Jesús, nuestra paz, hace un pueblo de los judíos y de los no judíos, los forasteros. Derriba él, por medio de la cruz, el muro de odio que los separa.
Parece que no creen unos cristianos de origen judío que la Buena Nueva de Jesús es para los forasteros. Pues los del partido de la circuncisión le echan en cara a Pedro en tono acusador: «¡Has entrado en casa de los no circuncisos y hasta has comido con ellos!».
¿Son los que acusan de los que no dejan de tomarlos por perros a los forasteros? ¿Se les cierra la puerta a ellos, pues no hay que desviarse de esta misión: ir no más a las ovejas descarriadas de Israel? Y la misión, cierto, la afirma Jesús tras contestar al fin a la mujer cananea a instancia de los discípulos que la hallan molesta.
Lo curioso de la respuesta es que ya está Jesús en una región pagana. Y allí se retira él al indicar los fariseos y escribas que él no guarda las tradiciones de los mayores. No solo se nos cuenta, pues, que deja él de lado su instrucción a los discípulos. También se nos confirma que el que va al país de Tiro y Sidón es quebrantador, sí, de las tradiciones.
Pero, ¿por qué, entonces, el que quebranta las tradiciones aún llama «perros» a los forasteros, a los paganos? ¿Los busca afrentar? O, ¿se sirve él del apelativo solo para hablar con ironía? Mas puede ser que el relato incluya «perros» para resaltar aún más la fe grande de la cananea.
A los ojos judíos, la mujer pagana no tiene nombre; no es nadie. Y se le tiene en menos a ella aún más. Pues ella es en persona la tentación, el riesgo, que es lo pagano para la fe judía. Pero la cananea se ve de fe grande, la que les falta a no pocos de los que se dicen elegidos.
No pocas veces resulta que son verdaderos creyentes los que a los cuales tomamos por forasteros y de quienes nos buscamos apartar.
Mira Jesús a la mujer humilde de fe grande, y le otorga lo que ella pide. Así que no hay duda de que ocupará ella un asiento de honor en el festín de manjares suculentos y de vinos de solera. Pues el Señor llevará a su monte santo, a la casa de oración para todos los pueblos, a los forasteros fieles. Se les llamará a ellos a la Cena del Cordero, a la mesa de su palabra, y de su cuerpo y sangre.
Sí, el Señor acoge a los forasteros de fe grande y hace de ellos ciudadanos del reino de los cielos. Se les muestra a los forasteros la misma misericordia que se les muestra a los ciudadanos. Por lo tanto, no podemos rechazar a nadie ni cerrarle la puerta (véase Hch 10, 47). Más bien, hemos de admitir a los que quizás queramos que se queden en las afueras. Y los tenemos que servir tal como quiere san Vicente que lo hagamos.
Señor Jesús, concédenos ver de forma clara y captar de modo firme que todos somos uno en ti, que ya no hay distinción entre ciudadanos y forasteros, entre esclavos y libres, entre varones y mujeres.
20 Agosto 2023
20º Domingo de T.O. (A)
Is 56, 1. 6-7; Rom 11, 13-15. 29-32; Mt 15, 21-28
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