PUEDES ELEGIR QUEDARTE EN LA PARTE MENOS PROFUNDA DE LA PISCINA, O ADENTRARTE EN EL OCÉANO.
CHRISTOPHER REEVE
Vivimos en un mundo obsesionado por el deporte y los éxitos. Tenemos olimpiadas, copas del mundo, campeonatos nacionales, campeonatos estatales, deportes de temporada, deportes de equipo, deportes individuales, canales deportivos, etc. Todos los días los medios de comunicación informan sobre hombres y mujeres que han dedicado toda su vida a la búsqueda de la excelencia en su ámbito deportivo. Nos fascinan los logros, pero también el sacrificio que se hace en nombre del éxito. Sacrificio personal, familia, tiempo, vida social, salud a largo plazo, lesiones. A muchos nos gusta hablar de sus logros, pero muchos de nosotros nunca nos atreveríamos a hacer los mismos sacrificios ni a comprometernos con objetivos como los de estos deportistas de alto nivel. Es mucho más seguro quedarse al margen o verlo todo desde la comodidad de nuestro salón. Por desgracia, el mismo principio se aplica a nuestra fe. Hablamos de los santos y de las personas que nos han precedido. Contamos historias de su fe heroica y del sacrificio que han hecho, pero nunca nos atreveríamos a seguirles de la misma manera.
Hay un autor católico llamado George Barnardos que una vez escribió lo siguiente sobre la Iglesia. «Ustedes son como los legendarios soldados italianos esperando para atacar. De repente, el coronel coge su sable, salta por encima del parapeto y se lanza al ataque bajo un intenso fuego gritando él solo «avanti avanti», mientras sus soldados permanecen agazapados a cubierto, electrizados por semejante exhibición de valor». Es un punto de vista interesante, pero en realidad Barnardos nos desafía como pueblo a no ser meros espectadores en este mundo que habitamos. La razón por la que estos hombres y mujeres que llamamos santos han partido en pos de Cristo es para que sigamos sus pasos y nos inspiremos en su ejemplo para vivir radicalmente. El ejemplo de quienes nos han precedido es nuestra llamada a la santidad.
Por tanto, no nos desanimemos. No seamos pasivos y nos quedemos sentados en la comodidad de nuestra propia seguridad, sino que tengamos el valor de levantarnos y seguir a Cristo y a los que han caminado antes que nosotros. Una gran responsabilidad de la Iglesia y, por tanto, de nosotros como organización católica laica, es la abogacía. Levantarnos, ser valientes y tener voz para los que no la tienen o no saben cómo tenerla.
Superar los límites y abrir los ojos de los demás a las necesidades de quienes viven marginados en nuestra sociedad y trabajar para atenderlas de forma sostenible y al estilo de Cristo.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
- ¿Cómo defiendes activamente a los marginados?
- ¿Qué fue lo que le llamó a la acción y, por tanto, a unirse a la Sociedad de San Vicente de Paúl [o a otra rama de la Familia Vicenciana]?
De: Firewood for the soul, vol. 1, A Reflexion Book for the Whole Vincentian Family
Sociedad San Vicente de Paúl, Queensland, Australia.
Texto de: Samantha Hill.
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