«Pero ¿qué es el espíritu de nuestro Señor? Es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente. Jesucristo tenía de Él una estima tan alta que le rendía homenaje en todas las cosas que había en su sagrada persona y en todo lo que hacía; se lo atribuía todo a Él; no quería decir que fuera suya su doctrina, sino que la refería a su Padre: La doctrina que yo enseño no es mía, sino de aquel que me ha enviado (Jn 7, 16). ¿Hay una estima tan elevada como la del Hijo, que es igual al Padre, pero que reconoce al Padre como único autor y principio de todo el bien que hay en Él?» (XI, 411). Vicente de Paúl Reflexión: Nos deja el sr. Vicente unas líneas maestras de su pensamiento teológico. Comienza con un sencillo interrogante: “¿qué es el espíritu de nuestro Señor?” y finaliza con otro no menos profundo: “¿Hay una estima tan elevada como la del Hijo, que es igual al Padre, pero que reconoce al Padre como único autor y principio de todo el bien que hay en Él”. En medio una explicación de cómo se despliega esta estima del Hijo respecto al Padre siendo igual a Él. A la primera de las preguntas responde el sr. Vicente de una manera clara y, hasta cierto punto, contundente: “es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa a la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente”. Una afirmación (“perfecta caridad”) que se concreta en dos dimensiones (“lleno de estima”, y “deseo infinito”) con una finalidad: “admirar las grandezas del Padre”. La postura de Jesucristo debe servir de ejemplo para cualquiera de sus seguidores. ¿Y cuál es esta postura? Manifestar una estima tan alta de Dios Padre que no solo le rindamos homenaje en todas las cosas sino que le atribuyamos todo nuestro quehacer y nuestro pensar. La imitación de Jesucristo aparece, en este caso, como la fuente inspiradora del ser cristiano y, como aplicación, del ser misionero de forma que, en algún momento, podamos afirmar: La doctrina que yo enseño no es mía, sino de aquel que me ha enviado. Una última reflexión nos lleva a comentar la finalidad de todo este compendio místico que no es otro que “conocer las grandezas del Padre”, auténtico punto de partida de la espiritualidad vicenciana. Grandezas que se manifiestan en el Hijo hacia quien debe dirigirse nuestra mirada de forma continua en el camino de la perfección. “Imitar a Cristo”, como antes decíamos, se convierte en la estrategia clave de la espiritualidad. Una visión que, desde nuestro punto de vista, debiera contrastarse con la mística del “seguimiento”. Cuestiones para el diálogo: ¿Dónde se manifiesta para nosotros el espíritu de Dios? ¿Imitan nuestras comunidades a Cristo o procuran ser testigos de su seguimiento? ¿Qué ven en nosotros aquellas personas a quienes evangelizamos? ¿Hasta qué punto nuestro quehacer se inspira en el actuar de Jesucristo? ¿Ensalzan nuestras obras la inacabada creación de Dios? Mitxel Olabuenaga, C.M.
Dios en el fondo • Una reflexión semanal con Vicente
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