Jesús nos nutre con su palabra y su cuerpo y sangre. Él nos hace vivir y no deja de reavivar la fe de los que vacilan.
No, no dejó de reavivar Jesús las esperanzas de los que ansiaban ver la patria libre del dominio de Roma. Si así no hubiera sido, no habrían gritado las turbas, al entrar él en Jerusalén: «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!». Y eso, a su vez, debió haber despertado aún más las esperanzas de los discípulos.
Mas esas esperanzas se desvanecieron pronto. Pues, a los ojos de no pocos, resultó no ser Jesús el Mesías. Fue no más uno que se golpeó, sufrió la muerte más dolorosa y vergonzosa que se pueda imaginar.
Así que los dos discípulos, tristes debido a esos sucesos chocantes, salen de Jerusalén. Buscan escapar su decepción, su confusión, su desilusión y su desorientación (por lo visto, no es fácil localizar a Emaús).
Pero aunque quieren huirse y olvidarse de todo eso, aún piensan en el «profeta poderoso en obras y palabras». Hablan de él y discuten todo lo que ha pasado. Y mientras conversan, se acerca él y se pone a caminar con ellos. Pero no lo reconocen. Y luego les explica la Escrituras y les hace arder el corazón. Se les hace duro, pues, despedirse de él. Por lo tanto, le piden que se quede con ellos. Y pasa él tiempo suficiente con ellos para poder frangir el pan y abrirles los ojos para que lo reconozcan.
Le toca a Cristo resucitado reavivar la fe de los que vacilan y hacer que se vuelvan a la comunión.
Así pues, Cristo no deja de reavivar la fe de los discípulos que lo necesitan ya que vacilan. Al momento se vuelven a Jerusalén. Se unen de nuevo a los once y a los demás que se han quedado allí juntos.
Por supuesto, el evangelio de hoy nos dice que Cristo ha resucitado. Pero se nos da a conocer sobre todo cómo se ha de reavivar la fe de los que vacilan. La fe también de los que creen hoy día si bien no han visto. Es que el mundo de ciencia y tecnología de hoy se burla de la fe, pues la toma por contraria a la razón.
Y reavivar la fe es acudir a Jesús. Él nos nutre con su palabra, y con su cuerpo y su sangre. Esto quiere decir, desde luego, que hay que participar de la mesa de la palabra y el sacramento. Que no hay que tener por costumbre el dejar de asistir a las asambleas de nuestra iglesia.
Pero quedará claro que se vive de la palabra de Jesús y de su cuerpo y sangre si así también se vive en casa. Y en las pequeñas comunidades de las que formamos parte. Y si ya no hay ningún pobre, no solo en nuestros hogares, sino también en nuestras pequeñas comunidades. A esto lleva, claro, el tener nosotros todos un mismo pensar y sentir. Y el acordarnos una y otra vez de que vivimos por la muerte de Jesucristo y que morimos por su vida (SV.ES I:320). También el discernir el cuerpo de Cristo en el pobre y hambriento. De tal forma que no dudemos en «dejar a Dios por Dios» (SV.ES IX:297).
Señor Jesús, te hiciste compañero de camino de los discípulos que dudaban de ti. Acompáñanos también y no dejes de reavivar nuestra fe en los momentos de duda.
23 Abril 2023
3º Domingo de Pascua (A)
Hch 2, 14. 22-33; 1 Pd 1, 17-21; Lc 24, 13-35
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