilidad de la indigencia, que es el pobre; la debilidad del sexo, que es la mujer; y la debilidad de la edad, que es el niño. Estas tres debilidades son la fuerza de la Iglesia, que se ha aliado con ellas y las ha tomado bajo su protección poniéndose ella misma bajo su protección. Esta alianza ha cambiado la faz de la sociedad, porque hasta ahora los débiles habían sido sacrificados a los fuertes, los pobres a los ricos, las mujeres a los hombres, los niños a todos. La Iglesia, al aliarse con los débiles frente a los dotados de la triple fuerza del patrimonio, la virilidad y la madurez, ha restablecido el equilibrio de todos los derechos y deberes. Más o menos disimuladamente, pretende restablecer el orden pagano sobre las ruinas del orden cristiano, es decir, el dominio opresor de la fuerza sobre la debilidad. ¿Tendrá éxito? ¿Romperá los lazos que mantienen unidos al pobre, a la mujer y al niño en la unidad de la Iglesia? Estoy seguro de que no, porque bajo las manos débiles que acabo de mencionar, está la mano de Dios, la mano de Jesucristo, la mano de la Santísima Virgen María, todo el poder de la razón, de la justicia y de la caridad.
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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