Reflexión:

1. “Hermosura”, “belleza”, “perfección”… Un buen anuncio televisivo diría que “tres en uno” y no precisamente para compararlo con el misterio de la Trinidad. En este caso, san Vicente los aplica a Dios no tanto por ensalzar dichos atributos sino para mostrar que es el principio de ellos entendiendo que son inapreciables para cualquiera de sus criaturas y, por ello, merecedores de luchar por conseguirlos y, sobre todo, mantenerlos.
2. Quizá debiéramos preguntar al señor Vicente por el significado de “belleza”  para convertirla en punto supremo de comparación “¿Acaso hay algo que…?” Posiblemente lo encontremos al finalizar el texto: “perfección”, belleza como perfección. ¡No está nada mal porque nos coloca (al ser humano) en nuestro sitio! La perfección de las criaturas, de las flores, de las aves, los astros, la luna, el sol… Bien haríamos en repasar el relato de la creación: «…y vio Dios que todo era bueno, que todo estaba bien hecho».
3. Una permanente afirmación de san Vicente es emanar de Dios (como no podía ser de otra manera) todo lo concerniente a la vida: la luz, la verdad, la belleza… Todo es en Dios para la humanidad. Todo un arcoíris desplegado para iluminar al ser humano y, desde esta perspectiva, convertirle en imagen de Dios. Idea radical en su pensamiento cuando la lleva al pobre y lo transforma en “imagen privilegiada”.
4. Porque, junto a la calidad de sus obras, quizá sea esta la gran intuición carismática de San Vicente: hacer que el despliegue de las “cualidades” divinas se vislumbre especialmente en el pobre y, por ello, convertirlo en lugar privilegiado del encuentro con Dios. Y llega a esta conclusión tras un largo peregrinaje por otros nacederos cuya agua no llega a convencerle. Bien sabemos algunos de los primeros pasos: Chatillón, Folleville… que terminan en el fulminante “los pobres son nuestros compañeros de camino hacia Dios”.