Divisiones en la sociedad
Si volvemos nuestros ojos a la sociedad… encontraremos… división.
…En la sociedad las inteligencias luchan contra las inteligencias, las voluntades luchan contra las voluntades; los imperios destruyen imperios; las generaciones parecen ahogarse unas a otras en el espacio. Y todo esto se realiza no sólo por el bien de las cosas presentes, sino por el bien de las eternas. Algunos desean que el gran objeto sea guiar a las naciones hacia la eternidad; otros detestan este objetivo. Así, la sociedad que se instituye para la paz, para que cada uno tenga su parte de aire, de sol y de vida, para impedir la opresión, para unirnos como en un solo lazo, para permitirnos obtener bienes presentes y futuros, esta sociedad no es más que desolación, de división irremediable.
Y, como es de suponer, desde que el cristianismo vino al mundo, desde que la Iglesia vio la luz, esta división se ha acrecentado: los hijos de las tinieblas y los hijos de la luz se persiguen mutuamente con una ferocidad antes desconocida. En el paganismo había al menos una especie de armonía; se respetaban los mismos altares, los filósofos no insultaban la fe de las gentes más humildes. Aquellos grandes y buenos genios, Sócrates, Platón, Cicerón, decían que debíamos hacer lo que el pueblo hacía, en lugar de desacreditar sus creencias e imponerles doctrinas que no entendía. Pero nosotros, los cristianos, cuando tuvimos altares santos, un Evangelio puro, un clero fiel a sus deberes, cuando teníamos un desbordamiento de ciencia divina y de caridad, fue entonces cuando se formaron conspiraciones contra los altares, fue entonces cuando empezó la lucha del imperio contra el sacerdocio, para llegar, después de mucho tiempo, a esta anarquía que contempláis.
En cuanto a la naturaleza… tan poderosa y tan rica, ¡qué pobre ha sido para nosotros! ¿Tenemos todos suficiente luz, suficiente aire, suficiente calor? Hay millones de estrellas que podrían darnos ese calor que nos falta; hay manos en esta ciudad que no lo sienten desde hace cinco meses. ¡Qué despilfarro y avaricia!
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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