«Todos los cristianos, hermanas mías, están obligados a la práctica de estas virtudes; pero las Hijas de la Caridad tienen esta obligación de una forma especial. Podréis decirme: ‘Pero, Padre, ¿acaso no estamos también obligadas a la práctica de todas las demás virtudes?’ Sí, estáis obligadas a ellas, pero a esas tres lo estáis de una manera muy especial; el cielo y la tierra lo están pidiendo de vosotras… De la misma manera, Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen especialmente a la práctica de tres virtudes, la humildad, la caridad y la sencillez» (IX, 537).
Vicente de Paúl
Reflexión:
- Comencemos por el final y, desde ahí, quizá veamos el árbol. “Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen especialmente a la práctica de tres virtudes: la humildad, la caridad y la sencillez«. Razón tendría cuando dice lo que dice. Razón tendría para diferenciarlas de sus paralelos misioneros Paúles. Recordemos a éstos les elimina la “caridad” y les añade la mansedumbre, la mortificación y el celo. Si aplicamos el dicho de “díme de qué careces…” no quedan estos últimos demasiado bien parados. ¿Pensaría el sr. Vicente en ello?… ¡Es posible que no!
- Entre unas y otras hacen la bonita suma de seis. Hasta podemos agruparlas en dos direcciones: una interior (mansedumbre-humildad-sencillez) y la otra más al exterior (caridad-mortificación-celo). Unas y otras se asocian en un todo inseparable. Las primeras fortalecen el ánimo, las segundas lo despliegan. Las primeras sin las segundas se agostarían rápidamente; las segundas sin las primeras perderían su razón de ser. Unas y otras se alimentan mutuamente para llevar adelante la Misión.
- Y son “virtudes” (a estas alturas de la película me ahorro diferenciarlas de los más que desgastados “valores”) “propias de los vicencianos” (en el recorrido nos encontraremos con otros muchos que coinciden de una u otra forma). Y es justo decir que son “propias” que no “propiedad”; que son igual de evangélicas que otras varias pero que, junto con ellas pero de manera especial, configuran el ser y obrar de todo vicenciano.
- El vivir y desplegar este amplio “programa” es cuestión de toda una vida (y más). Por ello, me atrevo a sacar a la luz otra virtud que, a mi modo de ver, es la fuente energética fundamental: la paciencia. Convendremos en la necesidad de hacernos con una buena dosis de esta última para ir adquiriendo y viviendo las virtudes citadas. Convendremos en que este es un recorrido difícil y complejo. De hecho pocos lo alcanzan con un nivel medianamente aceptable… ¡para qué engañarnos!…
- Un recorrido vital que se asemeja al “exatlhon” (más o menos seis pruebas) para cuya mejora elegimos aquella o aquellas que tengamos más “flojitas” con vistas a superarnos. Utopía en estado puro será la pretensión de abarcarlas todas al mismo tiempo y con la misma intensidad. No hay santidad (o, mejor, humanidad) que lo resista. Y es cuando, además de inteligencia, necesitamos de paciencia para diseñar, desplegar, evaluar y revisar… ¡La santidad tiene mucho de “insistencia” ante uno mismo y ante Dios!
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Hasta qué punto coincidimos con la objeción que plantean las Hermanas?
- ¿Está nuestra vida animada por dichas virtudes?
- ¿Tenemos un “plan de mejora”?
- ¿Son visibles en nuestras obras las “virtudes” vicencianas?
- ¿Cuáles son las principales “amenazas” contra estas virtudes?
Mitxel Olabuenaga, C.M.
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