Las manos de la Virgen en la Medalla Milagrosa

por | Nov 19, 2023 | Formación | 0 Comentarios

Viniendo a nosotros nos abrió sus manos…. Los biblistas modernos nos muestran que la actividad de Jesús está sostenida con la “gestualidad”: Los gestos van más allá de las palabras…no piden el don de la palabra, ésta la tienen los oradores públicos y los políticos en sus plazas…Las manos pueden curar o herir, acariciar o golpear, acoger o rechazar.

Las manos de Jesús

Son fuertes y vigorosas como buen carpintero, pero al mismo tiempo tiernas para acariciar a los niños, extendidas para abrir los rollos de las Escrituras y suaves para escribir sobre la arena, manos que parten el pan y bendicen, manos que curan y resucitan a los muertos, manos que expresan enojo con los mercaderes, y dulces para atender a los enfermos, manos levantadas al cielo para orar, manos que infunden misericordia, ternura y amor en la predicación, y si fuera poco, manos clavadas en la cruz como si el mundo quisiera atarlas por siempre, pensando en ponerle fin a todas sus obras. Con sus manos atravesadas por los clavos, sucedió algo glorioso: ¡El poder y la mano de Dios vencieron la muerte! Sus manos están vivas con las llagas resplandecientes de la resurrección, que hoy desde el cielo siguen bendiciendo, partiendo el pan y sosteniendo el mundo redimido con su Preciosa Sangre.

Las manos de María

¡Si los evangelios son claros al hablarnos de las manos de Jesús, no pasa lo mismo con las manos de María! Dejan todo a nuestra imaginación, no lo dicen, pero lo pudieron decir. Alcanzamos a vislumbrar algunos rasgos, que me atrevo a mencionar con temor, pero con la esperanza que no sean desacertados, y que sean luz para nosotros.

María como una mujer de nuestra misma carne, nació, creció y se fue formando en la oscuridad de su hogar, y como buena judía aprendió las letras del arameo en la escuela de su hogar para luego poder leer las Escrituras. ¿Por qué no pensar en que María tomaba en sus manos y leía la Palabra de Dios que tenía el rollo de la ley que llevaban Joaquín y Ana al templo? Pero, además, debieron ser manos hacendosas para la cocina, el bordado, la pintura y los demás quehaceres que hacía toda auténtica judía ¿No sería en una tarde de verano, cuando teniendo en sus manos la Torá se presentó el ángel? El hogar de Nazaret era el de una pobre aldeana, que sin pajes atendía con sus manos a su esposo, al Niño, mientras él como todos nosotros pudo valerse por sí mismo. Manos que debieron tomar la mano de su Hijo para enseñarle las primeras letras, llevarlo de su mano para que aprendiera a caminar, y una vez que El salió de casa a la vida pública, alzó una y otra vez las manos para bendecirlo, y pensar las veces en que, al volver el Hijo a su casa, con sus manos cansadas le lavara los pies y lo atendiera en la mesa.

Y sigamos pensando en las manos laboriosas que, siguieron siendo hacendosas en los 30 años de vida oculta de Jesús, y que un día cuando menos lo pensó, recibió en sus manos virginales a aquel que bajaban de la cruz, y que ella había acariciado con sus manos al nacer. Sí, las manos de María no descansaron, siguieron en el desgaste ordinario, en la casa de Juan hasta ser llevada a los cielos.

Pero no está en un asueto eterno en el cielo, sino que “entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya está glorificada en los cielos en cuerpo y alma, brilla ahora ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo”. L.G. Cap.V,68.

Y este consuelo, ella lo ha mostrado a lo largo de los siglos de muchas maneras y en diversos lugares, con singulares mensajes para la humanidad. Hagamos mención de la Salette, Lourdes, Fátima…hasta las últimas apariciones aprobadas por la Iglesia de Kibeho, Rwanda a finales del siglo XX.

Las manos de María en la Familia Vicentina y, a través de ella, en el mundo

Un día inesperado, María se dignó elegir a una familia, nacida de un labriego que la veneraba en una encina en su Landas natal, y del corazón de una buena mujer, no aldeana sino noble, que un día presurosa marchó a Chartres, para confiar a su corazón de madre, su humilde familia de pobres campesinas.

Y los años pasaron, los pobres fueron servidos y evangelizados, y esta familia de consagrados se encontraba en ruinas. Y es aquí cuando la Madre Inmaculada inesperadamente, en el silencio y la oscuridad de la noche, irrumpe en la casa de aquellas que una y mil veces cada día la invocaban como Inmaculada, y la habían hecho conocer y amar de pobres y ricos. Allí, las manos de María son cercanas, se entrecruzan con las manos de la campesina borgoñesa, y abriendo su corazón le da los secretos para los hijos del Señor Vicente y la Señorita Legras. Muchos secretos la vidente los guardó en su corazón, pero los esenciales nos los dio a conocer, entre ellos la predilección por los Misioneros de la Congregación y de la Misión y las Hijas de la Caridad: “Me complazco en otorgar mis gracias a la Comunidad porque la amo intensamente”. Y como si fuera poco, meses más tarde nos dejó el regalo de su Santa Medalla.

Manos llenas de gracia y misericordia

Y sin nosotros pedirlo y menos merecerlo, nos entregó la Medalla Milagrosa, no para nuestra gloria y fama, sino como pobres siervos de tan amada Madre, para hacerla llegar hasta los confines del mundo, amándola y haciéndola amar de nobles e ignorantes, santos y pecadores…
En la Medalla Milagrosa, no nos encontramos con una imagen de María sedentaria o estática, sino en movimiento ágil, dinámico y juvenil, que viene hacia nosotros con los brazos extendidos como corrió hacia Hebrón para servir a Isabel, o para tender las manos que necesitaban un socorro oportuno en Caná de Galilea.

Ella viene con sus brazos extendidos, nos acoge y nos abre sus manos:

  • Manos abiertas para que nosotros alcemos las nuestras, y las crucemos permitiendo que su calor de madre, caliente y anime las nuestras, muchas veces temblorosas, frías e inseguras que en ellas hallan acogida, cariño y confianza.
  • Manos luminosas extendidas, que emanan rayos como señal de la misión que tiene, como madre y mediadora de las gracias que derrama sobre el mundo y a quienes las pidan.
  • Manos que tienen piedras preciosas, algunas de las cuales no brillan ni titilan, que en expresión de la Madre:” Son las gracias que dejan de pedirme”. ¿Y cuáles serán esas gracias que no pedimos? O mejor, ¿qué es lo que normalmente pedimos todos? ¿No es cierto que tú y yo, cada día le pedimos vida, salud, el bienestar de la familia, la estabilidad en el trabajo…? ¿No será que acudimos a ella para que nos alcance todo esto que, en la jerarquía de valores es el número 2? ¿Y el número 1? La respuesta es obvia, Jesús, camino, verdad y vida, para todo cristiano, y para nosotros los Vicentinos, el evangelizador de los pobres, el buen Samaritano que acude ante toda miseria. Es la gracia que hemos de implorar de ella, las demás se nos darán por añadidura.

A María Milagrosa, que desde la aurora nos despierta con sus brazos extendidos, abriendo sus manos santas para derramar las bondades que el Señor le ha confiado, no se canse de nosotros que “gemimos en este valle de lágrimas” y nos colme de todo lo que pedimos y de aquello que no nos atrevemos a implorar.

No nos hagamos sordos a las palabras y al testimonio de uno de los nuestros, San Juan Gabriel Perboyre, que en su experiencia de santidad misionera nos dice:

“Pida a María que bendiga sus palabras y sus acciones…Cuando hable, cuando confiese, cuando ofrezca el santo Sacrificio, interese a María en favor suyo. No haga nada sin ella y atraerá abundantes bendiciones sobre todo aquello que emprenda…porque no será con nuestras disposiciones sino con las suyas con las que recibiremos a Jesús”. Sí, esto para nosotros los sacerdotes, pero para ti Hija de la Caridad o miembro de alguna familia Vicentina, ábrele tu corazón para que ella lea en el libro de tu vida lo que tú necesitas, y tanto a ti y a mí, nos prodigue las bendiciones y gracias de Jesús que por ella nos llegan cada paso de nuestro peregrinar.

Y como ella, lo susurró a Santa Catalina Labouré, en cada instante de nuestra vida, en las luchas, trabajos, alegrías y sinsabores, digámosle con humilde fe: Oh María, concebida sin pecado. Ruega por nosotros que recurrimos Ti.

Marlio Nasayó Liévano, c.m.
Provincia de Colombia
Fuente: https://www.corazondepaul.org/

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