¿Quién puede resistirse a la caridad?
La historia sólo se dirige a quienes la han estudiado; las ideas sólo iluminan a quien puede compararlas; la civilización sólo puede ser apreciada por los hombres civilizados. La Iglesia necesitaba una fuente de persuasión aún más humana, es decir, más general: Dios dio a su Iglesia la caridad. Por medio de la caridad, no había corazón en el que la Iglesia no pudiera penetrar; porque la desgracia es el rey de este mundo, y tarde o temprano todo corazón es tocado por su cetro.
Los hombres pueden resistir a la gracia y a la razón, pero ¿quién puede resistir a la caridad? ¿Por qué odiar a los que hacen el bien? ¿Por qué matar a los que dan la vida?… Un sacerdote humilde, un cura de pueblo, no bajará a la cabaña de los pobres con las ciencias; irá allí con la caridad. Encontrará allí un alma sufriente y, por tanto, abierta. Y el pobre, al ver que el sacerdote se acerca a él lleno de respeto por su miseria y sentido de su dolor, reconocerá fácilmente la verdad bajo el ropaje del amor. Pero ya que hablo de caridad, me surge una duda: Dios mío, ¿estamos siendo tan caritativos como deberíamos? ¿Hay entre vosotros, jóvenes, almas ardientes, almas tiernas para Dios y para los pobres? ¿No veis que a vuestro alrededor aumenta el dolor, que la medida se llena y el mundo se inclina hacia espantosos abismos? Dios mío, ¡danos santos! Hace tanto tiempo que no vemos ninguno. ¡Antes teníamos tantos! Que resurjan de las cenizas: Exoriare alliquis ex ossibus [“Que alguien nazca de las cenizas”, Virgilio, Eneida, 4, 625].
Jean-Baptiste-Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861) fue un reconocido predicador y restaurador de la Orden de Predicadores (dominicos) en Francia. Fue un gran amigo de Federico Ozanam (de hecho, es el autor de una muy interesante biografía sobre Ozanam) y muy afecto a la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Imagen: El padre Jean-Baptiste Henri Lacordaire, pintado por Louis Janmot (1814-1892), amigo de Federico Ozanam y uno de los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
Fuente: Henri-Dominique Lacordaire, Conférences de Notre-Dame de Paris, tomo 1, París: Sagnier et Bray, 1853.
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