«MISERICORDIA»: LA PALABRA QUE MÁS ME DICE
El examen de conciencia particular y general
Queridos miembros del Movimiento de la Familia vicenciana,
¡Que la gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!
Pronto se abrirán las puertas del Adviento, y una vez más se nos ofrecerá un tiempo de gracia: un tiempo para mirar dentro de nosotros mismos, para mirar al cielo, de día y de noche, para volvernos a Jesús, que nos inspirará no sólo para prepararnos para la Navidad, sino también para poner nuevos cimientos sólidos para nuestra casa espiritual. Esto no se limitará únicamente a una parte del año, sino que implicará la construcción continua de esta casa según el sueño de Jesús para cada uno de nosotros. Está orientada hacia nuestro objetivo común: llegar a la casa del Padre, conocer la plenitud del Reino, gozar de la vida eterna, ¡estar con Jesús y los miles de millones de santos que nos esperan en el cielo para siempre!
Se cuenta la historia de un rey a quien le gustaba leer. En su castillo, tenía numerosas bibliotecas de varios cientos de metros de largo, llenas de libros nuevos que compraba constantemente debido a su mente extraordinariamente curiosa. A lo largo de su vida, había leído miles de libros.
Pero el rey envejeció y sufrió una enfermedad incurable. Los médicos le dijeron: «Sólo le quedan seis meses de vida». Como el rey era muy aficionado a los libros, ordenó a un equipo de cien personas que fueran a sus numerosas bibliotecas para leer los mil libros que todavía no había leído y seleccionar cien que todavía esperaba leer.
Al cabo de cuatro meses, el equipo de lectores presentó al rey una lista de cien libros, elegidos entre los mil mejores. Sin embargo, la salud del rey se había deteriorado entretanto, y se dio cuenta de que no sería capaz de leer cien libros en los dos meses que los médicos aún le daban de vida.
El rey pidió al equipo de lectores que elaborara una nueva lista, seleccionando sólo diez entre los cien libros. Esta vez, los lectores volvieron mucho más rápido. Al cabo de un mes, habían seleccionado diez libros para llevar al rey, pero su salud se había deteriorado aún más. El rey casi había perdido la vista y su capacidad para leer estaba muy mermada. Se dio cuenta de que no podría leer ni diez libros en el tiempo que le quedaba de vida.
El rey aún esperaba poder leer al menos un libro antes de morir. Pidió al equipo de lectores que eligieran un solo libro en el plazo de dos semanas. El equipo había realizado su trabajo y, dos semanas después, regresó junto al rey, ya moribundo.
El rey se había quedado totalmente ciego, casi sordo, estaba débil y dormía varias horas al día. En algunos momentos, sin embargo, su mente seguía bastante despierta. Tenía la fuerza suficiente para pedir al equipo que volviera a trabajar y resumiera en un solo día este libro en una sola palabra. El rey pensó que probablemente sería el último día de su vida.
El equipo, que leyó conjuntamente este único libro durante toda la noche, consiguió volver con una sola palabra que englobaba los mil libros que habían leído durante los meses anteriores. Al día siguiente por la mañana, todavía muy temprano, el equipo fue a ver al rey agonizante, que sólo estaba lúcido de forma intermitente, y le dijo: «Mi Señor, hemos tenido la gracia de leer tantos libros en los últimos meses. Como usted nos ha pedido, hoy nos presentamos ante vos con una sola palabra que abarca todo lo que se ha escrito en tantos libros, y esta palabra es: AMOR».
Si tuviéramos que leer todo el Nuevo Testamento con el objetivo específico de encontrar una sola palabra con la que pudiéramos expresar el centro de su significado, de su mensaje y de su contenido, la mayoría de nosotros probablemente mencionaría la palabra «AMOR». Algunos, por supuesto, podrían encontrar otra palabra que, en algún momento dado de la peregrinación de su vida, les hablara aún más profundamente que la palabra «AMOR». Por mi parte, si yo tuviera que elegir hoy una palabra que encarne todo el Nuevo Testamento, esa palabra sería «MISERICORDIA».
Desde la época de San Vicente y por recomendación suya, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad incluyen los ejercicios diarios del examen particular y general entre las prácticas que dinamizan su vida espiritual. El Fundador recuerda a los Misioneros que estos ejercicios favorecen el conocimiento de sí mismo y el deseo continuo de corregirse y perfeccionarse con la ayuda de la gracia de Dios, para desarraigar los vicios e implantar las virtudes. (Cf. Reglas comunes X, 9 ; Estatuto 19).
El examen particular se realiza normalmente hacia el mediodía o antes de comer. Bajo la mirada bondadosa de Dios, la persona repasa brevemente la resolución de la oración de la mañana para fortalecer el deseo y la determinación de ponerlo en práctica, pidiendo la gracia necesaria para lograrlo. San Vicente, dirigiéndose a las Hijas de la Caridad, explica el sentido de este ejercicio: «Y sobre vuestro examen antes de comer, sed fieles, hijas mías; sabéis que hay que hacerlo sobre la resolución que se tomó en la oración de la mañana, y dad gracias a Dios, si con su ayuda, la habéis puesto en práctica, o pedidle perdón, si por negligencia habéis faltado» (Sígueme IX, 59; conferencia 6, «Explicación del reglamento», 16 de agosto de 1641).
Por la noche, antes de acostarse, en un clima de profundo silencio interior y exterior, cada uno debe realizar el examen general, con el fin de revisar la propia vida, sobre todo para dar gracias al Señor por las bendiciones recibidas, así como para implorar su perdón, prepararse para la conversión, perseverar en el bien y evitar lo que le es contrario. De este modo, uno se duerme con un buen pensamiento y el corazón en Dios. «Guardaréis el silencio después del examen de la noche hasta el día siguiente por la mañana después de la oración, para que este recogimiento, que ha de ser visible por fuera, favorezca el trato de vuestros corazones con Dios; guardadlo sobre todo después de la oración que hagáis a Dios antes de acostaros, y después de haber recibido su santa bendición» (Sígueme IX/1, 26; conferencia 1, «Explicación del reglamento», 31 de julio de 1634).
San Vicente de Paúl, el «místico de la Caridad», nos anima muy claramente a todos nosotros, miembros del Movimiento de la Familia vicenciana, a aprovechar cada día estas maravillosas herramientas que son el examen de conciencia particular y el examen de conciencia general, en nuestro deseo de conversión que nos lleva a la santidad.
La expresión «examen de conciencia» puede suscitar una reacción negativa, como algo que ya no tiene sentido, o que prefiero evitar antes que enfrentarme a los aspectos en los que Jesús me llama a mejorar. Si lo consideramos como un momento en el que Jesús, el juez severo, nos avergonzará, señalando nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestros fracasos, dos veces al día, día tras día, no es de extrañar que elijamos el camino de evitar esa confrontación.
En realidad, es al contrario. Jesús está deseando tener la oportunidad, durante esos dos momentos del día en los que hacemos una pausa en silencio, de manifestarnos su amor y su misericordia. Son momentos en los que podemos volver a nuestra lectura diaria de la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento, y encontrar una palabra que resuma para nosotros todo el mensaje del Nuevo Testamento, ya se trate de «AMOR», de «MISERICORDIA» o de alguna otra palabra que nos conmueva profundamente. Desde esta perspectiva, podemos alegrarnos enormemente de estas ocasiones que reavivan en nuestro corazón el deseo de cambiar, de convertirnos, de aspirar a la santidad.
Cada congregación, asociación de laicos y persona perteneciente al Movimiento de la Familia vicenciana puede tener tradiciones espirituales particulares. Quisiera invitar a aquellas congregaciones que han tenido la práctica espiritual del examen de conciencia particular y general desde sus orígenes, y cuyos miembros, por una u otra razón, han dejado casi totalmente de lado esta práctica en su camino espiritual, a revitalizar o a reintegrar este don en sus comunidades y en cada uno de sus miembros. Doy las gracias a las congregaciones que han permanecido fieles cada día a estos dos momentos de gracia, por su testimonio y su ejemplo.
Del mismo modo, doy las gracias a cada laico, ya pertenezca o no a una asociación, que realiza estos dos momentos de silencio con Jesús durante el día, por su ejemplo y su testimonio. A los miembros de las congregaciones o a los laicos que, hasta ahora, no lo han hecho en su vida de oración, les invito a incluir estos dos momentos diarios de encuentro con Jesús.
Nos presentamos ante Jesús que es «AMOR» y «MISERICORDIA».
El Adviento nos brinda la oportunidad de fortalecer los cimientos de nuestra vida revitalizando estos dos momentos diarios de gracia, o de empezar a hacer de ellos, ya desde este Adviento, un camino para contemplar con claridad ¡el rostro de Jesús «aquí y ahora» y en su plenitud para toda la eternidad!
Su hermano en san Vicente,
Tomaž Mavrič, CM
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